El fin del fin de la Tierra | Crítica

Benditas decepciones

  • Salamandra edita en español la última recopilación de textos de no ficción de Jonathan Franzen, 'El fin del fin de la Tierra'.

Jonathan Franzen.

Jonathan Franzen. / ANDRES IAMARTINO, EFE

Como todas las colecciones, también este El fin del fin de la Tierra resulta irregular. La variopinta naturaleza de los escritos que contiene, entre los que hay textos periodísticos, autobiográficos, reseñas literarias, relatos de viajes, ensayos en sentido estricto y hasta una lista de recomendaciones para novelistas, puede desconcertar al lector no familiarizado con este tipo de recopilaciones de piezas de no ficción más frecuentes entre los anglosajones que entre los hispanohablantes.

Ese lector no iniciado será el primero que se sienta decepcionado por la aparente falta de cohesión de este volumen de Jonathan Franzen, y no será el único. También decepcionará a los ecologistas clásicos, que envueltos en la bandera del cambio climático se arrogan una superioridad moral que no se materializa en acciones concretas, más allá de hacernos sentir culpables cada vez que arrancamos el coche o usamos una bolsa de plástico. Y a los negacionistas de ese cambio climático. Y a quienes sólo son capaces de pensar en el aquí y el ahora. Y a los que creen que los grandes problemas del planeta y la humanidad son cosa de otros.

'El fin del fin de la Tierra', de Jonathan Franzen 'El fin del fin de la Tierra', de Jonathan Franzen

'El fin del fin de la Tierra', de Jonathan Franzen / Salamandra

El fin del fin de la Tierra decepcionará además a quienes busquen ensayos o reportajes asépticos (ya lo avisa Franzen en el primero de los textos, El ensayo en tiempos oscuros: todo ensayo es espejo de su autor, y la voz de este autor resuena alta y clara). Y a los que desdeñan el historicismo y las reseñas literarias que trazan paralelismos entre la trayectoria vital del escritor y su creación. Si hablamos de la pieza dedicada a Edith Wharton, El problema de la afinidad, decepcionará sin duda a ciertos sectores feministas que criticarán que Franzen insista en que la escritora no era hermosa.

Tampoco gustará esta colección a los defensores a ultranza de la tecnología, que leerán pasajes como "nos pasamos el día leyendo en las pantallas sobre asuntos que ni se nos ocurriría leer en un libro impreso y luego refunfuñamos por lo ocupados que estamos" y pensarán: "Viejo gruñón ludita".

Con tantas posibles decepciones, ¿merece la pena leer este libro? Sin duda. Aunque suene simplista, Franzen escribe muy bien. Su prosa, su voz, su ritmo (tan bien respetados en esta traducción del recientemente fallecido Enrique de Hériz) y su indudable talento narrativo ("todo ensayo, incluso si trata exclusivamente de ideas, cuenta una historia") guían al lector por sus reflexiones sobre su propia vida y el mundo que le rodea y por medio planeta siguiendo pájaros que tacha de su lista y retratando, de paso, los países y gentes con los que se cruza.

La principal pega de esta recopilación está precisamente en ese "de paso" y en la prevalencia de los pájaros, que ya protagonizaban los pasajes más irregulares de Libertad, como personajes y argumento. La ilustración de la portada bien podría servir de pista, al igual que la lista de aves que cierra el libro, pero el caso es que se echan en falta más textos sin criaturas aladas en ellos.

Jonathan Franzen. Jonathan Franzen.

Jonathan Franzen. / Kathryn Chetkovich, Salamandra

Para el lector tradicional de Franzen resultan más interesantes los "de paso" que las aventuras ornitológicas. Basten como ejemplo las dos mejores piezas del volumen: la que lo abre y la que le da título. En la primera, antes de zambullirse en el ecologismo y las aves, Franzen reflexiona sobre el ensayo como género, repasa cómo empezó a publicar en periódicos y revistas y habla de estos tiempos oscuros (de "ruido total", como diría su amigo David Foster Wallace) en los que "no habría Trump sin Twitter ni Facebook".

En la segunda pieza, El fin del fin de la Tierra, el contraste es aún más acusado. Se echan de menos más páginas sobre sus compañeros de expedición a la Antártida y en especial más sobre su tío Walt, cuya herencia le financia el viaje. Un hombre sociable y vital que fue a caer en una familia, la de los Franzen, mucho menos luminosa, como sabrán quienes hayan leído Las correcciones o Cómo estar solo. Pese a que unos y otro aparecen espléndidamente retratados, el foco de Franzen está puesto en la persecución de un pingüino emperador.

El escritor insiste en que recuerda a un niño y a lo largo del libro subraya los comportamientos tan parecidos a los humanos de algunas especies de aves, olvidando que hay un abismo que separa a pájaros y humanos: los pájaros no cuentan historias. Será cierto eso de que pecamos de antropocentrismo, pero aparte de destrozar el planeta, a los humanos nos encanta que nos cuenten historias.

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