Cultura

El libro infinito

  • En una obra justamente legendaria, el alemán Eric Auerbach apabulla y conmueve en su personal recorrido por las cimas de la literatura occidental.

MIMESIS. LA REPRESENTACIÓN DE LA REALIDAD EN LA LITERATURA OCCIDENTAL. Erich Auerbach. FCE, 2015, 560 páginas. 22 euros.

Al final de este justamente legendario libro, Auerbach, tras cerrar el capítulo sobre Virgina Woolf, Proust y Joyce, más de 500 páginas después de haberlo comenzado con la exégesis del fragmento del regreso de Ulises y su reconocimiento por la nodriza Euriclea en la Odisea, expone el motor paradójico de su desmesurada aventura erudita: nunca se hubiera atrevido a semejante desafío -nada más y nada menos que una historia de la representación de la realidad (y por lo tanto de los estilos) en la literatura de Occidente- si no se hubiera hallado en las condiciones en el exilio de Estambul durante la Segunda Guerra Mundial, sin acceso a ninguna biblioteca importante, es decir, sin poder refrescar lo leído pero por ello liberado del peso del escrúpulo académico, de las toneladas de literatura secundaria que hubieran paralizado el ánimo de cualquier filólogo ante semejante desafío.

Así termina entonces Mimesis, con el especialista en lenguas romances señalando cómplices entre los nombres señeros de la literatura moderna, escritores que supieron responder con su prosa alambicada a un contexto socio-político volatilizado en fragmentos, para lo que transformaron al autor objetivo y externo en una polifonía de voces donde tenían igualmente cabida los "espíritus sin nombre". Auerbach, a su vez, venía de hacer algo parecido: recopilar fragmentos, espigar de entre la multiplicidad dinámica de la literatura europea una serie de textos -viejos amigos a los que rendir periódicas visitas-, para leer (y escuchar) con atención lo que podían decirle de la persona y la época que los alumbró. Como aconsejara el filósofo Wittgenstein a los mediadores en la enseñanza del arte, aquí se trata de mostrar, de hacer ver, poniendo una cosa al lado de otra, para mejor atender tanto a lo que se transforma y cambia como a lo que se deposita como sedimento.

Armado de una prodigiosa memoria y de un don hermenéutico para relacionar libros y mundo, Auerbach atesoraba igualmente los frutos de la formación filológica prusiana -historia, literatura, derecho e idiomas (latín, griego, hebreo, provenzal, italiano, francés, español, inglés y alemán)-, un entrenamiento de años que hoy día nos cuesta imaginar y que explica la rara posibilidad de un libro tan erudito y personal como Mimesis. Desde este núcleo y con estas habilidades, a lo que es preciso añadir la fe judía y, como recuerda Edward W. Said en el extenso posfacio de esta reimpresión, la experiencia de una Europa desunida y en guerra de aniquilación, el escritor se lanza con alarmante naturalidad a un minucioso ejercicio de literatura comparada en busca de un relato plausible de la evolución en la representación realista literaria; un relato, más bien, de las paulatinas conquistas (y también de alguna que otra regresión) en el deseado reflejo fidedigno y problemático de la cotidianidad, desembocadura humanística del esfuerzo creativo según Auerbach.

Partiendo del minucioso Homero y del mundo clásico como aquel de la separación de los estilos, donde lo elevado y trágico sólo acogían a nobles y dioses mientras el modo ordinario era el elegido para lo cómico y lo mundano, Auerbach construye su libro abriendo cada capítulo con un fragmento que anuncia un nuevo autor y por lo tanto una nueva perspectiva estilística sobre el contexto vital. Y en esta paulatina densificación y complicación de la presentación dramática de la realidad, el autor orbita alrededor de una sucesión de hitos que va a marcar el devenir de la literatura: primero, en el gran contraste con el mundo antiguo que deparan el Antiguo y Nuevo Testamento, la cuna de un "trasfondo" misterioso y contradictorio que en la Biblia dará nacimiento a la necesidad hermenéutica y, además, la fuente de la narración que destronará la separación de estilos clásica, la de la pasión del hijo de un carpintero que inaugura un modo elevado donde lo cotidiano -y hasta lo feo- tiene cabida; segundo, en el "milagro inconcebible" que supone el italiano de Dante, su inigualable e inaudita riqueza estilística que recoge la tradición cristiana y la desencaja mediante la fuerza de sus imágenes: una nueva mezcla de sublimidad y bajeza donde brilla una representación de la realidad básicamente humana que si bien encajada en lo eterno e inmutable "antepone la imagen del hombre a la imagen de Dios"; y tercero, en el despertar del realismo trágico moderno por una común conmoción, la del mundo que nace a partir de las revoluciones del siglo ilustrado: Stendhal, Balzac, Flaubert o Zola. Irrupción de la seriedad trágica y existencial del realismo que encontraría su versión más depurada y auténtica en Proust, Woolf o Joyce.

Esta rauda descripción de Mimesis hace poca justicia a un libro que se solaza en textos escondidos o casi olvidados así como en algunas de las obras más reconocidas de la historia de la literatura, de Petronio a Villon, de Boccaccio a Molière, de Rabelais a Cervantes... Su lectura apabulla y conmueve a partes iguales, pues en ella se admira el arrojo intelectual tanto como el precioso ideario que lo moviliza y que resplandece en especial cuando el escritor habla de los libros y los mundos históricamente más cercanos: en Auerbach escribe el sabio judío en el exilio turco después de abandonar una Alemania cuyas plumas más ilustres llevaban tiempo sustrayéndose del presente; también el humanista que, como advierte Said, posee una "misión europea (y eurocentrista)", y responde a ella ensayando una posibilidad de entendimiento entre contrarios, un más allá de las enconadas luchas entre culturas, religiones y nacionalismos que sólo se puede vislumbrar desde el optimismo y la generosidad.

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