La máquina de los deseos | Crítica

Historias sobre historias

  • En ‘La máquina de los deseos’, Sofía Rhei propone una celebración gozosa del arte de la ficción

La autora Sofía Rhei (Madrid, 1978).

La autora Sofía Rhei (Madrid, 1978). / D. S.

Conocida más que de sobra en los círculos de literatura fantástica, Sofía Rhei (Madrid, 1978) ha pulido sus herramientas en todas las longitudes de onda imaginables: la literatura para niños (El misterio del dodo y otros), literatura para no tan niños, literatura para esos niños grandes que llaman adultos (Espérame en la última página, La importancia del quince de febrero), dentro de la cual se incluiría la literatura especulativa, quizá su especialidad y aquella en que ha sido capaz de alcanzar sus logros más personales (Newropía, Róndola). Sobre todo este elenco de títulos planea un concepto común de escritura, que emparienta a Rhei con ciertas autoras de fuera de nuestras fronteras, eminentemente anglosajonas; un sentido del texto que se traduce en primer lugar en goce para el lector pero que no descuida las sutilezas estilísticas o argumentales. Como practicante de lo fantástico, Rhei propone una versión nacional (hasta donde ello es posible) de las construcciones, siempre teñidas de ambigüedad e ironía, de artistas de la talla de Angela Carter o Margaret Atwood, por no mencionar a clásicos como Terry Pratchett y Roald Dahl. Es obvio que ella se siente tan a gusto en ese parque temático, el de esos iconos de referencia, que ha decidido dedicarles un libro expreso.

Pues eso constituye en primer lugar La máquina de los deseos, un homenaje, o varios homenajes a la vez. El más visible es el personal: Carter, Pratchett, Perucho o Dickens, entre otros, aparecen con sus propios nombres y su carne y su hueso como protagonistas de algunos de los relatos que pueblan el volumen, responsables de universos particulares que cada texto intenta recrear a su modo. En este sentido, la lista supone una especie de inventario de las principales influencias de la autora, de los maestros que la animaron a dedicarse a la profesión y la siguen alentando en las sombras, y que no son otros que los clásicos irrompibles del género. Al apropiárselos, Rhei nos ofrece indirectamente una poética, un mapa de la ficción propia, el conjunto de coordenadas y patrones con los que desea que se la mida.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Pero el homenaje es también de otro signo, quizá más íntimo y valioso. La máquina de los deseos consiste en un conjunto de ocho límpidas narraciones sobre un objeto que el título general ya insinúa, el arte de satisfacer los anhelos, de alcanzar lo que buscamos, de trasponer la membrana antipática que separa esta cosa manoseada y trivial, la realidad, de lo que la trasciende. Ese arte radica, sencillamente, en la capacidad de contar historias. La máquina de Rhei es un conjunto de historias que versan sobre historias: sobre de qué modo el relato, en cualquiera de sus variantes, nos vertebra como individuos y nos ayuda a estructurar el universo que se despliega a nuestro alrededor; sobre cómo él y sólo él es nuestra memoria, nuestro destino, el tuétano de cuanto de personal y humano hay en nosotros. Desde esta perspectiva, la antología adopta el sesgo de una inmensa celebración de la ficción, de una toma de partido radical y gozosa por una labor que tal vez la ceguera digital amenace cada vez más pero que no tiene más remedio que prevalecer, la de inventar, la de crear mundos alternativos que den grosor y sentido al nuestro.

Por ello, no en vano muchos de los relatos del volumen discurren en futuros distópicos, en presentes oscuros donde la imaginación ha sido relegada a detrito por la ubicuidad de la tecnología y sus secuaces. Así, un Perucho timorato cuela artículos de contrabando en una enciclopedia bajo la desconfianza de editores tiránicos (Las puertas secretas de Barcelona), una niña sufre un síncope al entrar en contacto con una forma de narración polisensorial que activa resortes ocultos del cerebro (El crujido de la cereza al romperse), o, en el que quizá sea mi favorito, otra niña descubre su vocación de escritora al recibir el mensaje de una muñeca aprisionada en una urna (El libro pequeñito). En cualquier caso: aparte de un himno al arte milenario de contar, una ocasión más que perfecta para conocer a una de las autoras más originales y versátiles de nuestra literatura reciente, de la que, seguro, todavía nos queda muchísimo por leer.

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