Juan Cruz. Escritor y periodista

"Escribimos desde una espuma que no hemos logrado descifrar"

  • Memoria, infancia y oscuridad se entremezclan en 'Mil doscientos pasos', la nueva novela del periodista Juan Cruz, que acaba de publicar Alfaguara

Juan Cruz presentó su libro esta semana en Sevilla.

Juan Cruz presentó su libro esta semana en Sevilla. / José Ángel García

–En su nueva novela, Mil doscientos pasos son más que una distancia lineal, son toda una vida.

–La vida es muchas veces una metáfora que se nos incrusta en la cabeza. Y puede ocuparse de ese día que tuvimos una experiencia en un barranco, del momento en el que has estado a punto de ser arrollado por un autobús en una esquina de la calle Martínez Campos, en Madrid, o del último momento en que mi madre dijo una palabra… Los 1.200 pasos te separan de donde estás al lugar en el que imaginas un dolor que nunca vas a olvidar. Particularmente, me paso todo el día recordando hechos vividos. Los 1.200 pasos del título aluden a la distancia que existía entre el lugar donde vivía de niño y que me separaba de la casa de mi hermana, que murió. El título es un homenaje a ella, pero no tiene que ver con el asunto de mi novela.

–Propone en su novela un viaje, temporal y emocional, a tal vez la época más dura de su vida. ¿Quería expulsarla de su interior o saldar cuentas con su propio pasado?

–Eso es lo que ocurre, exactamente. Todo parte de un día, en el que estoy bajando al garaje en el que escribo y, de repente, recupero una imagen de un niño golpeando a otro, que soy yo, aunque podría ser cualquiera de nosotros. ¿Por qué me vino esa estampida a la memoria? De seguido escribí todo el principio, y a lo largo del tiempo se fue convirtiendo en esta novela. En ese momento sólo era un ejercicio de memoria, un recuerdo. Y Mil doscientos pasos es una novela porque la mayoría de las cosas que cuento son inventadas. Yo me siento deudor de esa época, como muchos de aquellos niños, que estuvimos obligados a escuchar y vivir en un tiempo raro, que quien mejor lo contó fue Juan Marsé. Yo nunca podría haber imaginado que Un día volveré podría influir tanto en mi vida, a pesar de que transcurre en Barcelona, pero en una pobreza similar. Escribimos desde una espuma que no hemos logrado descifrar.

–Ahora parece que todos aquellos años fueron uno solo, escribe, ¿es complicado y arbitrario el proceso selectivo de la memoria? No elegimos lo que queremos conservar.

–Nosotros tenemos recuerdos cuando hablamos o cuando escribimos. Siempre que contamos algo, es porque alguien nos inspira a hacerlo. Y a partir de ahí nace lo que yo quería o necesitaba contar. A veces pierdo la memoria si no la excito o si no la excita alguien, con quien hablo.

–También se puede leer en Mil doscientos pasos: “Yo ya conocía todas las formas del miedo”. El miedo es uno de los grandes asuntos, pero también lo es la amistad, como una trinchera, que nos protege.

–El miedo era, realmente, a quedarme solo. El miedo era al dolor de los otros. Y los que me rodeaban, a su vez, también tenían miedo, de que pasara algo brutal, cuando todavía no sabía lo que significaba realmente esa expresión. El miedo era también al ruido de la calle, a las puertas cerrándose violentamente. El miedo era al dolor, más al ajeno que al propio. Siempre recordaré el día que mi madre se cayó en casa y vomitó sangre. Recuerdo cuando ella dejó de hablar, porque les daba miedo lo que nos sucediera, sobre todo a mí, porque yo era el enfermo de la familia. Cuando salió de la casa y llegó al hospital dejó de hablar, desde ese preciso momento. Para mí siempre fue un misterio y un dolor. A lo mejor yo escribo para desembocar en ese dolor, en algún momento de mi vida.

"A veces pierdo la memoria si no la excito o la excita alguien, con quien hablo"

–Aunque la gran trinchera, el refugio, en su novela, es la madre.

–Mi madre fue la persona que vigiló mi bienestar desde la niñez. En este Mil doscientos pasos la que aparece como mi madre no lo es. Hablo de otra historia, que es ficticia. Esta madre de la novela lo es de un solo hijo, y nosotros éramos cuatro. Hay elementos que no son autobiográficos, aunque la historia de la novela sí lo es. Los chicos desamparados, en escuelas mal dotadas, muchos de los cuales quedaron analfabetos. Yo, por suerte, no. Tuve una circunstancia que me salvó de eso: la enfermedad, el asma. Me salvó de lo que podría definir como calcificación literaria. Ser analfabeto es abrazar un tiempo muy duro. Mis propias hermanas comenzaron a ser alfabetas cuando ya pasaron de los cincuenta años. Pero eso no pasó sólo en las Islas, eso pasó en muchos lugares. Y no sólo en España, en todos los países que padecieron una posguerra dura y difícil.

–¿Recuperar la infancia para construir el presente, o para entenderlo mejor?

–Bueno, yo creo que el presente, ahora, y desgraciadamente, se está pareciendo a aquel momento de persecución de los diferentes. La vida en común, cotidiana, de las personas homosexuales o de las que en su vida abrazaron una idea política determinada, que no fuera consentida por la política de entonces, se repite ahora. En estos momentos existe una persecución de los homosexuales, de los diferentes, incluso algunas personas de la prensa, de la televisión y de la política persiguen a otras por sus ideas. No se las encarcela por sus ideas, pero se las amenaza. Estamos en un tránsito complicado. En este momento, escucho mensajes de un partido político en concreto, tolerado por otros partidos políticos, legal, porque no ha sido ilegalizado, que reclama para los diferentes, para los inmigrantes la expulsión, que es una palabra, moralmente, muy compleja. Echar a la gente… ¿Alguien se podría imaginar que nos hubieran echado de Venezuela, de Cuba, de Argentina o de Inglaterra? Gracias a los emigrantes hemos tenido y tendremos años de prosperidad, porque todos, en realidad, somos emigrantes. Todos tenemos que considerarnos así.

–Nunca es tarde para cambiar...

–Soy un inconsciente. Tengo 73 años y me sigo comportando como un chiquillo. Tan chiquillo que siempre estoy tratando de hacerlo mejor, que es una manera de luchar contra el engreimiento.

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