Como Guillén, Dámaso o su antiguo alumno Cernuda, Pedro Salinas fue también un excelente prosista, autor de una importante obra crítica en la que conviven la lucidez, el rigor no estrictamente académico y un cierto grado de ironía. Es el Salinas comprometido, perspicaz e iluminador de los estudios sobre Jorge Manrique (Península, 2003) o Rubén Darío (Península, 2005), pero sobre todo de los memorables ensayos recogidos en El defensor (Alianza, 2002), todos ellos escritos, como las dos conferencias ahora recuperadas, en la década de los cuarenta, durante el fecundo exilio puertorriqueño del poeta.

Inéditas hasta la fecha y publicadas por Renacimiento en edición de Natalia Vara Ferrero, Defensa del estudiante y Conferencia sobre la Universidad participan de una misma preocupación por el rumbo y el sentido de la formación universitaria que Salinas sigue vinculando a los ideales del humanismo liberal, desde una posición de autonomía respecto de los poderes económicos y con la mirada puesta en una educación integral que no excluye los valores morales. "Depositaria de las normas más altas y nobles de la vida del espíritu", la Universidad debe huir de la especialización excesiva, del utilitarismo y de "la indiferencia o la falta de respeto al saber puro y a la cultura desinteresada".

No han ido ni van por ahí los tiros, desgraciadamente. En estos tiempos menesterosos de obligado pragmatismo, hay quienes querrían acabar de convertir la Universidad en una mera aunque prestigiosa oficina de empleo. A ellos y a quienes los apoyan de buena fe, conviene recordarles que el patrimonio de las naciones -incluso si atraviesan momentos críticos o más aún en los momentos críticos- abarca también los bienes inmateriales, entre los que se cuentan "algunas formas tradicionales de la vida del espíritu" cuya rentabilidad social no se mide en el corto plazo. De esta cuestión actualísima tratan los textos recogidos en un hermoso librito que vale por toneladas de pedagogía mercantilista.