Literatura

En la perfecta edad

  • Athenaica publica 'La edad ligera', las memorias de Jacobo Cortines que se abrían con 'Este sol de la infancia' y siguen ahora con 'En la puerta del cielo'

El poeta Jacobo Cortines (Lebrija, 1946).

El poeta Jacobo Cortines (Lebrija, 1946). / Antonio Pizarro

Hace veinte años Jacobo Cortines publicaba, con el machadiano título de Este sol de la infancia, unas memorias que se acogían al género de las estampas en prosa, en la estela de Platero y yo, Ocnos, Pueblo lejano y Las cosas del campo, añadiendo el nombre de Lebrija a los de Moguer, Los Palacios, Antequera y Sevilla.

En esta nueva y cuidada edición, con prólogo de Ignacio Garmendia, se le añade un segundo libro, En la puerta del cielo, acogidos ambos al título general que Jacobo ha elegido para su ciclo memorialístico: La edad ligera, de resonancias garcilasistas.La primera parte de Este sol de la infancia, “Parva domus”, se abre con la descripción de la casa familiar en Lebrija, primer ejemplo de la atención prestada a los espacios urbanos y rústicos, siguiendo a Marcel Proust cuando señala que “los lugares son personas a las que la humanidad que hay en nosotros ha dado una fisonomía”.

Un acierto del libro es su escritura desde la mirada observadora del niño que asume sus privilegios de burguesía rural pero no deja de percatarse de otra realidad: la de los que viven en “las míseras chozas de las calles del fango”, la de los borrachos y los inocentes.

Amplia es la galería de personajes: la institutriz, los profesores particulares, las criadas y chóferes, los trabajadores de la finca, que en las gañanías cuentan historias de la guerra civil y se reúnen en la capilla para el rosario. Del núcleo familiar destaca la figura del padre, que supo despertar en el niño el amor a la música, a la literatura y a las bellas artes.

Las celebraciones religiosas (Semana Santa, Corpus, Navidad) están muy presentes, pero frente a esa festiva vivencia exterior no se olvidan los escrúpulos morales y el sentimiento de culpa, que atormentan al protagonista.

Escenario central de la segunda parte es Micones, el cortijo familiar donde es posible el contacto con la naturaleza (descrita en estas páginas con una demorada sensorialidad) y con un mundo agrícola cambiante pero que conserva sus ritos anuales: la vendimia, la matanza o la recogida de la aceituna. Como una letanía se desgranan nombres propios que señalan fincas, caseríos, montes: Medinilla, La Junquera, Gibalbín…

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro. / D. S.

En varias estampas aparecen las diversas fascinaciones del niño: ante una insólita nevada o ante el descubrimiento de la perspectiva en una carretera flanqueada por árboles. En la tercera parte, “Ad portam coeli”, tienen lugar el anhelado encuentro con el mar, en Chipiona, y el primer viaje en tren a Sevilla.

En la ciudad, a los diez años, comienzan siete de educación jesuita en el prestigioso colegio Portaceli, dos como interno. Pertenecer a “los privilegiados, los dirigentes del futuro” no le impide comprobar la discriminación hacia los “alumnos gratuitos”, hijos de familias sin recursos. No faltan en estas páginas las vicisitudes preadolescentes, espirituales, sociales y académicas, desde un breve sarampión carlista a la temprana escritura “de algunos versos y algún relato truculento”.

“Los claros días de la infancia” se convierten en “la gris monotonía de unas jornadas controladas en todas sus horas” (misas, clases, estudios, recreos) por unos sacerdotes de los que se trazan, con alguna excepción, retratos poco complacientes. La religión celebratoria de su infancia está sometida ahora a una rígida disciplina, con castigos humillantes. Siguen presentes la conciencia del pecado y la culpa, las mortificaciones corporales y unos ejercicios espirituales que predisponen al temor a la muerte y al aumento de las prácticas religiosas. Sin embargo, ese clima hostil no impide el despertar de una cierta vocación, alentada por los curas y por la familia, que, cuando ya parece decidida, se descarta en un despacho jesuita, de donde el adolescente sale “ligero, como impulsado a un mundo que comienza a abrirse”.

En ‘La puerta del cielo’ se nos presenta una Sevilla sometida a un desarrollismo cruento

Si en el primer libro se dibujaban los cambios en el mundo rural, en La puerta del cielo se nos presenta una Sevilla sometida a un desarrollismo cruento que derribaba edificios singulares a la vez que levantaba nuevos barrios residenciales, como Los Remedios, donde los padres compran un piso, liberando a los hijos de los rigores del internado. Jacobo se convierte entonces en un paseante de la ciudad y participa en sus actividades culturales: conciertos, exposiciones y las sesiones en el Cineclub Vida. Como contrapunto, las vacaciones veraniegas en Micones suponen el gozo renovado de la libertad.

Con la airosa despedida del Noviciado se cierra esta Puerta del cielo y, como ese continuará que mantenía el suspense en las novelas, dejamos al adolescente ante una puerta monumental y dieciochesca, puerta de Filosofía y Letras, que da paso a unos años universitarios en los que se afianza una vocación literaria cuyo centro es la poesía, para Jacobo Cortines una biografía moral y estética, un trabajo exigente y gustoso en el que “cada palabra es una mano tendida”.

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