Exhalación | Crítica

Universos en frascos

  • Ted Chiang propone en 'Exhalación', su segundo libro de relatos, nueve pequeñas obras maestras, redondas y cerradas cada una en su propia complejidad

Imágenes de la corona solar captadas por la Sonda Solar Orbiter en julio.

Imágenes de la corona solar captadas por la Sonda Solar Orbiter en julio. / ESA / NASA / Efe

Aunque nacido en Nueva York, Ted Chiang es sólo estadounidense de segunda generación, por lo cual parece legítimo entroncarlo con la nueva ola de ciencia ficción china que viene sacudiendo el género desde hace un par de décadas. Los motivos de esta filiación no se limitan al registro civil: mucho de lo que Chiang hace, tanto en la presente recopilación de relatos como en la anterior (las dos únicas obras que ha dado a la prensa hasta la fecha) comparten temática y puntos de vista con esa novísima y refrescante forma de ver la literatura que nos llega de la Asia extrema, entre innovaciones tecnológicas, cepas de virus y tiendas de todo a un euro.

Para quien no sepa de lo que hablo, sería de valor acercarse a la reciente trilogía de Liu Cixin, nuevo mandarín de la ciencia ficción oriental (El problema de los tres cuerpos, de 2008, seguido por dos secuelas y pronto serie de Netflix), o a la también puntera antología de Ken Liu (El zoo de papel, 2016), el autor que más premios Hugo ha conquistado en la distancia corta y al que Chiang se encuentra más próximo que ningún otro, por su forma de entender la fábula y los resultados que obtiene.

Señalemos aquí que, tanto para Chiang como para el resto de sus congéneres de los que venimos hablando, el marchamo de ciencia ficción es sólo un título aproximativo que no recoge del todo el calado de sus propuestas. Más adecuado parece servirse de otra etiqueta que ya lleva rodando por el mercado anglosajón su porción de años y que comienza tímidamente a instalarse en el nuestro, la de speculative fiction: una clase de narración interesada en lo fantástico, abierta a las posibilidades especulativas del presente, que, con el fin de ahondar en los presupuestos sobre los que se asienta, imagina mundos alternativos donde no imperan sus mismas reglas, o lo hace de un modo que nos resulta irremediablemente ajeno.

Liberada de los cohetes y los monstruos de gelatina de antaño, la speculative fiction pretende ser un género de ficción científica más apegado al plano intelectual, con mayor interés en la pura elaboración teórica que en el desarrollo de la trama o el diseño de personajes consistentes. Si bien el foco de su atención, en nuestra generación de la computadora, se ha vuelto hacia la inteligencia artificial, la alteración tecnológica de la percepción y las paradojas de la nueva física, el subgénero posee una prosapia reconocible y no resulta difícil rastrear su prehistoria. Para entendernos, lo que hacía Borges (en La biblioteca de Babel), antecedido por Voltaire o Swift, y, más tarde, Stanislaw Lem (Vacío perfecto) merece ya el mismo título, sin demérito de sus derivas posteriores.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Exhalación es la segunda reunión de textos de Ted Chiang, después de la sorprendentísima y apabullante La historia de tu vida (2002), convertida inesperadamente en éxito editorial a raíz de su adaptación cinematográfica. En ambos casos, a lo que el autor se ha limitado es a recoger en forma de volumen pequeños trabajos dispersos que el azar de los años (desde 1990) había ido haciéndole abandonar por revistas, catálogos de arte y antologías varias: es lícito, por tanto, decir (como hace la solapa de la edición española) que nos hallamos frente al responsable "de sólo 19 narraciones cortas a lo largo de tres décadas".

Esta dedicación miniaturista, casi artesanal, explica bien la eficacia y el timbre de sus relatos. Se trata de pequeñas obras maestras, redondas y cerradas cada una en su propia complejidad, como universos diminutos atrapados en frascos. Es obvio que cada uno de ellos, igual que novelas hechas y derechas en los cráneos de literatos de siete leguas, ha pasado un tiempo fermentando, decantándose, cogiendo esencia y aroma en su imaginación antes de saltar al papel: para ofrecer como resultado piezas de una rara pureza, cuya aparente lisura estilística esconde tejidos superpuestos de sentido que siguen interrogándonos horas y días después de interrumpir la lectura.

Por las notas explicativas que cierran el libro, parece posible reconstruir el método que Chiang sigue a la hora de elaborar estos pacientes prodigios, sus relatos. El punto de partida, sin ninguna duda, es la perplejidad intelectual: una teoría extravagante, un punto de vista que desmiente el sentido común, un callejón sin salida de la metafísica, la cosmología, la electrónica, que puede conectar con insospechadas avenidas nuevas. Así, por citar algunos de los ejemplos más logrados del presente acervo, Ónfalo explota las posibilidades de la arqueología en un mundo donde el diseño inteligente es un hecho y la creación tuvo lugar siguiendo la minuta del Génesis; mientras que Exhalación, quizá el mejor de todos, discute las alternativas de nuestro universo amenazado por la entropía comparándolo con otro ficticio en que las condiciones físicas (y psíquicas) de sus habitantes dependen de la presión del aire.

A partir de este ovillo central, Chiang devana una larga serie de consecuencias secundarias, que van ocupando episodios de la narración e iluminando recodos no previstos en un principio: las diversas modalidades de la madurez en seres sintéticos, creados para desarrollarse como personas y no meros algoritmos sin alma (El ciclo de vida de los elementos de software); las múltiples alteraciones del curso del destino implicadas en los viajes por el espacio-tiempo (El comerciante y la puerta del alquimista); el alcance del poder de la tecnología, incluida la escritura, a la hora de modificar los recuerdos en que se sustenta nuestra versión de la realidad (La verdad del hecho, la verdad del sentimiento).

Como sus hermanos del otro lado del orbe, Chiang ofrece un tipo de literatura insólita, prismática, un cuerpo de múltiples aristas que sacrifica la anécdota y el rasgo humano en pos de la exactitud, del rigor y la contundencia del teorema. Sin duda, un tipo de objeto que no a todo el mundo le gustará ver decorando su repisa: pero que merece ser observado de cerca para reconocer, con un sentimiento de maravilla, lo intrincado de sus engranajes, el modo en que suena, las luces que emite, la vertiginosa riqueza de su interior.

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