Ni Fuh ni Fah y otras historias del ancho mundo | Crítica

Ni fu ni fa (con y sin hache)

  • La editorial Pepitas de Calabaza publica una nueva selección de columnas del gran Julio Camba

Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1884 – Madrid, 1962).

Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1884 – Madrid, 1962). / D. S.

Tal vez, hoy como ayer, el mundo habría que verlo o conjeturarlo a través de su cambiante pormenor. Julio Camba, gacetillero de otrora y mundinauta a su manera, habría trabajado a gusto para el vespertino "joco-serio" que dirigiera Pedro Antonio de Alarcón. Se llamaba El Látigo, a cuya cabecera se añadía: "Diario político joco-serio de la tarde".

De hecho qué otra cosa es el mundo desde que el mundo, valga la redundancia, es mundo. Una cucharadita de seriedad y otra de jocosidad. La vida no sería tal sin su contradicción, como sístole y diástole de sí misma. El horror y la belleza conviven en un palmo de existencia. En un campo de concentración, como recordaba Eugenio Trías, se compuso Cuarteto del fin del tiempo, la más hermosa letanía de oraciones religiosas en forma de música de cámara. Su autor fue Olivier Messiaen.

Julio Camba describió el mundo, el enigma del mundo, a través de la ironía (todo el mundo sabe que la ironía es una destilación del humor). Conoció la Gran Guerra, nuestra Guerra Civil y la matanza industrial de la Segunda Guerra Mundial. Pero Camba, ya fuera como corresponsal (París, Berlín, Londres, Constantinopla) o como cronista en las Cortes, siempre cotejó el mundo como lo que éste era: un manicomio de cuerdos. Nunca hemos sabido bien quién ha de llevar la bata de loquero y quién la de cuerdo.

Recupera ahora la editorial Pepitas de Calabaza este suma de columnas que el propio Camba reunió en los años 50, en plena noche del franquismo. Como es sabido, vivía ya desde hacía años –desde 1949– como un ciudadano de hotel. Su hogar fue la cama de la habitación 383 del Palace de Madrid. Creemos que Camba habría agradecido mucho el interés por su obra por parte de la editorial riojana. De hecho su lema proclama que es "una editorial con menos proyección que un Cinexín".

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

No hay que ser ambiciosos o, tal vez, aparentar las maneras. De ahí algunos de los títulos más ingeniosos de Camba, un señor leído y viajado, pero que no quiso sentar cátedra de nada. Sobre casi todo y Sobre casi nada son algunos de los títulos que escogió como gavilla de piezas volanderas y crónicas de viaje por el ancho mundo. Ni Fuh ni Fah, como se decía, es una recolección tardía, pero que refleja el estilo cambiano. De ahí la ironía, la ingeniosidad, el desmenuzamiento de lo pueril o, si se quiere, la rebaja de lo absoluto a categoría del absurdo. El presente título hace referencia a dos astrónomos chinos, llamados Fuh y Fah, nacidos un milenio y medio antes de la era cristiana. Pero sus nombres vienen que ni al pelo para el propósito de este libro que, por supuesto, carece de todo propósito. Ni fu ni fa. O ni Fuh ni Fah. Tanto monta.

Decía Camba que el escritor o columnista de periódico era un poco farsante. Nunca veía la realidad tal cual era, sino como objeto o pie para escribir sobre ella. Si es así, Camba fue un estupendo farsante. Las cosas puede que sean como sean, sin más. Pero ¿por qué no escuchar o leer a su intérprete? Más que de literatura comparada, en Camba hay que hablar de realidad comparada. En el fondo, el hombre perplejo deja de estarlo y se acostumbra a que la vida vaya fluyendo sin respingo alguno. En lo aparentemente tonto o vano o pueril es donde el gacetillero Camba acierta a descifrar cierta sociología del disparate humano.

Nos reímos mucho cuando sugiere que los ingleses fundaron sus clubes para caballeros con un fin. No para la confidencia o la tertulia con el Times en las manos. Lo fundaron para no hablar nunca entre ellos (de ahí la anécdota de J. M. Barrie, el autor de Peter Pan). Les gustaba aburrirse y prefirieron hacerlo en el club en lugar de en sus casas. No nos debe extrañar, ya que Inglaterra, como dice en otra pieza, es un país sin imaginación, pero sí un país con mucha lluvia. El aburrimiento inglés es otra forma de la lluvia escasamente melancólica.

Camba, entre variados asuntos y trasuntos, defiende la soltería y a los solteros de antaño. Detesta los bailes de disfraces modernos (el disfraz era tan caro ya que el disfrazado no pretendía pasar desapercibido, sino señalarse). Abstemio, le parece buena idea la de dispensar medicinas en los bares: una ronda de aspirinas y otra de bicarbonato para compensar la ronda de güisquis y cocktails de los amigos bebedores. Señala cómo las costumbres de su tiempo estaban cambiando, cuando no hace mucho el francés se iba al campo todos los domingos, el inglés se quedaba en casa y el español se metía en el café. Habla lo mismo de los gatos de Lisboa, que del jamón y la petitoria de gallina, que del perrito de aguas o de la tristeza del clown ("todo el mundo sabe –dice recordando a Chaplin– que, en privado, el clown es el más triste de los hombres"). Y así.

Dijo alguien una vez –¿Umbral?– que el escritor se volvía chistoso cuando no tenía nada que decir. No es el caso en absoluto de Julio Camba.

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