Cultura

La desaparición y el olvido

  • Elvira Navarro utiliza ciertos detalles reales en pro de la verosimilitud, no de la reconstrucción de los hechos, en su falso documental sobre García Morales.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE ADELAIDA GARCÍA MORALES. Elvira Navarro. Random House. Barcelona, 2016. 128 páginas. 15 euros.

Con Los últimos días de Adelaida García Morales, Elvira Navarro vuelve a meter los dedos en la llaga. Quiero decir que vuelven a su ficción los temas que la narradora saber tocar suavemente pero hasta que escuece. Si en La trabajadora la precariedad laboral era el punto fuerte sobre el que se sustentaba su "denuncia", ahora en su recién publicada novela, ésta se extiende a la dejadez absoluta de las instituciones para con la Cultura (y por ende, con la Educación).

Elvira Navarro parte de una anécdota para trazar esta novela (que comenzó como cuento y desbordó sus márgenes): la escritora Adelaida García Morales, sin recursos y bajo la sombra del desequilibrio mental, la depresión y la soledad, pide 50 euros a una institución municipal del pueblo sevillano donde vivió sus últimos años. Este dinero no lo reclamaba para ella, sino para poder tomar un autobús y visitar a su hijo, que vivía en Madrid. Lo sombrío de la situación empeora si conocemos a García Morales. La autora, ganadora del Premio Herralde e incluida en los planes de estudio junto a otros narradores de los 80 durante un tiempo, se ve olvidada y abandonada por las instituciones que tiempo atrás, y fugazmente, la encumbraron.

La anécdota es real, y se la proporciona una amiga escritora de Navarro, Rosario Izquierdo. A las dos les inquieta el trato (el desinterés) que le dan a una autora que ellas aprecian y, a partir de ahí, Elvira Navarro decide imaginar cómo pasó la autora de El Sur sus últimos días (ya que murió al poco tiempo de su infructuosa solicitud). Luego todo lo que hay en las páginas del libro que nos ocupa es ficción, es imaginación. Navarro utiliza ciertos detalles reales pero en pro de la verosimilitud, no de la reconstrucción de los hechos. Es este libro, pues, un falso documental que cuenta los últimos pasos de una escritora olvidada.

Toda esta información sirve al lector porque nuestra cara más realista gusta de apoyarse en datos verídicos para creernos a gusto una mentira (una ficción), pero lo que verdaderamente importa en Los últimos días de Adelaida García Morales es lo que denuncia la autora y, por supuesto, cómo lo hace. El lenguaje en las novelas de Elvira Navarro es sumamente importante, porque ella sabe dotarlo de una potencia inusual en un tono tan neutro: parece hablar muy reposadamente, sin alterarse lo más mínimo, con imparcialidad (y, sin embargo, se para en detalles cruciales, pero en esa línea de desapego). En La trabajadora ello me provocó, a mí como lectora, una incomodidad al principio que se resolvió avanzando páginas (no porque acabara, sino porque acabé entendiéndola yo: era necesaria) y en esta nueva novela, el lenguaje consigue no infestarse de opiniones, de lo subjetivo: un narrador en tercera persona nos cuenta lo que sabe, lo que piensan las protagonistas y cómo cada una vive la muerte/desaparición de la novelista que casi pudo pertenecer al canon. Estas protagonistas son dos y dan forma a dos historias que no se cruzan: la concejala de Cultura que no hizo todo lo que estaba en sus manos para ayudar a Adelaida, y la realizadora de un documental sobre la novelista, basado en testimonios de gente que estuvo cerca de ella en su etapa final.

Los últimos días en la vida de la escritora vienen narrados por la trama de la grabación del documental: Adelaida sufría de alucinaciones, vivía encerrada en su casa, tenía poca o nula vida social, etc. La trama de la concejala cuenta desde el lado oficial la repercusión de su muerte, la mala conciencia del político irresponsable. Algo así como los hechos reales por un lado y sus consecuencias. Elvira Navarro ha convertido en ficción un material absolutamente realista, y por ello verosímil, pero no olvidemos que no verdadero. Ha construido una historia que bien podría haber sido, y que nos creemos, pero que no es. Pero no importa, porque la invención esconde detrás -así me parece verlo- la denuncia de la despreocupación de un país por la Cultura, por la formación de sus gentes. Un país que fomenta la ignorancia y que no cuida su más valioso patrimonio.

La figura de la concejala es muy representativa a este respecto: la estudiante que fue, con pequeñas inquietudes florecientes, abandonó pronto la curiosidad. Ni siquiera sabe si ha hecho mal no organizando un homenaje a la escritora (primero en vida y luego tras su repentina muerte), porque no sabe juzgar si su labor fue relevante o no; no se siente capacitada para juzgar, porque necesita el dictamen de otros (los "expertos"). Se considera realmente una farsante, una impostora: alguien siempre a punto de ser descubierta (alguien que dijera yo no merezco estar aquí: "Se trata, en fin, de dar la impresión de que se hacen cosas".

La realizadora, por su parte, muestra otra cara distinta. Había leído a García Morales y la noticia de su muerte la lleva a querer dejar huella de su vida. Es este escenario de la novela el que nos muestra a la autora de El Sur: mientras nos detalla el proceso de elaboración de la película, nos va dejando conocerla. A través de los testimonios que graba con su cámara, pero nunca a través de su opinión: su pretendida objetividad tiene su correlato en nuestra propia novela. Los hechos parecen presentársenos tal como pudieron haber sucedido. Pero estas voces "documentales" van configurando los temas de la novela: Navarro consigue que se retraten solos, los deja decirse. Y sabe muy bien lo que se hace cuando los deja retratarse solos, como si su voz no estuviera detrás.

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