Sergio del Molino | Escritor y periodista

"A una discusión política hay que llegar llorado de casa"

  • El autor vuelve a reflexionar sobre "qué diablos es" este país en 'Contra la España vacía', un ensayo que sigue (y matiza) el hilo del libro que le brindó un formidable éxito

El periodista y escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979).

El periodista y escritor Sergio del Molino (Madrid, 1979). / Patricia Garcinuño (Random House)

Por supuesto que hay libros que le cambian a uno la vida. Que se lo digan, si no, a un tipo tan descreído como Sergio del Molino, que con La España vacía abrió en 2016 un debate que aún sigue vivo e incorporado al tablero de la política institucional. Durante el confinamiento, aprovechó el parón forzoso de su incesante noria de viajes, conferencias, cursos, entregas de premios, homenajes y presentaciones y volvió a las páginas de aquel ensayo que exploraba "los lazos que unen a los españoles a través de la memoria campesina y la mitología de los éxodos rurales" para preguntarse, en última instancia, "qué diablos es este país". Desde hacía tiempo sentía el autor que había "perdido el control" de esa discusión. Y leyendo de nuevo su propio libro no pudo reprimir, dice, la "necesidad de marcar algunas líneas en el suelo para dejar claro dónde y a qué juego". El resultado de ese impulso es Contra la España vacía (Alfaguara).

–Admite usted que, leídos hoy, algunos pasajes de La España vacía le parecen demasiado ambiguos políticamente. Habla, de hecho, de "errores" y "omisiones"...

–Hombre, el libro fue enarbolado tanto por Íñigo Errejón como por Santiago Abascal. Evidentemente, debí de explicarme muy mal o no con la suficiente claridad en algunos aspectos... Me contaron periodistas que lo tratan que Abascal tenía La España vacía como un libro de referencia, que lo usó para armar su discurso sobre la caza y el campo como esencias nacionales. Más que molestarme, eso a mí, que procuré escribir un libro contra cualquier forma de nacionalismo, me preocupó. Por lo demás, las innumerables interpretaciones del libro han ido de lo banal a lo sofisticado, y en ninguna me he reconocido. Pero eso es normal, no me reconozco nunca en nada de lo que dicen de mí o de mis libros. Pero, en fin, sí, me preocupaba haber escrito un libro que algunos se han llevado a un terreno que me parece siniestro y nefasto.

–Rarísima vez un escritor es capaz de abrir una conversación pública que llega incluso a reflejarse en la agenda de todos los partidos políticos. Venga, confiese que se ha sentido halagadísimo...

–Al principio me sorprendió y me desbordó. Me cambió la vida y me obligó a pensarme de otra forma... Con el tiempo me acostumbré al hecho de que no tengo nada que decir en esa conversación, es una fiesta en la que no estoy invitado, se me nombra, se me cita, bien o mal, se me utiliza, pero no pinto nada en ella realmente. Una vez entendido eso, pasé a vivir muy tranquilo. Y sí, claro que una parte de todo esto me ha resultado muy halagadora.

–Y eso que le han querido enmendar el título. Vaya por Dios...

–Sí, por uno que es horrísono. Y es terrible porque si alguna virtud tenía La España vacía como expresión era su inconcreción poética. Hay quien dice: no, es que es más correcto así. ¡Pero es que aquí no hay nada correcto o incorrecto! Hablamos de cuestiones que no tienen que ver con la exactitud ni con la precisión sino con lo contrario, con lo etéreo, con lo que connota y no con lo que denota. Lo que de verdad me da pena es que un debate que podría ser tan rico se vea reducido a una cuestión de una sílaba.

"La retórica cursi de Podemos y alrededores tiene demasiado a menudo difícil encaje en el debate democrático"

Vaciada, con esa sílaba de más es clave, que hay un culpable o muchos culpables que han vaciado esa España...

–Y es cierto, claro que lo hay; hay muchos. Por supuesto que el vaciamiento demográfico es fruto, en parte, de circunstancias históricas que no son ajenas a la voluntad política. Lo malo es decir que sólo eso lo ha provocado. Es muy empobrecedor reducir tantísimo un fenómeno complejísimo que tiene unas causas que son imposibles de enumerar, y que de hecho ha motivado una discusión académica que lleva décadas y sigue sin agotarse ni ha llegado a ponerse de acuerdo en qué causas tienen una relevancia mayor. Este fenómeno no se puede explicar con un cuento de buenos y malos, los campesinos pobrecitos a los que arrancan de la tierra unas manos franquistas y malévolas. Simplificar puede ayudar al activista, que necesita un enemigo para poder echarle la culpa de todo, pero desde un punto de vista ciudadano no ayuda a la comprensión.

–A conceptos muy en boga desde el 15-M como "Régimen del 78" y "Cultura de la Transición" le da usted con gusto: "huecos y embadurnados de cursilería y victimismo", así los califica.

–Es el signo de estos tiempos propicios para el adanismo y el mesianismo. Esos conceptos se los apropia fundamentalmente Podemos y les insufla una retórica muy cursi, tanto, que tiene demasiado a menudo difícil encaje en el debate democrático, porque es tan sentimental, se lleva el discurso a un terreno tan emotivo ("nos han traicionado", "nos han dejado sin futuro", etcétera), hay tal personalización de la política desde la experiencia sentimental, que al final hace imposible un debate digno de tal nombre. Yo es que soy así y me siento así. Muy bien, pero es que ahí no se puede discutir nada, lo que tú sientes no es objeto de discusión política, ¿yo qué voy a hacer, negarte tus sentimientos? La discusión política es otra cosa, no puede consistir en eso, hay que llegar llorado de casa y ser más generoso con el otro.

–Atribuye parte del lodazal en que se ha convertido el debate político a esa "hipersentimentalidad", como usted la define...

–Es el gran dilema al que se enfrenta hoy la democracia liberal, que está siendo interpelada e incluso asaltada por discursos profundamente emocionales frente a los que no se puede hacer nada. Debatir, al menos, desde luego que no. Deberíamos tener claro todos que para participar en la discusión política tenemos que pagar ciertos peajes y uno de ellos es racionalizar, entender que no es un juego de todo o nada, que nadie te debe nada, que hay que reconocer que existe el otro y que tiene razones que pueden ser tan legítimas como las tuyas. Eso implica dejar la subjetividad radical fuera del debate, despolitizar muchos ámbitos. Creo que un síntoma de la fragilidad democrática es la politización de ámbitos que no deberían estar politizados.

"Lo único bueno que tiene Vox es su torpeza: no sabe capitalizar el malestar al que invoca continuamente"

–¿Por ejemplo?

–Cuando las familias discuten por política, cuando los amigos se desamigan por política, cuando en relaciones personales entra la política, cuando yo tengo un negocio y lo lleno de símbolos políticos para excluir a los demás... Una sociedad fuerte democráticamente sabe dónde tiene que discutir, sabe que hay unos cauces y unos medios de comunicación y unos lugares donde se puede pelear y otros donde no es conveniente porque si peleas ahí los resquebrajas. Los que hablan del Régimen del 78 y de la Cultura de la Transición denuncian como hipocresía cosas como que los diputados se digan cosas horrorosas en un Pleno y luego almuercen juntos, sean amigos e incluso liguen entre sí. ¡Pues claro, hombre! Eso es el juego democrático: hemos escenificado el conflicto, pero ese conflicto no tiene por qué trasladarse a la esfera privada. Y eso es lo que no estamos viendo. Por eso el populismo, al intentar politizar la sociedad de arriba abajo, precisamente lo que hace es quebrarla.

–Defiende con auténtica pasión el concepto "patriotismo constitucional". ¿Eso es tibio, equidistante, moderadito o medio facha?

–Que digan lo que quieran de mí. Hoy, para muchos, si no eres acérrimo de su misma causa, pasas a ser enemigo a batir, y entonces ya ni siquiera debaten con ideas, sino que te atacan: en vez de argumentos, descalificaciones ad hominem. Y así vamos alegremente creando guetos y negando el pan y la sal a quien no piensa exactamente como nosotros. Es tan infantil. Y tan perezoso. Y tan antidemocrático. Joder, si una cosa buena que te ofrece la democracia es la posibilidad de perder una discusión y que no pase nada. Hoy ese riesgo no se asume, y ya ve qué riesgo tan temible. Pues nada, aquí cada cual encerrado en su puñetero búnker. En eso y no en otra cosa consiste la política de bloques que padecemos ahora.

–Muchos culpan de esta dinámica inflamada a las irrupciones primero de Podemos y después de Vox, como si fueran caras de una misma moneda. ¿Está de acuerdo con este igualamiento o le parece capcioso?

–No lo estoy. Son dos expresiones de un espítitu populista y antiliberal, pero aquí se acaban para mí las similitudes. Creo que Podemos explota cierto malestar social con más eficacia y desde luego con un grado mucho mayor de integración en el discurso democrático. Y Vox... Vox lo único bueno que tiene es que es muy torpe, no es capaz de capitalizar el malestar al que invoca continuamente y por tanto es incapaz de dar el salto conceptual que los saque de las élites, porque demostrado está ya que es un partido de élites, con un voto muy concentrado en las rentas más altas, cuando sus homólogos en Europa tienen un granero de votos en las clases más bajas. O sea que en realidad, por fortuna, ese discurso Vox no sabe hacerlo y cuando ha triunfado, como pasó en Andalucía, yo creo que ha sido por pura chiripa.

El periodista y escritor Sergio del Molino. El periodista y escritor Sergio del Molino.

El periodista y escritor Sergio del Molino. / Patricia Garcinuño (Random House)

–Sostiene que el partido de Errejón, Más País, habría sacado mejores resultados si se hubiese atrevido a llamarlo Más España...

–Desde luego no se hubiese pegado la leche que se pegó. Estoy convencido, vaya.

–Esto conecta con el delicado asunto de los símbolos nacionales en este país donde es habitual que alguien se crea más de izquierdas por decir "Estado español", no vaya a ser que al pronunciar "España" empiecen a sonar cornetas y el Cara al sol...

–Ya vamos muy tarde para arreglar eso, me temo. La izquierda ha cultivado un infantilismo brutal con respecto a los símbolos españoles, y tiene una génesis política muy clara en el tardofranquismo, cuando la izquierda y los nacionalismos vasco y catalán se aliaron porque eran los derrotados de la guerra y la más clara oposición a la dictadura. Pero que esa alianza no se rompa con la llegada de la democracia es extrañísimo, algo único en Europa. La paradoja de Errejón, por volver a él, es que cuando tiene que ponerle un nombre a su partido, el que era más lógico con su proyecto y su discurso político, le aterra porque lo pone ante un abismo, no sabe enfrentarse a una sola palabra: España. Es algo alucinante, si uno se para a pensarlo de verdad, con frialdad, es alucinante.

–"No hay democracia que se construya desde una dictadura que no arrastre miserias, fantasmas e incluso tabúes". ¿Debemos entender entonces que se han exagerado las flaquezas o las cuentas pendientes de la democracia española?

–Pues sí, eso creo. Y a la vez se han minimizado, y me refiero al hecho de que la reparación a las víctimas del franquismo haya sido motivo de discusión, que se haya puesto un solo pero, me parece grave, intolerable. Pero luego hay cosas que entran dentro de la normalidad de todo cuanto es, inevitablemente, complejo. No creo que se hayan exagerado algunas deudas que arrastra España, sino más bien que se ha minusvalorado el esfuerzo y el contexto histórico del pacto de la Transición. A los políticos que la hicieron se les reprocha una cobardía y unas connivencias que en el momento realmente tenían todo el sentido, porque fue un momento peligroso, muy difícil. Hemos pasado de la glorificación acrítica de aquello a la negación absoluta. Y por supuesto que la Transición dejó muchos asuntos pendientes, pero en lugar de ir abordándolos, negamos la mayor, absolutamente todo está mal y hay que refundar de arriba abajo el país. Ay, la épica, qué bonita, sobre todo vista de lejos.

"Criticar la Transición va de matar al padre, es generacional y también algo propio del adanismo de estos tiempos"

–Pues le deseo mucha suerte en su defensa de la Transición...

–Se trata de matar al padre. Es una cuestión generacional. Y tiene que ver con el 15-M, evidentemente, con ese espíritu de ruptura, y con el adanismo tan propio de estos tiempos al que aludía antes. Y de la falta de sex-appeal que tiene reivindicar un periodo, el democrático, que no tiene épica... Dijo Felipe González que mi generación ha preferido ser nieta de la Guerra Civil antes que hija de la democracia. Claro, mola mucho más ser nieto de Durruti, ahí hay épica, sacrificio, banderas, algo que no encontramos en nuestras vidas aburridas y homogéneas. Esto mismo, en buena medida, explica el éxito del nacionalismo catalán, que promete una épica y un sentido de la vida que el normal funcionamiento democrático no puede jamás ofrecer.

–"El relato de España como país está roto, no se lo cree ya nadie". Es el titular de una entrevista en este mismo periódico en 2016, con motivo de la publicación de La España vacía. Hoy, tras el procés, ¿cómo está ese relato?

–Claramente peor. La cuerda está mucho más tensa, sobre todo porque ha irrumpido en escena un partido político que quiere imponer un relato nacionalista de España. Y eso lo distorsiona todo más aún.

–¿Qué opina de los indultos?

–Fríamente, no estoy a favor de que el Ejecutivo intervenga en las decisiones de otro poder del Estado y creo que además el indulto es una figura que no debería caber en una democracia: si confiamos en las sentencias de los jueces, el Gobierno no debería poder corregir nada. Además creo que ha habido un intento de vulneración grave del orden constitucional y que eso debe ser castigado. Pero por otro lado entiendo también a quienes dicen que eso ya ha sido suficientemente castigado y que tal vez se les está castigando con unas leyes que estaban pensadas para otro tipo de traiciones y otro tipo de insurrecciones, de modo que comprendo los argumentos y la conveniencia en este caso de un instrumento que es legal, que está en la Constitución y no violenta nada, para intentar mover ficha y desatascar una situación que no puede prolongarse mucho más. No trato de escabullirme, es que no lo tengo claro.

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