Laberinto | Crítica

El ‘blues’ del suicida

  • Burhan Sönmez retrata en 'Laberinto', a través de la historia de un hombre sin memoria, la amnesia colectiva de su país

Burhan Sönmez (Ankara, 1965).

Burhan Sönmez (Ankara, 1965).

Tras publicar Estambul, Estambul, ya dimos cuenta por aquí del escritor kurdo-turco Burhan Sönmez (Ankara, 1950), el hoy presidente del literario e influyente PEN Club Internacional.

Estambul, Estambul, de aire opresivo y carcelario (cuatro presos políticos esperan su ejecución en un lóbrego centro de detención), venía a ser una doble fábula. Por un lado, la indomable capital turca era descrita desde el overground, donde se reproducía su nerviosa mecánica como animal urbano. Pero, por otro lado, también nos introducíamos en su más siniestro underground, en los subsuelos del citado centro de detención, aunque no se especificaba a qué época política pertenecía.

Respecto a la literatura turca reciente, hemos reparado más de una vez en la tradición en la que se mueven no pocos autores. Todos ellos confluyen en una suerte de canon, donde el problema de la identidad, la opresión simbólica del estado y el nudo de las libertades individuales y colectivas emergen en diferentes obras.

Ahora, con Laberinto, Burhan Sönmez hace de la amnesia personal, la que padece un atractivo cantante de blues, una metáfora acerca de lo que está ocurriendo con la memoria colectiva en Turquía y ahora, también, en Ucrania. El protagonista, llamado Boratin, intentó suicidarse desde el puente del Bósforo que une la fotogénica Ortaköy con Beylerbiye. Recuerda Sönmez que hoy por hoy unos diez suicidas al año siguen arrojándose al Bósforo desde el puente, siguiendo la tradición de la que ya hablara Orhan Pamuk en sus memorias.

Boratin sobrevive a su suicidio, pero pierde la memoria, lo que le obliga a reconstruir su identidad. Suele deambular por un entorno ocioso –el Estambul cultural de los modernitos– y por un círculo de amistades que ahora le resulta ajeno. Muchas veces permanece recluido en su casa, que antaño perteneció a una familia griega (una Virgen con el Niño Jesús capta su atención).

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

La novela nos permite zambullirnos desde fuera en los pozos de la amnesia. Quien habla es a veces el músico de blues, pero otras veces es como si lo hiciera la propia mente, como ente autónomo, la cual intenta descifrar signos y relieves del mundo exterior. De ahí, decíamos antes, la fábula sobre la memoria colectiva que acaba imponiéndose a los individuos. El presente reclama su nueva textura a partir de un pasado que se reinterpreta.

En un curioso pasaje, mientras deambula por los garitos de Beyoglu, Boratin confunde la fotografía del hoy presidente Erdogan con la de un antiguo sultán otomano. Recuerda Sönmez que el gran escritor turco Ahmet Hamdi Tanpinar llegó a decir que bajo la época del sultán Abdülhamit II, tan venerado por Erdogan, “la gente se olvidó de la alegría”. A decir del escritor es justo lo que sucede hoy en Turquía. La amnesia de Boratin, provocada por su suicidio, es como otro nombre de la gran amnesia colectiva, que ha ido obrando en las mentes una idea existencial de nación y de pertenencia.

El argumento de Laberinto es menos importante que la reflexión a la que se llega por detrás de la trama. Los escenarios de la ciudad son importantes para Burhan Sönmez: “Si no eres capaz de crear una atmósfera, la historia no significa nada”.

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