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Un augurio que llegó con retraso

  • Fernando Signorini, su preparador físico de confianza, estaba convencido de que Diego era carne de suicidio

Maradona recibe a Goikoetxea en un hotel de Bilbao.

Maradona recibe a Goikoetxea en un hotel de Bilbao. / Luis Carlos Peris

Estaba a punto de producirse el gran apagón. A la Expo le quedaba un mes para cerrar aquella fábrica de ilusiones mayormente incumplidas cuando Luis Cuervas, que para eso era un generador de ilusiones desde la venta de juguetes, dio con la piedra filosofal que convirtiera en oro el plomo de la marchita ilusión del sevillismo. Se le puso a tiro el fichaje del mejor futbolista de la Tierra y con José María del Nido inició una operación de acoso que acabó felizmente cuando llegó a San Pablo Diego Armando Maradona.

Han pasado veintiocho años y la estancia de Diego en Sevilla todavía es recordada, sobre todo por los que tuvimos la oportunidad de ser cronistas de aquel tiempo. Un puñado de viajes dio ocasión para entrar en el tuétano de aquella especie de Cosa Nostra que era el clan que él encabezaba. Su apoderado era Marcos Franchi, el hombre que había seguido la estela del renco Jorge Cysterpiller y de Guillermo Esteban Coppola. El primero le ayudó a subir a la cresta de la ola, el segundo contribuyó a su destrozo napolitano y Franchi había llegado a fin de arreglar un mobiliario que se desintegraba.

Marcos y Fernando Signorini, su preparador físico de cabecera, era su guardia de corps en su vida sevillana, que empezó en el sanluqueño Andalusí Park y que se asentó en el lujoso chalet de Espartaco en Simón Verde, en plena cornisa aljarafeña. Franchi, un tipo todo amabilidad, intentaba construir un blindaje del astro, lo que no siempre, o muy pocas veces, conseguía. Me repetía que quizás acompañando al Papa no tendría tanta expectación como la que despertaba el paso de Diego por donde fuese.

Fernando Signorini, un tipo pragmático, amante de la vida ordenada, era quien mejor se componía para que las aguas maradonianas no se desbordasen. Y hasta consiguió que Diego alcanzase un buen tono físico al llegar a Sevilla, pero, desgraciadamente, la causa era una causa perdida. Le hizo perder peso y hasta se llegó a ilusionar la hinchada con aquel partido con el Real Madrid, el gol de Balaídos a Cañizares, otro al Zaragoza y así hasta que su semblante de hombre rechoncho fue retornando al que tenía aquel caluroso 12 de septiembre en que fue recibido en el palco de Nervión como un dios para ver un Sevilla-Dépor.

Casi un mes pasó desde su llegada a su debut oficial en San Mamés, el primer domingo de octubre. La noche anterior fue a visitarlo al hotel Villa de Bilbao uno de sus verdugos. A Diego estuvo a punto de retirarlo del fútbol una entrada a traición de Andoni Goikoetxea en su etapa barcelonista y nueve años después se acercó el racial central vasco a saludar a Diego. Era la primera vez que se encontraban tras aquello del día de la Mercè de 1983 y la velada resultó más que agradable.

Fue un café largo en el hall del establecimiento bilbaíno junto al Sagrado Corazón, pero aquel recuerdo de violencia sólo fue el anticipo de lo que al Pelusa le esperaba en una cancha embarrada a conciencia. Sólo sacar de centro el Sevilla, el balón llegó a Maradona para que surgiese como una furia desencadenada Josu Urrutia para, por detrás, hacerle una entrada que no tenía nada que envidiar a la brutal de Andoni nueve años atrás. Diego no acabó un partido que ganaba el Sevilla, pero que terminó con triunfo de los leones por 2-1

Volviendo a Fernando Signorini, gran conversador que usa la metáfora como herramienta coloquial, hubo una noche de víspera en Madrid, con el Sevilla concentrado en el Príncipe de Vergara para su colisión con el Real, y fuimos a tomar algo al VIPS de Velázquez. Un buen paseo en una agradable noche de primavera en los Madriles. Hablábamos, claro del astro, contaba y contaba cosas de él, todas encomiásticas, cuando enfilando María de Molina, se paró y me miró a los ojos. "Yo con Diego iría al fin del mundo; con Maradona me lo pensaría. Desgraciadamente estamos ante un hombre que es carne de suicidio". En cierto modo, Fernando hizo de augur, pues aunque Diego ha muerto en este lóbrego noviembre de 2020 tras una intervención quirúrgica, no cabe duda de que el proceso ha sido lento y comenzó cuando una noche barcelonesa probó su primera esnifada.

Maradona ríe a carcajadas junto a Sabonis. Maradona ríe a carcajadas junto a Sabonis.

Maradona ríe a carcajadas junto a Sabonis. / Luis Carlos Peris

La bronca con un tripulante en un vuelo Sevilla-Asturias porque no lo dejaba utilizar su artilugio electrónico con el que veía películas y películas nos dejó atónitos a su tocayo Diego Rodríguez y a un servidor, sus compañeros de asiento en el avión. Otra vez le hicimos una foto que ha dado la vuelta al mundo. Fue en el hotel Calderón de Barcelona, antes de un Español-Sevilla y allí se hospedaba también el Real Madrid de baloncesto con Arvydas Sabonis. Hice que posaran juntos y cómo disfrutaba Diego dando suelta al niño que llevaba dentro por la enorme distancia que separaba su cabeza de la del gigante lituano.

Desde que un día el bético Antonio Benítez me dijo que había visto a un niño de Argentinos Juniors hacer con el balón cosas inimaginables, la figura de Diego Armando Maradona me subyugó. Cuando lo traté, la admiración no decayó, pero aquello no podía acabar bien. Di Stéfano, Pelé, Cruyff y él formaron el póquer de ases más grande jamás soñado hasta que apareció otro argentino llamado Lionel Andrés Messi Cuccittini. Se completó el repóquer más brillante desde que el fútbol es fútbol. Di Stéfano murió de viejo, a Cruyff lo mató el tabaco y ahora se nos va Diego víctima de un suicidio que empezó en Barcelona hace casi cuarenta años, que se agudizó en Nápoles y que no tuvo marcha atrás, pero fue bonito mientras duró. Adiós y que encuentres una vida menos convulsa, genio irrepetible.

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