Cultura

La mirada precisa de Eloy Tizón

  • Personajes a la deriva, que han perdido el control de sus vidas, pueblan los relatos de 'Técnicas de iluminación', la vuelta a la ficción del autor madrileño tras un paréntesis de siete años.

Técnicas de iluminación. Eloy Tizón. Editorial Páginas de Espuma. Madrid, 2013. 168 páginas. 16 euros.

El cuento está de enhorabuena tras el Premio Nobel concedido a la canadiense Alice Munro y, en nuestro contexto, gracias al regreso tras siete años sin publicar ficción de un maestro del género como Eloy Tizón (Madrid, 1964), que presenta ahora con Páginas de Espuma Técnicas de iluminación. El autor, con cierto laconismo, reconoce "que soy bastante lento escribiendo, como resulta evidente. Lo que escribo, mejor o peor, es una prosa cuidada, trabajada. Dejo poco espacio a la improvisación. Por otro lado no vivo de la literatura sino de las clases que imparto en Hotel Kafka y la Escuela de Escritores de Madrid, que exigen horas y energía. Sumas las dos cosas y da un tiempo de publicación más demorado de lo habitual".

Velocidad de los jardines, publicado hace más de 20 años en Anagrama, le convirtió de modo gradual en el referente de varias generaciones de cuentistas españoles. "No tuvo un reconocimiento inmediato, ha ido calando como lluvia fina, adquiriendo presencia con el tiempo, y eso me ha venido muy bien porque me ha quitado presión", revela en esta entrevista en la librería Birlibirloque, antes de iniciar un encuentro con el club de lectura del CAL. En su nueva obra, su dominio narrativo alcanza cotas de madurez inauditas. Aunque los mitos de hace dos décadas -Proust, Nabokov, Cheever y la literatura latinoamericana- siguen en su sitio, las experiencias y el tiempo han matizado y ahondado esas querencias, dejando espacio a las autoras, como la Woolf, que reivindica en varias de las citas que introducen estos diez cuentos. "Djuna Barnes, por ejemplo, ha sido otra escritora fundamental en mi formación. Leí de joven El bosque de la noche y me fascinó".

El afán de gratitud hacia "sus" maestras tiene también que ver con el mayor peso de lo femenino en estos cuentos, varios de los cuales protagonizan mujeres, como sucede con Ciudad dormitorio, una de esas piezas perfectas que por sí solas justifican la posición de Tizón en la narrativa breve en español. Esta historia de una joven a la que su jefe le pide que custodie una caja, pero que nunca la abra, empieza con apuntes de realismo social para desplazarse poco a poco hacia lo fantasmagórico. El recorrido del sótano oscuro a la luz de esta heroína empeñada en mantener su palabra marca ese tono de liberación, de pelea contra la desdicha, que agita toda la obra.

Tizón quería que su nuevo libro se apoyara en dos pilares: por un lado, en la mirada al presente -"para dar testimonio del momento que estamos viviendo, con sus sombras más que luces"- y por otro, que rozara levemente la literatura fantástica y bordeara un territorio más espectral.

El resultado es una mezcla de texturas, de elementos dramáticos e irónicos, donde unos personajes a la deriva tratan de recuperar el control de sus vidas. Los relatos, en lugar de piezas cerradas de principio a fin, van mutando y modificándose como criaturas vivas. Una transformación especialmente evidente en los varios relatos que dedica al tema de la pareja, "la relación fluida por excelencia, y más en esta época, donde apenas se dan las alianzas icónicas. Las parejas duran menos y esto es parte del presente que nos ha tocado vivir, por lo que la literatura debe reflejarlo. No desde una mirada necesariamente pesimista. Para mí hay que dar cuenta de ello con cierta ironía y ternura, descreyendo de los cuentos de hadas y la narrativa Disney, con un punto de realismo".

En esa voluntad se encuadran relatos como Manchas solares, su retrato de una separación con las confusiones y mudanzas que ello genera. Un texto no exento de comicidad y detalles locos, como los relojes de carrillón que la mujer se lleva consigo, congelando el tiempo. Lo que inicialmente se plantea como un relato sobre la soledad, un tema afín a su producción, de pronto se convierte en una historia profundamente humana sobre la reconciliación y el perdón.

Para el protagonista de otra historia de parejas en crisis, Los horarios cambiados, "escribir es lo contrario del hogar". Aunque la literatura para Tizón no es necesariamente un lugar inhóspito, sí conlleva colocarse en un espacio de cierta incomodidad. "Para mí escribir significa explorar y sacar a la luz elementos de ti mismo que a lo mejor no te gustan, mirar la cara menos amable del mundo en que vivimos, salir de tu zona de confort. Hago ese trayecto como autor e invito al lector a que me acompañe, apelo a su complicidad para que construya la historia".

Tal vez esa voluntad anime los pequeños secretos que quedan sin aclarar en muchos de los relatos, como la propia caja de Ciudad dormitorio, en cuyo interior se escucha tímidamente algo parecido a un llanto. "Cualquiera que sepa un poco de narrativa entiende que es imposible abrirla porque cualquier cosa que haya dentro te va a decepcionar. Esa enseñanza nos la dio Buñuel cuando en Belle de jour saca una cajita que llevaba un marinero japonés: todas las chicas observan lo que contiene y les provoca repulsión salvo Catherine Deneuve, que lo mira fascinada".

En la tradición literaria española el realismo ha pesado mucho pero en los últimos años ha ido surgiendo una mayor valoración de lo fantástico. Eloy Tizón se mueve entre esas dos aguas, y su mirada intenta traspasar lo aparente buscando ángulos más sorprendentes de la realidad donde intervienen la poesía, el humor y el drama, elementos con los que logra un insólito equilibrio. "Me gusta mucho narrar en el sentido de contar historias pero no de la manera convencional, eso me interesa poco. En la narrativa hay un margen considerable para introducir elementos que no son puramente narrativos pero que le dan riqueza al texto y la poesía, que para mí tiene que ver con la precisión de la mirada, es uno de ellos. Cuando un escritor es capaz de escribir algo con precisión, aunque sea sobre un paraguas o un cenicero, está haciendo poesía".

De ahí que le preocupe cada vez más que el relato se salga de la pura mecánica de contar historias. "A estas alturas de la evolución literaria podemos mezclar un poco. Me interesan los autores como María Zambrano, que no es una narradora al uso pero combina poesía y pensamiento. Esos terrenos un poco contaminados me parecen muy fértiles a la hora de escribir".

En El cielo en casa, relato trufado de estrofas de la canción Il cielo in una stanza de Gino Paoli que popularizó Mina, tema que la protagonista tiene constantemente en la cabeza, nos enfrenta a un pulso entre la juventud y la madurez, la inocencia y cierta maldad, para plantear el precio que se es capaz de pagar por amor. La Historia de una pintora embarcada en una relación desigual con su galerista, por la cual renuncia al arte, ilustra la lucha entre los espacios de poder que se dan en todas las parejas.

Alrededor de la boda es el único de los relatos que se sale del tono general, con una estructura más ortodoxamente narrativa, en este volumen que se abre con Fotosíntesis, un cuento sin argumento basado completamente en la voz, "con un cierto vagabundeo digresivo", y que ya avisa al lector de que en estas 163 páginas nada es lo que parece: ni completamente dramático, humorístico ni lírico.

En el relato final, Nautilus, donde habla muy cerca de la muerte, Tizón se adentra en terrenos inéditos en su escritura que tal vez avanzan lo que está por llegar en futuras entregas. Hasta ese momento, quedan estas Técnicas de iluminación, fascinantes historias que parecen estar escritas por capas, que nunca resultan obvias ni convencionales, dejando a su paso una sensación de gratificante honestidad. Él, con modestia, explica así esa percepción: "Tengo la sensación, sin ninguna vanidad, de que sólo las podía haber escrito yo y en este momento de mi vida".

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