Juan Ramón Masoliver | Crítica

Un animal de lectura

  • Míriam Gázquez analiza la opacada trayectoria de Juan Ramón Masoliver como exponente de la edición, la cultura y el sistema literario en la Barcelona de posguerra

Juan Ramón Masoliver (Zaragoza, 1910-Barcelona, 1997).

Juan Ramón Masoliver (Zaragoza, 1910-Barcelona, 1997). / Archivo familiar Masoliver

Asociado al núcleo fundador del semanario Destino, órgano de la intelectualidad catalana afecta a los sublevados, que tras la caída de Barcelona reanudó su andadura de la mano de Josep Vergés e Ignacio Agustí, el editor, periodista y crítico Juan Ramón Masoliver perteneció al grupo llamado de los falangistas de Burgos, sede del gobierno provisional de Franco desde donde ellos y otros escritores y activistas, acaudillados por el entonces jefe nacional de Propaganda, Dionisio Ridruejo, planificaron la reconquista de Cataluña. Aunque aragonés de nacimiento, Masoliver, primo de Luis Buñuel, había vivido en Barcelona desde niño y se formó en la cultura catalana de anteguerra, que había alcanzado un desarrollo muy notable de la mano de una red literaria e institucional cuyo desmantelamiento fue prioritario para los jerarcas del nuevo régimen, empeñados en perseguir el uso de la lengua vernácula como parte de su política totalitaria. Cómplice y coautor de la misma, Masoliver no fue sin embargo, como la mayoría de sus compañeros de los tiempos de Burgos, un falangista al uso, ni por sus orígenes ni por su evolución posterior, minuciosamente abordados por Míriam Gázquez en un libro esclarecedor, introducido por Jordi Gracia, que traza un completo retrato del personaje y su trayectoria, de indudable relevancia en el panorama cultural de la dictadura.

La conexión con Ezra Pound fue decisiva en el itinerario de su confidente catalán

Como otros "vanguardistas de camisa azul", de acuerdo con la definición acuñada por Mechthild Albert en su monografía homónima, Masoliver había sido un hombre de ideas avanzadas en los años anteriores a la contienda, fundador de la revista hèlix (1929-1930), pionera del surrealismo en Cataluña, figurante y recensionista de L'Âge d'or (1930) y presencia habitual en las reuniones del grupo de Breton en París, ciudad en la que el licenciado en Derecho hizo un curso de Diplomacia y conoció a James Joyce. Pero fue en Italia, primero en Génova, en cuya universidad ejerció de lector, y después en Roma, fruto del contacto con Ezra Pound, de quien fue confidente y secretario personal, donde Masoliver recibió su mayor influencia. En efecto, la íntima conexión con el formidable autor de los Cantos, abiertamente comprometido con el fascismo, fue decisiva en su itinerario, pues de acuerdo con la tesis de Gázquez el intelectual catalán tuvo al poeta norteamericano como maestro, modelo estético y directo inspirador de una idea elitista y aristocratizante de la cultura, apoyada en los valores de la tradición, que informaría su acción en los años de la inmediata posguerra.

La excelente colección Poesía en la Mano revela el ideal de Masoliver como editor

Junto a Ridruejo, que lo había comisionado como director de la Oficina de Ocupación y Avance y después, tras la entrada de los nacionales en Barcelona, lo nombró jefe local de Prensa y Propaganda, Masoliver fue el artífice de una campaña en catalán que fue desechada por los militares, y esta y otras decepciones lo llevaron a distanciarse de las nuevas autoridades. En la editorial Yunque, fundada en el "año de la Victoria", dirigió la colección Poesía en la Mano, exquisitamente diseñada por Josep Janés e inaugurada por él mismo con una traducción de Dante. La colección, que acogería también su voluminosa antología Las Trescientas. Ocho siglos de lírica española (1941), señaló un hito al que Gázquez presta una atención detenida, por su cuidada excelencia y por lo que revela de su ideal como editor, presente en posteriores iniciativas como las revistas Entregas de Poesía (1944-1947) o la más tardía Camp de l'Arpa, ya en los setenta. Masoliver impulsó la reapertura del Ateneo de Barcelona y los premios Nadal y de la Crítica, participó en tertulias y academias y desempeñó un papel de primer orden, también en calidad de traductor de autores como Cavalcanti, Gadda, Calvino u Ortese.

Gázquez reconstruye el poco convencional perfil de un hombre tan carismático como disperso

El libro parte de una tesis doctoral y mantiene el rigor y la exhaustividad, pero Gázquez ha sabido convertirla en un interesante ensayo biográfico, precedido de un prólogo donde la investigadora cuenta su relación con la viuda de Masoliver, Emilia de Vega, y cómo gracias a ella pudo acceder a un archivo personal que conservaba información inédita, por ejemplo una copia enmendada de los estatutos fundacionales de FET y de las JONS, también abundante correspondencia y documentación referida a los proyectos editoriales. Todo ello permite reconstruir el poco convencional perfil de un hombre carismático que fue siempre, como dice Gracia, "a su aire, por libre", en cierto modo malogrado por un exceso de ímpetu. "Da pena que ese meteoro no trabaje con concentración y sosiego", anota Ester de Andreis que decía Ridruejo, de acuerdo con Pla, y en efecto, concede Gázquez, la dispersión de este "animal de lectura", como Masoliver se definió a sí mismo, ha jugado en contra de su reconocimiento. Lo que le da coherencia a su figura, concluye la estudiosa, haciendo suya la expresión que Jordi Amat aplicó a d'Ors, es su aspiración a ejercer un "selecto mandarinato", ya visible en la época de los ismos y vigente en los largos años en los que ejerció como crítico de La Vanguardia.

Dionisio Ridruejo y Masoliver en los años cuarenta. Dionisio Ridruejo y Masoliver en los años cuarenta.

Dionisio Ridruejo y Masoliver en los años cuarenta.

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