Todo en vano | Crítica

La disolución del Reich

  • 'Todo en vano' es la primera traducción al español de una obra de Walter Kempowski, escritor alemán cuyo empeño literario vino inflitrado por una fuerte vocación testimonial y documental de los años del Reich

Imagen del escritor alemán Walter Kempowski (1929-2007

Imagen del escritor alemán Walter Kempowski (1929-2007

Autor reconocido en Alemania, donde trabajó durante años en un minucioso proyecto de reconstrucción y acopio de testimonios sobre la Segunda Guerra Mundial (Das Echolot, “El sónar”, es el título de esta catedralicia indagación testimonial, ordenada cronológicamente), Kempowski llega a nuestro idioma, traducido por Carlos Fortea, con una de sus últimas novelas, Todo en vano, publicada un año antes de su muerte, ocurrida en 2007, y donde se recoge, al modo puntillista, vale decir, por fragmentos, la apresurada disolución del Reich cuando la cañonería soviética ya atruena sobre las ciudades del Este. En este caso, sin embargo, no se trata de responso melancólico y urgente de Márai, cuando presiente que las tropas rusas traen a Budapest, junto a la barbarie propia de las guerras, el vasto y milenario, el sagrado desorden del Oriente. En Kempowski, lo que los alemanes intuyen es, sencillamente, la ominosa hora de la venganza.

A pesar de la aparente livianidad de Todo en vano, sabemos que en Kempowski alienta el impulso documental, el sino verídico y restitutivo

Quizá Sebald haya sido el más ambicioso de cuantos escritores alemanes trataron de indagar en el escalofrío destructivo que sobrecogió al mundo en la primera mitad del XX. No obstante, y a pesar de la aparente livianidad de Todo en vano (livianidad que es real, y que es fruto de un malvado y limpio y desconcertante humorismo) sabemos que en Kempowski alienta de igual modo el impulso documental, el sino verídico y restitutivo. Das Echolot, ya mencionado, no es sino la aplicación, a la Alemania nazi, de aquello que Benjamin había concebido para el París, para la Europa urbana y mercantil de la segunda mitad del XIX. Aquel París, en suma, del cabaret, el Simbolismo y las Exposiciones universales, cuyo ápice artístico es expresión de una forma muy reconocible de sociedad, de ocio y de consumo. Todo esa recopilación de afiches testimoniales de una época, de los que emanaría, por sí sola, la idea misma del capitalismo decimonono, es lo que Kempowski arbitró para su Das Echolot, y también, de algún modo -no del todo inapreciable-, para esta novela de apariencia inocua y sugestiva, que termina con la mirada, en absoluto inocente, de un niño, de un exiliado, de un superviviente.

Con suavidad y destreza, Kempowski acumula ante el lector, mediante pequeñas estampas, un complejo microcosmo en el que comparecen muy diversos modos de concebir, alentar o repudiar la Alemania del Reich en su hora penúltima. No se trata, por tanto, de ordenar datos, de abrumar al lector con una precisión, acaso prolija e innecesaria (recordemos Las benévolas de Littell, publicada también en 2006). Se trataría, por contra, y bajo esa misma idea, de presentar ante nosotros un mundo comprensible, lógico y confortable. Dicha confortabilidad no excluye, sino que brota, de una vaga y deliberada ignorancia, que desplaza el conocimiento del mal a un limbo cálido y manejable. Y será sobre esta precisa forma de ceguera -una ceguera parcial, que conoce y teme el castigo- por donde se deslice la población que ahora huye, entre perpleja y trémula, de la ofensiva soviética. Todo se nos presenta, sin embargo, sin el menor énfasis dramático. La crueldad y la desdicha que el lector supone propias de estas situaciones, Kempowski las describe como una forma rebajada de fatalidad, una forma ridícula, tediosa y costumbrista.

A pesar de su astuta e irónica maldad, hay algo de la robusta y engañosa sencillez de Hasek y Las aventuras del buen soldado Svejk en esta obra. Como también lo hay de la novela picaresca y su impostada perplejidad ante los azotes y miserias del mundo. En la creciente confusión de la huida (qué hacer con las pertenencias familiares cuando el enemigo avanza), Kempowski inserta un nebuloso proceso ideológico, ya en marcha: el modo en que los protagonistas van dando por clausurado el Reich, mientras el Reich mismo se fractura, se congestiona y se desangra. Este proceso no es, en ningún caso, un proceso reflexivo, hijo de la culpa. Se trata, meramente, de ganar el mañana, sin que la sangre y el recuerdo -el recuerdo de aquel saber culposo e imperfecto- los alcancen.

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