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El linaje del honor

  • Alianza recupera el monumental ensayo de Ivan Morris sobre la tradición japonesa del sacrificio como expresión de heroísmo

Considerado uno de los máximos especialistas mundiales en la historia de la cultura japonesa, Ivan Morris (1925-1976) fue traductor al inglés de las obras de Mishima y de otros muchos autores nipones de la literatura clásica o contemporánea -también participó como intérprete en la delegación que los Estados Unidos enviaron a Hiroshima después del lanzamiento de la bomba atómica o en la fundación de la sección norteamericana de Amnistía Internacional- y dedicó toda su fecunda carrera profesional al estudio de las culturas del Extremo Oriente. En castellano hay disponible una excelente monografía suya sobre el periodo Heian, El mundo del príncipe resplandeciente (Atalanta, 2008), donde el profesor británico explicaba los logros de una sociedad extraordinariamente refinada que se adelantó en cinco siglos al Renacimiento europeo. A dicho periodo pertenece la formidable Historia de Genji de Murasaki Shikibu, recientemente traducida al castellano aunque ninguna de las dos versiones, ni la de Atalanta ni la de Destino, está volcada directamente del original.

"Mishima Yukio me comentó una vez que la admiración que yo profesaba por la belleza de la Corte japonesa y por el apacible mundo de Genji ocultaba hasta cierto punto el lado más trágico y cruel de su país", escribió Morris al frente de este excepcional ensayo que dedicó a la memoria de su amigo, el malogrado autor de Confesiones de una máscara, de quien le separaban -nos dice- las ideas políticas, pero a quien quería y admiraba sinceramente. Cuando Mishima, tras el fracaso del pronunciamiento que acabaría costándole la vida, emprendió el camino sin regreso del seppuku o suicidio ritual, Morris se propuso abordar el relato de los héroes trágicos de la historia de Japón, que habían empezado a fascinarle, según nos cuenta, durante la Segunda Guerra Mundial. "Esta simpatía natural que Mishima sentía por los perdedores valerosos no representa ninguna singularidad de su carácter, sino que tiene hondas raíces entre los japoneses, pueblo que siempre ha reconocido la gloria especial que depara el sacrificio sincero e inútil". El sacrificio de Mishima fue inútil, desde luego, y puede que también sincero, pero no cabe ocultar que estuvo peligrosamente cerca de la bufonada tragicómica. Por otra parte, da vértigo pensar en lo que habría podido ocurrir si hubiera prosperado su beligerante propuesta neoimperialista.

Volvamos por lo tanto a la Historia, a los héroes del pasado que inspiraron a Mishima y a otros nostálgicos de las glorias de antaño. ¿Quiénes son los protagonistas de estas "vidas breves y agitadas, marcadas por el esfuerzo"? Hombres incapaces de someterse a las maniobras que garantizan el éxito, que prefieren desafiar el sentido común a ceder en sus principios, para los que morir en el combate -o llegado el caso quitarse la vida- es más honroso que sobrevivir en la derrota. Hombres que emprenden batallas desesperadas, seguros de que su valeroso ejemplo no será echado en el olvido. Modelos de la épica de todo tiempo, sólo que en Japón ha predominado, sobre el culto de las grandes victorias, la exaltación del divino fracaso.

El príncipe Yamato Takeru (siglo IV), "arquetipo del eterno héroe japonés, solitario y patético". El guerrero Yorozu (s. VI), escudo del Emperador, el primer suicida del que se tiene noticia en los textos. Arima no Miko (s. VII), el llamado príncipe de la melancolía. Suguwara no Michizane (ss. IX y X), dios de los fracasos, uno de los pocos que murió en la cama. Minamoto no Yoshitsune (s. XII), el perseguido, "perfecto ejemplo de derrota heroica". Kusunoki Masashige (s. XIV), "parangón de los mártires caídos por lealtad" y uno de los máximos exponentes de la ética samurái. Amakusa Shiro (s. XVII), el Mesías japonés, joven protagonista de una inverosímil insurrección cristiana. Oshio Heihachiro (s. XIX), otro rebelde vencido, admirado por Mishima pese a su perfil más o menos izquierdista. Saigo Takamori (s. XIX), líder inicial de la Revolución Meiji y posterior traidor a la misma, derrotado, decapitado y "rehabilitado por el mismo gobierno al que había intentado derrocar". Personajes venerados que encarnaron distintos idearios pero cuyo ejemplo ha ejercido una influencia casi sagrada en la cultura japonesa.

Es discutible la inclusión de los kamikazes del siglo XX, que cierra la colección de semblanzas, en esta saga monumental. Siendo cierto que aquellos desdichados mártires -o el propio Mishima, obsesionado con la decadencia espiritual del Japón contemporáneo- se sentían herederos legítimos de los antiguos héroes de la tradición, sólo desde una perspectiva demasiado laxa -o complaciente con el nefasto militarismo del Imperio del Sol Naciente- pueden ser hermanados con los antepasados a cuyo ejemplo solían remitirse, a la hora de perpetrar crímenes que difícilmente pueden considerarse gloriosos actos de guerra. Los episodios del moderno imperialismo totalitario, claramente contaminado por el virus fascista, no merecen acogerse a esta tradición milenaria en la que tendrían un encaje problemático. "Las generaciones venideras decidirán si Mishima entra a formar parte del catálogo de figuras heroicas o si fue sólo un demente (kigisahai)". Morris, que sabía de lo que hablaba, tuvo claro que su amigo merecía figurar en ese catálogo y para demostrarlo escribió este libro admirable. El libro merece la pena, la cuestión de fondo sigue en el aire.

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