Todo comenzó con un gran mosaico rojiblanco promovido por Granada Hoy, que recibió a los jugadores con las mejores galas. Esta vez, como se puede apreciar en alguna de las fotos que ilustra esta página, salió a la perfección.

Una vez dio el árbitro el pitido inicial, las gradas se convirtieron en un campo de batalla.

Cada acción local eran llevada en volandas por las más de 16.000 almas que llenaron por enésima vez las gradas de coliseo del Zaidín... ese al que al final le han faltado las gradas supletorias para tapar esas esquinas por las que lo único que cuela es viento (y mucho frío en invierno).

Cada acción de peligro visitante era respondida con sonido de viento protagonizado por el respetable. El mismo ruido que escuchó el colegiado cada vez que se atrevía a señalar alguna acción considerada por los seguidores como dudosa. Bueno, en realidad se le recriminaba cada vez que el trencilla hacía sonar su silbato. Es lo que toca.

Casi para empezar, el primer infarto: remate al palo protagonizado por Orellana. Después, el mismo jugador, ofreció la primera gran alegría de la noche. El chileno marcó el gol que igualaba la eliminatoria y abría de par en par las puertas al sueño hacia la Primera.

El estadio, que parecía una olla a presión -como había reclamado Fabri-, pasó por momentos a estado de ebullición. Sin embargo, cuando todo parecía que se convertiría en una tarde plácida y de color de rosa, el encuentro entró en un tobogán del que no salió hasta el pitido final. Goles cantados que se encontraban con la madera, ocasiones visitantes que hacían pensar en lo peor e, incluso, un gol anulado al equipo visitante pudo contemplar una afición esperanzada.

Claro que si la primera parte tuvo alternativas en el juego, el resto del encuentro fue no acto para cardiacos. Fue de color rosa, el de la camiseta vestida por Roberto. Marca y para... y clasificados.