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Sobre lo público

  • El filósofo francés Luc Ferry explora el movimiento trashumanista en una obra en la que su autor propone una honesta interpretación del mundo.

El ensayista y político Luc Ferry (Colombes, Altos del Sena. 1951).

El ensayista y político Luc Ferry (Colombes, Altos del Sena. 1951).

Sólo al final de este penetrante ensayo, Ferry descubre el lugar desde el que pretende abordar la revolución transhumanista que, a su juicio, se avecina. Este lugar es el Estado. Y más que el Estado, el Parlamento que otorga y legitima sus poderes. Recordemos, a este respecto, que Luc Ferry fue ministro de Educación a primeros del siglo XXI (bajo su mandato se implantó la polémica "ley del velo"); y en consecuencia no es ajeno, en absoluto, a los resortes y limitaciones de la acción de Estado que aquí propone. Antes, sin embargo, ha delimitado el tamaño y el ámbito de un problema actual, más patente al otro lado del Atlántico. Dicho problema, mencionado en el subtítulo, es el doble problema de la tecnomedicina y la progresiva uberizazión del mundo.

Qué relación guardan, si guardan alguna, la tecnomedicina y la uberización de las sociedades. Por tecnomedicina Ferry entiende tanto la promesa de una cercana inmortalidad, como esa transhumanidad a la carta, modificada genéticamente, que los avances científicos parece que permitirán en breve. Por uberización (los taxistas no me dejarán mentir), Ferry se refiere a la intromisión de las grandes empresas tecnológicas en negocios tradicionales, pero sin los costes ni rémoras administrativas que la sociedad les impone para ejercer su oficio. ¿Cuál es el vínculo que une ambos fenómenos, cada vez más presentes en vida de nuestras sociedades? Dicho al modo del siglo XVII, se trata del "libre albedrío". Dicho con el XIX liberal, se trata del laissez faire; dicho con el pensamiento derivado de 68, se trata de un residuo libertario que pretende, que busca, que reclama, la abstención de los poderes públicos en el ámbito -soberano- del individuo. La pregunta, obviamente, es si dicha cuestión se ciñe solo al ámbito individual; y si es así, de qué modo. Recordemos, por otra parte, que las cuestiones derivadas de la inmortalidad, o la modificación técnica de la vida, ya fueron planteadas correctamente por Mary Shelley en su Frankenstein o el moderno prometeo. Más allá de la sustitución de Dios por las facultades humanas (que probablemente fuera la lectura que hizo el XIX de tal obra); más allá de esa enorme y desbordante soledad, que recaía sobre el científico, convertido en divinidad, lo que planteaba Shelley, quizá sin saberlo, era el problema de los derechos de un ser híbrido, más humano quizá que sus creadores, en un mundo de hombres. También Huysmanns, en la otra punta del XIX, planteará, de modo diverso, la misma cuestión: no se trataba, al cabo, de que los robots se parecieran cada vez más a los humanos; se trata, por contra, de cuanto hay de robótico, de predecible, de repetitivo, en la naturaleza del hombre. Era, pues, el carácter público de una obra privada lo que originaba un terror nuevo, cuyo eco hoy percibimos en esa rama futurista de la medicina que nos propone una humanidad restañable, acaso infinita, y de impredecibles efectos.

También la sociedad virtual goza de este tipo de zonas ciegas, no sujetas a análisis. ¿Estamos ante una sociedad más altruista gracias a la gratuidad, a la mancomunidad de Google, Uber, Facebook, etcétera? ¿O se trata de un asombroso perfeccionamiento del capitalismo, que ha originado los mayores y más rentables monopolios de la historia, y ello sobre el cuerpo indefenso de los viejos oficios?

Para Ferry, ambos aspectos de la realidad son ciertos, y ahora sólo queda regular una realidad nueva, que está en trance de desbordarnos. Negar la globalización sería tan ridículo como ineficaz, y sólo generaría mayor frustración, una creciente incertidumbre, a quienes ya la padecen. Pero adoptarla sin criterio alguno, como una nueva era de propiedad compartida y personalidad a la carta, no deja de ser una de las variantes del pensamiento mágico. Con todas las restricciones y carencias de la democracia (Ferry no ignora que es un apetito de libertad el que origina estos movimientos contrarios a los derechos y libertades del ciudadano), lo que aquí se propone es ejercer ese poder menguante, cuando aún existe esa posibilidad, y desde la atalaya de la UE, preferentemente. Quiere esto decir que La revolución transhumanista es un libro sobre lo real. Una honesta y ponderada inteleción política del mundo. Por resumir, digamos que Ferry es lo opuesto a un visionario a lo Rifkin.

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