De libros

La claridad y El Bosco

  • El número exacto de sus pinturas, o la propia autoría de ciertas obras, se pierden en la tiniebla histórica.

HIERONYMUS BOSCH, 'EL BOSCO'. VISIONES Y PESADILLAS. Nils Büttner. Trad. M. Á. Pérez. Alianza. Madrid, 2016. 208 páginas. 18 euros.

Hay cinco siglos entorpeciendo una mirada clara, penetrante, sobre El Bosco. El paso de los años, y el propio modo de conceptuar el mundo, se interponen entre el hombre actual y la lectura teológica, moral, de fuerte simbología, que se deriva de sus tablas. Cuando Isabel la Católica y Felipe el Hermoso adquieren una obra suya, saben ya del carácter aleccionador, del contenido religioso que nutre las fantasías del pintor. De hecho, eso es lo que buscan, junto a su pericia estética, en una obra que invita a la salvación y señala, ominosamente, los pesares de la condena eterna. Incluso Felipe II, en el ocaso del XVI, conocerá esta geografía moral, esta fisiología del alma, que en El Bosco clarifica el oscuro proceder del hombre. Cinco siglos después, esta evidencia meridiana no se aparece como tal al ojo contemporáneo. De modo que las figuraciones de El Bosco, antaño legibles, hoy añaden a su simbología originaria un misterio cultural, fruto de un orbe religioso en el que ya no habitamos.

Todo esto es lo que explica con admirable precisión Nils Büttner. Y decimos con precisión porque Büttner se atiene únicamente a aquello que sabemos, de cierto, sobre El Bosco. Y lo que sabemos no es poco. Se sabe que fue un hombre acaudalado, hijo y nieto de pintores, y extremadamente religioso. Sabemos también que gozó de gran fama en vida, y que sus contemporáneos no hallaron dificultad alguna en interpretar su obra. Sabemos, por último, que aquel orbe medieval, encapsulado en sus tablas, y que figura de igual modo en las xilografías que acompañan La nave de los locos de Brant, convive con naturalidad con el Renacimiento nórdico que trae Durero.

Aun así, el número exacto de sus pinturas, o la propia autoría de ciertas obras, se pierden en la tiniebla histórica. De ese rastro interrumpido, junto con el naturaleza sacra, alegórica, de sus imaginaciones, se infiere una opacidad añadida a la pintura de El Bosco. Una pintura que se quiso transparente, ejemplar, admonitoria y que hoy nos interroga desde una claridad paradójica, no siempre descifrable.

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