La voz del desterrado | Crítica

En tierra extraña

  • Una antología comentada de la literatura española del exilio recupera las voces, los motivos y las aspiraciones de los españoles que dejaron el país durante la primera mitad del siglo XIX

'Fusilamiento de Torrijos en la playa de San Andrés' (1888) por Antonio Gisbert. El bravo general, que había formado parte de la colonia de exiliados liberales en Inglaterra, fue ejecutado en Málaga tras el fallido pronunciamiento de 1831.

'Fusilamiento de Torrijos en la playa de San Andrés' (1888) por Antonio Gisbert. El bravo general, que había formado parte de la colonia de exiliados liberales en Inglaterra, fue ejecutado en Málaga tras el fallido pronunciamiento de 1831.

Como han señalado Henry Kamen o José Luis Abellán, el destierro, habitual en todas las épocas y latitudes, ha sido entre nosotros una constante, especialmente en los convulsos inicios del siglo XIX. A la primera y muy heterogénea oleada de exiliados, formada por quienes salieron del país durante la Guerra de la Independencia (1808-1814), le siguió la de los afrancesados que hicieron lo propio tras la caída de José Bonaparte. Hubo después, tras el infausto regreso de Fernando VII, un primer exilio liberal, también llamado doceañista por su participación en las Cortes de Cádiz, de modo que en esos años –entre la vuelta al trono del rey felón y el pronunciamiento de Riego (1820)– compartieron destierro quienes habían sido enemigos durante la ocupación francesa. Pero la farsa constitucional del Borbón durante el denominado trienio liberal acabó con la intervención de las monarquías de la Santa Alianza, que de la mano de los Cien Mil Hijos de San Luis impusieron en 1823 el retorno al absolutismo. Comenzaba de este modo el segundo y más numeroso exilio liberal, con destino a Francia o a Inglaterra. La década larga que transcurre entre ese momento y la muerte del rey, que se traduce en la vuelta al constitucionalismo (1834) durante la regencia de María Cristina, señala el periodo álgido de la emigración liberal, aunque la primera guerra carlista (1833-1840) provocaría a su vez el desplazamiento ocasional tanto de los absolutistas como de los liberales mal avenidos.

Los sentimientos de los exiliados responden a un patrón universal desde los tiempos de Ovidio

Este es el contexto histórico, descrito por David Loyola y Eva María Flores en La voz del desterrado, que alumbraría una literatura escrita desde la nostalgia de España, en forma de poemas, memorias, narraciones o cartas que han sido organizados por los editores no en función de la cronología o la adscripción ideológica, sino de las etapas del itinerario recorrido por los protagonistas: la partida, el destierro propiamente dicho y el reencuentro con la patria, más un cuarto apartado donde se recogen los ecos posteriores a la estancia en tierra extraña. Miembros del Grupo de Estudios del siglo XVIII de la Universidad de Cádiz, del que han surgido tantos buenos trabajos sobre ilustrados y prerrománticos, Loyola y Flores abordan en las introducciones a cada una de las secciones no tanto el perfil político o literario de los autores antologados –en apéndice ofrecen breves semblanzas de todos ellos– como lo que sus textos dicen del modo en que expresaron la experiencia del exilio, sus sentimientos y reacciones que en buena medida responden a un patrón universal desde los tiempos de Ovidio. No en vano el autor latino, señalan los editores, fue el primer desterrado que cantó la desdicha de serlo.

Ejercer de liberal en España, como sentenciara Larra, equivalía a ser un emigrado en potencia

Las voces representadas tienen, en efecto, "muy distintos prestigios": junto a los autores más o menos consagrados o canónicos como Moratín, el duque de Rivas, Martínez de la Rosa, Alberto Lista, José Joaquín de Mora, Blanco White, Meléndez Valdés, Espronceda, Alcalá Galiano o Larra, aparecen otros menores o muy desconocidos, en su mayor parte pertenecientes a la galaxia liberal que construyó en esos años toda una mitología alimentada por episodios como el citado pronunciamiento de Riego o la fallida aventura de Torrijos. Entre la añoranza del país perdido y la esperanza de volver a habitarlo, a menudo desde el despecho o el lamento por la ingratitud, el discurso de los exiliados prodiga los tonos desgarrados y las visiones sombrías, sin desdeñar el patetismo o incluso entregándose a él sin reservas, pero hay también lucidez y nobleza y genuino amor por la libertad frente a los abusos de la tiranía. Ejercer de liberal en España, como sentenciara Larra, equivalía a ser un emigrado en potencia.

Pedro Salinas y Vicente Llorens. Pedro Salinas y Vicente Llorens.

Pedro Salinas y Vicente Llorens.

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