Manuel Jabois | Periodista y escritor

"En el periodismo hay muchos que por donde pasan ni limpian ni manchan"

  • El gallego publica 'Miss Marte', una historia de intriga sobre la desaparición de una niña que es, también y sobre todo, una reflexión sobre la familia, el amor y la amistad (y su erosión)

  • El autor presentará esta semana su obra en la Feria del Libro de Tomares

Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 1978), durante una visita a Sevilla en septiembre de 2019.

Manuel Jabois (Sanxenxo, Pontevedra, 1978), durante una visita a Sevilla en septiembre de 2019. / Belén Vargas

"Yo quería escribir de una boda, de una que acaba mal, y de repente, en los restos de la fiesta, cuando ya está amaneciendo, con esa luz que tal como han ido las cosas resulta triste, aparecen las luces de un coche de la Policía". Con esa imagen, y con la de una novia de la que "se dijo –como se lee en la frase inicial del libro– que había aparecido en su propia boda de blanco como si estuviese metida en una secta" –"y claro: de blanco van todas las putas novias, entonces por qué alguien dice eso, ¿no?"–, escribió Manuel Jabois unos pocos párrafos, sin saber aún qué historia sería, ni siquiera si acabaría siendo una historia como tal. Lo fue: es la de Miss Marte, su segunda novela tras Malaherba, publicada también por Alfaguara. El autor presentará su obra el próximo domingo, a las 13:00, en la Feria del Libro de Tomares.

Llegó luego el tono –"lo encontré, y me puse muy contento, cuando se me ocurrió que la historia la contaría una periodista que, 25 años después, va al pueblo para rodar un documental sobre lo que ocurrió", dice– y por fin la historia, una trama que se lee de un tirón y que guarda en su tramo final uno de esos giros que no sólo causan sorpresa, sino que otorgan además a todo lo leído anteriormente otra textura: la de una niña que desaparece misteriosamente durante una boda que es la comidilla de un pueblecito en la Costa de la Muerte, y la de su madre, una muchacha impredecible, divertida, salvaje y pelín desequilibrada que se enamora fulminantemente del hijo de un empresario del lugar y se convierten –ella y esa súbita relación amorosa– en el entretenimiento de todos los vecinos.

Al otro lado del teléfono, Manuel Jabois, estrella del periodismo nacional, reconoce que tras la experiencia con Malaherba, una historia de niños que se inician en las amargas verdades del mundo adulto ambientada en Pontevedra, su debut en la ficción, comienza ahora a creer más en sí mismo y a tener "más autoestima como novelista, porque crónicas y reportajes llevo 25 años haciéndolos, pero novelas no". "Y no dejan de ser novelas fronterizas", dice el gallego sobre los vínculos entre aquel libro y Miss Marte, en la que retrata la irrupción del amor y no pocas decepciones en la etapa de la adolescencia y la primera juventud. "En Malaherba el niño se hace mayor de repente, a golpes, y en ésta digamos que a los chavales no les dejan ser adultos. Me resultó cómodo escribir sobre esas dos etapas de la vida porque evidentemente yo las he vivido, no en esas mismas circunstancias, claro, pero sí en el plano de las emociones de las que yo quería hablar: el descubrimiento del sexo, de la muerte, del amor, la familia, los secretos, y todas las familias tienen algunos porque de lo contrario no sobrevivirían unidas, la amistad y algo muy doloroso: la erosión de la amistad hasta su desaparición...".

De algún modo, Miss Marte es también la historia de cómo dos mujeres ponen patas arriba, cada una a su manera, un pequeño universo, con su coro de voces masculinas, fascinadas y atribuladas al fondo, o más bien al lado, mirándolas embobados. Una es Mai Lavinia, la muchacha bala perdida que a comienzos de los años 90 arriba como un huracán a Xaxebe, con una niña de dos años de la mano; la otra es Berta Soneira, una joven periodista de trayectoria fulgurante y personalidad arrebatadora, que en el presente acude a ese mismo enclave para tratar de averiguar qué había detrás de esa desaparición que décadas atrás acaparó horas y horas de programas de televisión, para caer finalmente en el olvido sin que nada se resolviera. Esta cierta intriga le da pie a Jabois para elaborar una magnética galería de retratos de tipos humanos y en última instancia –"porque la novela tiene varias capas"– para reflexionar sobre la noción de verdad. Sobre qué es exactamente la verdad, si tal exactitud fuera posible, y sobre si es conveniente, a veces, no contarla aunque se haya accedido a ella.

"A mí me interesaba hablar de lo que Berta Soneira llama las verdades piadosas. Es decir, algo que se te dice en un momento dado para calmarte o para satisfacerte pero que a la larga seguramente te hará daño. Podríamos llamarlo también las verdades adultas, porque de lo que hablo también en la novela es de ese momento en el que empiezan los engaños más delicados", dice Jabois, que aborda en la novela –la propia Soneira, como decíamos, comparte profesión con él– no pocas consideraciones sobre el periodismo y su peculiar ecosistema. "Yo no diría que el estado actual del periodismo es malo sin paliativos, como algunos mantienen. Este oficio fue siempre muy delicado porque trata cuestiones muy delicadas como contar las cosas como son, y uno va entendiendo pronto, a poco que se interese, que contar las cosas como son depende de muchos factores, muchas presiones, muchos sesgos y prejuicios. El principal problema del periodismo, más allá de que muchos injustamente al oír periodismo se imaginen a un tertuliano dando voces en la televisión, es la precariedad de los periodistas, y ya sé que yo hablo desde una posición privilegiada. Y oye, se puede hablar también de un tipo de lector que no ayuda, que es el lector que abronca a su periódico porque no publica las cosas que él quiere leer, ese tipo de lector hooligan que abre el periódico como quien va al fútbol".

Hay un personaje en la novela, tangencial y divertidísimo, el director Ventín, al frente de un esforzado periódico local, que se lleva las manos a la cabeza y exclama "menuda faena" cada vez que un redactor le lleva al despacho una primicia. "Hay muchos ventines que no quieren mancharse las manos ni los zapatos, tipos que por donde pasan no limpian y tampoco manchan. Pero no me parece comparable con el caso del rey emérito –pues le preguntamos si el problema con Juan Carlos I fueron también en gran medida los ventines que, sabiendo, callaron–: una cosa es detestar la actualidad, no querer complicarse la vida, y otra saber lo que estaba ocurriendo y decidir ocultarlo por fidelidad a la Corona o por estabilidad institucional o por cualquiera de esos sintagmas que intoxican el periodismo".

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