José Antonio Moreno Jurado. Poeta

"Mi poesía no se tuvo en cuenta en absoluto... pero sí la de Fedro"

  • El profesor y traductor sevillano reedita, más de 30 años después, el poemario que escribió haciéndose pasar por el célebre personaje platónico.

Fedro, aquel personaje que apareció en los diálogos de Fedro y El banquete, un muchacho hermoso y de espíritu algo alocado al que le gustaba especialmente hablar sobre el inacabable misterio del amor, vivió también fuera de los textos de Platón, se hizo mayor, conoció la experiencia de sentirse en ocasiones más cerca de la muerte que de la vida y su ánimo se tiñó, por tanto, de cierta melancolía, de cierta tristeza. Aunque siguió el resto de su vida entregado a la ensoñación y al recuerdo constante del amor del que una vez disfrutó, y de todo ello dejó constancia en una docena de poemas que eran como mensajes en botellas arrojadas a las aguas atenienses del Iliso, hoy un río completamente seco, inexistente ya, con la esperanza de verlas llegar muy lejos, hasta las orillas de Tarsis, en la actual Sevilla.

O no...

Ese fue, en cualquier caso, el juego literario que propuso en 1979 el poeta y profesor sevillano José Antonio Moreno Jurado en Fedro, publicado en aquellos días por sello del librero José Manuel Padilla, a modo de juguetona y sofisticada impugnación del "vergonzante desconocimiento de la tradición griega" que a su juicio evidenciaban los versos llenos de "petulante cursilería" de muchos de los poetas de aquellos tiempos. En aquel poemario el autor, enmascarado tras su heterónimo algún tiempo después de ganar (en 1973) el prestigioso premio Adonais por Diritambos para mi propia burla, quiso no sólo denunciar de alguna manera aquella triunfante impostura poética que él percibía a su alrededor, sino también matizar su propio estilo, que como él mismo observa se orientó cada vez más hacia el "adelgazamiento de la expresión" y "la concisión del sentido". Pero también -y seguramente sobre todo- le sirvieron, aquellos poemas, para expresar algunas de sus conviccciones más íntimas sobre la experiencia amorosa.

"En los 70 hubo un montón de corrientes, que no llegaron en ningún momento a ser movimientos y que no recibían nombre entonces pero que se podían ver como venecianismo, por ejemplo los que imitaban a autores italianos, o alejandrinismos, los que tiraban más hacia Kavafis... Hubo un grecismo en aquel momento, tanto geográfico como cultural, que a mí me parecía que en realidad falseaba el espíritu griego. Y por eso, acordándome de lo que habían hecho Pessoa o Machado, me inventé un heterónimo, en mi caso para reivindicar una forma distinta de comprender a Grecia, una cultura clásica que estuviese viva, que fuese más real y más profunda. Y de ahí nació el personaje Fedro, que acabó confundiendo a prácticamente todo el mundo", dice Moreno Jurado, que acaba de reeditar en La Isla de Siltolá, gracias al persuasivo entusiasmo de su amigo Jesús Aguado y a la complicidad de Javier Sánchez Menéndez, esa obra de hace más de 30 años, ahora en edición bilingüe -con traducción al inglés de Pablo Álvarez, viejo alumno de Moreno Jurado en las aulas del Rectorado- y con algunos breves retoques, "meras pinceladas sobre todo en la adjetivación para corregir algunas repeticiones" que encontró en su propio texto original.

"Ahora veo aquellos poemas con más distancia: los años, inevitablemente, te hacen ver las cosas de otra manera. Cuando eres joven pones la vida en todo lo que haces, crees que te vas a comer el mundo por los pies... Hoy no lo veo con esa pasión, lo veo con más lucidez si se quiere. Es una obra que quedó ahí de alguna manera, y que me sigue gustando, aunque después de ella hice muchísimas otras cosas que no tienen nada que ver con Fedro. La verdad es que mi poesía no se tuvo en cuenta en absoluto... pero sí se tuvo en cuenta a Fedro. Una cosa bonita es que muchos jóvenes de la época sí leyeron el libro, mucha gente, y mucha de Sevilla, se introdujo de algún modo en la lectura y la escritura de poesía en aquel momento con la lectura de Fedro", dice el poeta, que se ganó los sorprendidos elogios de grandes poetas de la generación anterior a la suya, como Gerardo Diego o Jorge Guillén (quien le escribió, en fechas distintas, dos cartas idénticas: "Usted sabe nadar y guardar la ropa, aquí hay poesía de verdad"), y que despistó por completo a todo tipo de lectores, incluso a los estudiosos, como aquel profesor universitario italiano que dio por cierto el supuesto origen en la Antigüedad de estos versos y felicitó en una reseña a Moreno Jurado por "una de las mejores traducciones del griego que se han visto nunca".

"El caso es que yo no aparecí nunca por ningún lado, y mira que el libro salió en su momento hasta en la televisión y en varias portadas de revistas, pero bueno, al cabo de los años uno tiene otra perspectiva", señala el poeta, que asegura no haber sentido, a pesar de todo, ninguna punzada de vanidad herida por esa ausencia de reconocimiento, ya que al fin y al cabo la mayoría de los halagos no le fueron destinados directamente a él: "No, no, no, de verdad. La experiencia que yo tuve con todo esto fue... vergüenza, más bien. Pero claro, el culpable era yo. Fue curioso, porque en algún poema usé a posta palabras modernas, como aguamarina o collage: fíjate, collage, ¡como si se hubiera inventado eso en Grecia! Cualquier buen lector podía darse cuenta de que estaba ante un heterónimo, pero mucha gente no lo hizo, y por eso tuve la mala conciencia de haber engañado a los demás. Pero después pensé que muchos otros lo habían hecho antes, el mismo Pessoa tenía más de 70 heterónimos, ¿no? Tuve un auténtico complejo de culpa durante un tiempo, pero afortunadamente poco a poco se me fue olvidando: a fin de cuentas era un juego literario".

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