De Libros

La decantación de España

  • 'España, entre la rabia y la idea' es un vitral urgente de lo mejor y lo peor -de lo más señero, en cualquier caso-, de cuanto ha ido construyendo la España contemporánea, desde la hora crepuscular del 98

El historiador vasco Fernando García de Cortázar.

El historiador vasco Fernando García de Cortázar. / Antonio Pizarro

Como el lector ya supondrá, este libro viene urgido por los graves sucesos de Cataluña; y en concreto, por el dramático pulso a la democracia, obrado por el independentismo, y cuya consecuencia última es la ocupación de la presidencia de la Generalitat por un ínfimo intelectual, notoriamente racista. Que este hecho deplorable, deplorable para la historia de España y peligroso para la democracia española, sea el detonante último de las presentes páginas, no quiere decir, en ningún caso, que España, entre la rabia y la idea sea un libro apresurado ni una obra anecdótica. Por contra, en las numerosas entradas de este volumen, lo que encontramos es la plural decantación de una idea que, si en el 98 se expresó con singular angustia, en la primera España democrática se mostrará con una solidez admirable. Dicha idea, compartida mayoritariamente, es la de España como una empresa común. Pero una España común que hasta ayer mismo conocía y era consciente de su Historia, y que hoy no es sino un espectro nebuloso, objeto de las más descabelladas acusaciones.

No es casualidad, por tanto, que este libro de García de Cortázar comience con la españolidad trémula y escarnecida del 98 (aquel 98 del que tanto se burlaría Azaña, no sin injusticia), y no, por pongamos por caso, con la españolidad admirable y berroqueña, en absoluto controvertida, de dos eminentes hijos de la ilustración hispana: Feijoo y Ceán Bermúdez. Esto significa que la indagatoria de García de Cortázar arranca, no sólo cuando la idea de nación -cuando la idea moderna de nación, derivada de 1789 y reformulada por el tradicionalismo-, ya ha atravesado todo el siglo XIX, que fue el siglo de la Historia y de los relatos nacionales; sino que dicha investigación principia cuando el ideal romántico de la nación se encuentra con la circunstancia adversa del crepúsculo colonial. De lo cual se infiere que la cuestión que atraviesa este libro es la fallida españolización de España; una españolización deficiente que guarda relación, tanto o más que con el 98, con el fracaso de la Restauración, de la monarquía alfonsina y de la II República, y que también es posible desplazar, como hace Carr, a la Guerra de la Independencia y al germen de sus dos Españas, que, como sabemos, no hará sino ampliarse -la distancia entre una España y otra- durante el largo siglo de guerras civiles y pronunciamientos que habría de seguirle.

No debe relacionarse esto, en cualquier caso, con la Leyenda Negra y la concepción determinista de la historia que parece acompañar a tal perspectiva histórica. Por contra, en las páginas de García de Cortázar hay una juiciosa ponderación de los muchos logros, hallazgos y avizoramientos que orlan nuestra historia. En ese sentido debe interpretarse la emocionada evocación que se hace aquí de aquellas tres generaciones -la del 98, la del 14, la del 27- que coincidirán en el trágico damero español cuando llegue la rimbaudiana hora de los asesinos. Y es también en ese sentido como se abre paso aquí la figura del político moderado (Azaña, Lerroux, Gil Robles, Prieto, etcétera), cuando la política del siglo no propendía a la moderación, sino a su expresión más virulenta y roma. No incurrirá, pues, Cortázar en el error, imperdonable para un historiador, de mostrar como irremediable lo que no fue sino fruto del azar y de la voluntad de los hombres. Si esa voluntad (añadida a los imponderables de aquella hora), no supo o no pudo evitar la pavorosa sangría que se abatió sobre España en el 36, es esa misma voluntad la que compondrá el admirable cuadro de la Transición, hoy tan necia e irresponsablemente denostada.

La cuestión que atraviesa este libro es la fallida españolización de España

Recordemos, a este respecto, que fue una precisa idea de España la que impulsó a los combatientes en ambos lados de la trinchera. “Cuando yo hablo de mi nación -dice Azaña en Valencia, en julio de 1937-, que es la de todos vosotros, y de nuestra patria, que es España, cuyas seis letras sonoras restallan hoy en nuestra alma como un grito de guerra y mañana con una exclamación de júbilo de y de paz; cuando yo hablo de nuestra nación y de España, que así se llama, estoy pensando en todo su ser, en lo físico y en lo moral: en sus tierras fértiles o áridas; en sus paisajes, emocionantes o no; en sus mesetas, y en sus jardines, y en sus huertos, y en sus diversas lenguas, y en sus tradiciones locales. En todo eso pienso; pero todo eso junto, unido por la misma ilustre historia”. ¿Cuántos de quienes hoy dicen vindicar la II República suscribirían sin prevención, y acaso sin repugnancia, lo que Azaña escribió con la más viva emoción, en uno de los momentos más infelices y dramáticos del siglo XX? Contra esa malversación histórica, que ve en España una suerte de ardid conservador, sin existencia alguna, están escritas las presentes páginas. Páginas llenas de una grave verdad, donde se recuerda la significación y peso de España como agente principalísimo en la construcción, y en el nacimiento mismo, de la Era Moderna.

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