MARTA SANZ | ESCRITORA

"El humor es una estrategia que permite meter el dedo en la llaga"

  • La autora madrileña y el artista Fernando Vicente combinan ironía y crítica social en 'Retablo', un libro ilustrado que publica el sello Páginas de Espuma

La escritora y doctora en Filología Marta Sanz (Madrid, 1967).

La escritora y doctora en Filología Marta Sanz (Madrid, 1967). / Salomón Cejudo

Marta Sanz (Madrid, 1967) es probablemente la voz más comprometida de su generación en la renovación del mapa del realismo social desde una posición feminista. La autora y doctora en Filología nunca descuida su compromiso con el lenguaje ni su gracia para captar el habla más popular, virtudes que ahora sintetiza en Retablo, un libro ilustrado por Fernando Vicente.

-Esta obra reúne y redimensiona dos cuentos donde exploraba el proceso de gentrificación que ha sufrido su barrio, Malasaña, al igual que muchos otros del centro de Madrid.

-Estos cuentos los comencé a escribir entre 2010 y 2012 para abordar con sentido del humor esas confrontaciones y violencias a que ha dado lugar la gentrificación, desde los colectivos urbanos que ya no reconocen el barrio como suyo a esos otros a los que la ciudad expulsa a su periferia por encarecerse tanto el centro.

-¿Qué le llamó más la atención ?

-El abandono de un grupo de personas ancianas, mayores, que son las más vulnerables a la precariedad y la exclusión. Aunque no hable a veces desde mi propia voz y me encubra con las máscaras de la ficción soy una escritora autobiográfica y empecé a ver de pronto cómo no reconocía los lugares de mi barrio, que cambiaban de manera vertiginosa, se cerraba la tienda de la esquina... En ese proceso de gentrificación que narra Retablo se habla también de cómo la globalización lleva a convertir todas las ciudades en la misma ciudad, las transforma en un territorio descolorido.

Ilustración de Fernando Vicente para 'Retablo'. Ilustración de Fernando Vicente para 'Retablo'.

Ilustración de Fernando Vicente para 'Retablo'.

-El primer cuento, Extraños en un tren (versión amarilla), aborda la soledad de los mayores pero le da un quiebro al empoderar a las ancianas protagonistas.

-Esta soledad de los mayores que se produce muchas veces en las grandes ciudades ha sido una constante en los libros que he escrito, como Susana y los viejos (2006), donde ya tenía en la cabeza esa vejez desasistida, arrumbada, que nos da miedo padecer, y que es lo mismo que cuento, ya desde un punto de vista autobiográfico, en Clavícula. Creo que esta obsesión tiene mucho que ver con la crisis, con el signo de los tiempos, con el envejecimiento de las personas que nos dedicamos al oficio de escribir. Y con lo que observo porque soy una escritora de ventanas abiertas, que oigo y veo cosas que no creeríais, como se decía en el cuento de K. Dick y muestra Blade Runner. Intento que la ficción sea un territorio de denuncia donde a través del empoderamiento de estas dos mujeres mayores se plantee que otro mundo es posible. Está la visión paródica de la violencia porque las dos ancianas desarrollan actitudes criminales que, siguiendo los códigos del humor negro, acaban resultando simpáticas al lector. Pero también incluyo una crítica muy poderosa al amarillismo en los medios de comunicación y a ese relato de sucesos que vende las noticias de una manera que terminen siendo seductoras y atrayentes para el receptor y creen adeptos. El discurso de seducción en los medios es muy peligroso porque explota la visceralidad y las partes blandas y sentimentales hasta el extremo del bulo, la mentira y el no contrastar datos para que la verdad no estropee una noticia. E internet ha exacerbado todo eso.

-La referencia a Patricia Highsmith es obvia pero ¿y los guiños al cine de Berlanga o Bardem?

-Soy muy cinéfila y no lo tengo que forzar, forma parte de mi ojo y de mi manera de ver. Aquí está el homenaje evidente a la novela de Patricia Highsmith pero también a la adaptación que rodó Hitchcock, reforzado todo ello por las ilustraciones de Fernando Vicente, que no sólo ha interpretado bien el texto sino que lo ha enriquecido con su punto de vista, como vemos por ejemplo en su uso de la técnica hitchcockiana de partir la pantalla en diagonal para dar cuenta de dos aspectos a la vez. En cuanto al estilo de la prosa, esa constante entre lo paleto y lo pedante es muy mía y al mismo tiempo muy almodovariana. Me siento identificada sobre todo con las películas que rodaron juntos Bardem y Berlanga y desde luego con Atraco a las tres de José María Forqué. Me interesan mucho los libros y películas donde la mirada a la realidad se mezcla con lo culto, sea lo que sea lo culto: la cultura con mayúsculas, la popular o la fusión de las dos. La cultura debe ser un instrumento para ayudarnos a mirar. Y yo elijo para mirar una cultura escrita en español porque al igual que hay una crítica a la gentrificación urbanística y de las ciudades, en estos dos relatos se hace también una crítica a la gentrificación de los estilos literarios. Parece que todos tenemos que escribir en una prosa más o menos asequible y convencional, altamente traducible, y yo intento hacer una prosa donde se vean mis idiosincrasias culturales y mis referentes para combatir ese concepto de la universalidad que siempre coincide con los productos estadounidenses. Era importante para mí concebir los relatos como una defensa de los estilos intraducibles.

-También defiende el olor local, sobre todo en el segundo relato, sobre una tienda de jabones.

-Sí porque frente a los individuos que escriben los libros a partir del Google Maps, yo si hablo de una ciudad o ambiente es porque lo conozco como la palma de mi mano y con los cinco sentidos. No sólo soy capaz de visualizarlo sino que me gusta saber cómo huele la calle, cuál es más húmeda...

La Plaza Dos de Mayo vista por Fernando Vicente en el libro. La Plaza Dos de Mayo vista por Fernando Vicente en el libro.

La Plaza Dos de Mayo vista por Fernando Vicente en el libro.

-Mientras el primer relato entronca con el humor negro, el segundo, Jaboncillos dos de mayo, tiene más que ver con el relato de terror.

-En el segundo partí de un relato ultracruel, cómico y sensacional, Aceite de perro de Ambrose Bierce, para explorar esta burbuja infernal en que unos lenguajes se mezclan con otros. Esa violencia sarcástica se exacerba en esta historia de unos vecinos que forman un comando contra la nueva forma de entender el comercio y los productos que se venden en su barrio. Los hipsters han hecho mucho bien en muchos barrios. Yo aquí no pretendo hacer apología de la caspa ni lo castizo pero sí mostrar las violencias que generan ciertas transformaciones en usos y costumbres que están relacionados con la economía.

-¿Cuál es la relación de Marta Sanz con el humor en términos creativos?

-Incluso cuando escribo textos más autobiográficos, dolorosos y con el corazón en carne viva como en Clavícula está presente el sentido del humor, que es la estrategia que te permite meter el dedo en la llaga hasta el fondo con una sonrisa aunque luego la sonrisa se te quede congelada. El sentido del humor, para mí, más que una deformación es una manera de que esos subrayados, esa hipérbole que utilizas cuando lo empleas, te permita ver mejor los matices oscuros de todos los fantasmas que pueblan la realidad.

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