De libros

Un pastiche ilustrado

  • 'Livingston nunca llegó a Donga'. Alfonso Vázquez Rey Lear. Prólogo de Luis Alberto de Cuenca. 133 páginas. 10,40 euros

En Livingstone nunca llegó a Donga confluyen diversas tradiciones literarias, no todas humorísticas, que van desde aquel mundo al revés, el mundo carnavalesco del Arcipreste y Rabelais, a la literatura colonial de finales del XIX y primeros del XX. Entre medias habría que mencionar los severos estudios etnográficos que se urdieron en las grandes metrópolis, así como una modalidad satírica que inician Las cartas persas de Montesquieu y cuya cima, en la era de las grandes travesías, no es otra que Los viajes de Gulliver de aquel irlandés brillante y compasivo que fue Swift.

Bien es cierto que este opúsculo de Alfonso Vázquez parece emular aquellos cartapacios ilustrados, cuya función era ordenar los saberes dispersos sobre una geografía remota. Sin embargo, no debemos olvidar la malvada didáctica del barón de la Brède y el capellán Swift al fabular países remotos y sociedades atípicas o variopintas; pues fue así, mediante el recurso al absurdo, a la inversión de valores, heredada del viejo Carnaval del Medievo, como estos autores pudieron criticar las poderosas monarquías de su tiempo. De igual modo, la épica colonial de Livingstone, glosada por Stanley, queda reducida aquí a su exacta y accidentada condición turística. Con todo, Livingstone nunca llegó a Donga cumple su función de espejo cultural y nos muestra a una pequeña república centroafricana donde sólo se ve cine en blanco y negro (las series actuales están prohibidas por motivos humanitarios) y donde la política se ejerce mediante un estricto matriarcado. También hay animales extraños y una selva impenetrable que impide conocer la flora dongalesa. Sin embargo, todo toca a su fin, y la independencia de esta colonia británica llegó tras comprobarse que el azúcar de Donga era el origen de una insólita profusión de caries en la metrópoli. Con lo cual, los dongoleses disfrutan desde entonces de un apacible olvido y de la arcádica ignorancia que se recoge en estas páginas.

Ignorancia no sólo concerniente a la aviación, las ciencias o las artes; también a los deportes o la leva y adiestramiento de un ejército. Y ello retratado para la posteridad, para los anales de la Etnografía y la Historia, con un humor sencillo, inofensivo, cordial, impropio quizá de las virtudes de un etnógrafo.

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