Piel de plata | Crítica

El momento de crecer

  • Bajo la forma de una novela de iniciación, el novelista y traductor Javier Calvo propone en 'Piel de plata' un descenso a sus catacumbas privadas

El novelista y traductor Javier Calvo (Barcelona, 1973).

El novelista y traductor Javier Calvo (Barcelona, 1973). / Juan Carlos Muñoz

Aunque tal vez más conocido por su faceta de traductor (ha volcado al castellano, entre otros, a David Foster Wallace, Salman Rushdie o J. M. Coetzee), de antólogo, articulista o agitador cultural, Javier Calvo (Barcelona, 1973) posee también una interesante carrera literaria. Sus obras primerizas, como El dios reflectante (2003), hoy desaparecidas de la solapa de precisiones biográficas, nos mostraban a un narrador incisivo, cáustico en ocasiones, interesado en beber de las fuentes de la cultura pop a la vez que enfrentar a la sociedad de masas a algunos de sus fantasmas más vergonzantes: motivos que justificaron, supongo, que se le incluyera en la nómina de aquella Generación Nocilla que animó el cotarro (es un decir) del panorama literario en torno a la primera década del milenio.

Pero no es baladí que, a la hora de presentar su currículum, Calvo coloque al inicio de su carrera propiamente dicha Mundo maravilloso (2007), a la que seguirían Corona de flores (2007) y El jardín colgante, merecedor del premio Biblioteca Breve en 2012. Si a esos títulos añadimos la selección de cuentos Los ríos perdidos de Londres (2005), obtendremos una visión más o menos acertada de su trabajo, de las destrezas que mejor maneja y los objetivos que se propone: no muy próximos estos, hay que decirlo, a los imperantes en la literatura media de nuestro país.

Porque Calvo ha hecho gala desde sus inicios de cierta marginalidad con respecto a la cultura dominante, al menos la que se emite desde Madrid, y ha preferido buscar sus referentes en contextos extranjeros, ya sean de otros países o dimensiones alternativas, hasta merecer el epíteto, muy a su gusto, de escritor extraño. El arte de Calvo maneja diversos ingredientes con una maestría variable, que convierten sus productos en fáciles de identificar en apenas unas páginas: en primer lugar, una visión muy ácida de la actualidad, pretendidamente realista (él dice que inspirada en Dickens) pero que se escora fácilmente hacia la parodia o el esperpento; un interés por las culturas alternativas urbanas, por lo general vinculadas al territorio del arte musical o performativo, que suelen colorear sus historias desde bares subterráneos, garajes con luces de neón, locales apartados en la noche, siempre la noche; en relación con esto último, una presencia constante de criaturas extravagantes, que beben y fuman y se drogan y recorren la ciudad en busca de una revelación; violencia, gratuita y no, lo que arrima sus argumentos, con frecuentes guiños a los géneros, al ámbito policíaco y también a la ciencia ficción; y quizá lo más personal e intransferible: un concepto, digamos, esotérico de la creación, que plaga el relato de alusiones indirectas, de cosas dichas y no dichas a la vez, donde se insinúa el último objeto de su búsqueda, y que precisa de cierta iniciación para ser captado en su plenitud. El acervo oculto de Calvo incluye a William Blake, John Dee, la serie Dr. Who, H. P. Lovecraft, Iain Sinclair, Juan Eduardo Cirlot.

Portada de la novela. Portada de la novela.

Portada de la novela. / D. S.

En este sentido, Piel de plata constituye un compendio y casi un homenaje a todo su periplo hasta la fecha. Bajo la forma de una novela de iniciación, el autor nos propone un descenso a sus catacumbas privadas y la visita sucesiva, como en salas de museo, de sus principales iconos y obsesiones, para terminar, en un antológico episodio final, con algo parecido a una preceptiva literaria. Las fuentes que se desea honrar son tres. Por orden de aparición, está primero la vida y obra de Michael Moorcock (aquí Cooper Crowe), un clásico de la ciencia ficción y la fantasía británicas, autor de centenares de novelas que fluctúan entre la crónica de aventuras, el panfleto, la revelación psicodélica, y de lo más parecido a una mitología universal que puede darse en un solo hombre; sigue, claro, Juan Eduardo Cirlot, poeta catalán, también mitólogo, cuya imaginería y presupuestos teóricos sirven para sustentar la columna vertebral del relato; y concluye con Death in June, una banda de música neo-folk que gusta de presentarse en los escenarios con parafernalia nazi y máscaras de tragedia griega bajo la capucha de la sudadera.

Estos tres elementos, como los ingredientes de la Gran Obra alquímica, van a ser los que acompañen al joven Pol, un adolescente perdido en una Barcelona que parece la de hoy pero que rezuma cierta atemporalidad y nostalgia, a lo largo de un recorrido no exento de baches, de una infancia disfuncional, con problemas psiquiátricos, a la aceptación de sí mismo, del entorno familiar con el que convive, y de su destino último, o del universo que le ha tocado vivir. Central en dicha metamorfosis será la aparición de una figura benefactora, un ángel femenino (el ánima, en la expresión de C. G. Jung), que le servirá de psicopompo y que, para más señas, aparece identificada con el nombre del genio tutelar de Cirlot: Bronwyn, el ser de aire al que el poeta dedicó algunas de sus estrofas más personales y desconcertantes.

Construida en forma de manifiesto o de memoria sentimental, Piel de plata supone quizás el título en el que Calvo alcanza sus mayores cotas de intimidad, de verismo: quien conoce su obra no puede dejar de detectar en sus páginas cierto tono elegíaco, asociado a los cuentos de infancia, que se cuartean sin remedio en el momento de crecer. Y una lección que suscribimos sin paliativos: realidad y pereza son términos vecinos; hay que estar dispuestos a ganarse diariamente la realidad.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios