España invertebrada | Crítica

El periodista y el filósofo

  • Se cumplen cien años de uno de los ensayos más conocidos y con mayor y más inmediata repercusión del gran filósofo español José Ortega y Gasset, su 'España invertebrada', que vio la luz como libro en mayo de 1922

Imagen del filósofo español José Ortega y Gasset. Madrid, 1883-1955

Imagen del filósofo español José Ortega y Gasset. Madrid, 1883-1955

Con cierta recurrencia, suele minusvalorarse la estatura de Ortega y Gasset, bien sea por su estilo florido, émulo del de Rubén, bien por cierta superficialidad, entre humorada y frívola (según Azaña, Ortega no tenía ideas, sino ocurrencias), que el filósofo madrileño aplicó con maestría en la hora mayor del periodismo español. Esto es, en las primeras décadas del XX. Lo cierto es que Ortega y Gasset supo “tocar” todos los temas que la modernidad ofrecía, con no poca capacidad de avizoramiento, y exponerlos ante un público que quiso educarse de esta manera sumaria y urgente, pero de extraordinaria altura, que ponía a la sociedad española en conexión con la mejor Europa.

Esta obra se forma con artículos publicados en 'El Sol', luego reformados y completados por el maestro

España invertebrada se publicó en mayo de 1922 -¡hace ya un siglo!- con artículos publicados en El Sol, luego reformados y completados por el maestro. Los detractores del pensamiento orteguiano encontraran, sin duda, nuevos o viejos motivos para la queja. Por ejemplo -esto lo digo yo-, cierto fisiologismo, traído de Mommsen, pero que también podría venir de Mauricio Maeternich, que equipara la historia de un país o de un imperio con el desarrollo de un organismo vivo. A esto cabría añadirle cierta facilidad para generalizar, que no siempre fue útil a sus indagaciones. Hay sin embargo, tres hechos incontestables en este contestado ensayo, de inmediata repercusión en la España de aquel entonces: la atención al hecho separatista, su correcta identificación como fenómeno histórico y su oportuna vinculación a la existencia misma, a la apetencia misma de la masa. También su natural propensión a la “acción directa” y al “pronunciamiento”, de la que hoy tenemos un conocimiento próximo.

Que este “ensayo de un ensayo”, como lo llama el propio filósofo, tenga una vaga deuda con el 98 y su idealización de Castilla; que esta España invertebrada acaso no acierte con las razones últimas de tales procesos, no dice nada contra la perspicacia del pensador, cuyo temor al creciente autoritarismo que infestaría Europa (autoritarismo de la masa nacional o la masa proletaria) quedaba recogido, con anticipación, en estas mismas páginas. Unas páginas, como ya supondrá el lector, de vertiginosa y envolvente lectura, fruto de una inteligencia apasionada y fértil. Y en verdad, de una de las grandes inteligencias del XX.

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