Liga de campeones

El Málaga hechiza a Europa (3-0)

  • El equipo de Pellegrini se marca un partido de bandera para deslumbrar en su esperado estreno. Isco lo bordó y marcó dos goles en su primorosa noche, en la que colaboró otro gran Joaquín.

Suena bravucón, pero las sensaciones hablan por sí solas en el campo: actualmente pocos equipos en el mundo, si los hay, están al nivel futbolístico de este Málaga. Su caudal ofensivo es espectacular, inagotable, arrebatador. El Zenit, el gigante ruso, sólo pudo meterse bajo la sábana en una primera media hora épica, de fútbol sublime. Y cuando asomó de nuevo la cabeza, Isco la volvió a enterrar con su descaro. El papel cavernario del Panathinaikos dejaba alguna coartada, pero ayer arrancó el mejor campeonato de clubes ante uno de los nuevos ricos. También acabó masacrado por la máquina perfecta de Pellegrini, que quizás haya creado algo tan bueno que ni la propia afición pueda imaginar dónde tiene el límite. El de anoche fue un partido de videoteca, ahí queda media hora para enmarcar, la colección de regates de Isco y Joaquín, tres goles de bandera. Abrazados a un fútbol delicioso, histórico. El dulce perfume del Málaga embriaga a toda Europa. Y el tarro no se acaba. No es que Málaga esté disfrutando de la Champions, es que Europa está disfrutando del Málaga.

Tienen derecho los presentes a presumir de que vieron la media hora más mágica de la historia del Málaga. Hubo otras grandes tardes, nunca en el mayor de los escenarios del continente, he ahí el mérito. El Zenit acabó descosido, con la lengua fuera, vivió sus pocos ataques como el castigo de Sísifo al llegar al área. Por suerte, despertó un rato antes del descanso y otro luego. Por suerte para que no quedara la excusa de una mala noche o un pobre rival. No siempre fue un baño del Málaga, sí ese tramo de ensueño, en el que el Málaga aunó fútbol de salón y ambición. Malafeev había dado su vida por dos manos más y dos nuevos laterales. Isco y Joaquín los retorcieron hasta la desesperación. En ese tiempo ya había que frotarse los ojos. No se recuerda semejante recital.

Murió el intento de resurrección ruso en las manos milagrosas de Caballero ante Kerzhakov y Shirokov en un minuto, luego a los 60 en manifiesta ocasión ante los dos. Paradas que daban más mérito al homenaje blanquiazul. Curioso, fue el Málaga el que se abrazó ansioso al descanso por negociar mal un partido de ida y vuelta que no le convenía cuando antes hasta en cuatro ocasiones más Saviola pudo haber coleccionado una goleada escandalosa. Y fue el mismo Málaga el que emergió cuando Isco disparó con el alma a la red para cerrar la gloriosa noche.

Tenía razón Spalletti. No tenía nada que envidiar al Málaga, sino todo. Quizá el italiano no estaba preparado para conocer a Isco, al menos eso decía su cara tras el 3-0. La Champions quiere artistas como Isco, los necesita. Él, que no sabe hacer otra cosa que jugar maravillosamente al fútbol, le enseñó a Europa cómo la plasticidad de su cuerpo se adapta a sus necesidades. Control con giro para zafarse de uno, torsión elástica de tobillo para burlar a otro y apartarlo para no cometer penalti. Y ese delicioso contoneo de cuerpo antes de armar su rosca definitiva. A ella recurrió cuando el candil parecía apagársele dentro del área. Dibujó un salvoconducto por el único ángulo posible, una curva que estalló en el poste, en la red y en las gargantas rotas de La Rosaleda. Eso fue el primer gol de la Champions, malagueño, mágico y de una ejecución al nivel de la competición.

Fue su primera vez en Champions, aunque esa jugada es la portada de su catálogo. La ha hecho muchas veces, varias de ellas con final feliz. Usa los regates que necesita para ubicarse de perfil a la portería y ajusticiar en el segundo palo. Como un Robben diestro, su jugada fetiche. Harto de repetir la acción, despistó a Malafeev en el trallazo frontal del 3-0, un balón de oxígeno y una gran carta de presentación del líder del grupo C.

Hubo que sufrir, porque esto es la élite. No solo andaba a la ayuda Caballero. Weligton, imperial, amargó a Hulk y llegó a tirarlo al suelo en un lomo con lomo. Camacho tranquilizó con sus ramalazos de Toulalan, que se transfundió en él. Si no fuese por el romance de la grada con el galo, el maño no tendría listones por encima.

La fiesta del gol de Isco la completó Saviola, de nuevo oportunista. Remachó un arrebato de los malagueños. Portillo usó su varita mágica viendo a Jesús Gámez y se la prestó al fuengiroleño, que consiguió el pase que luego intentarían Isco y Joaquín. Los movimientos inteligentes del argentino contribuyeron a la primera victoria, al primer millón, su sueldo. Él marca, él se paga.

Aunque la afición se renamoró de Isco, no siempre las bridas fueron suyas. Las cogió Joaquín cuando le llegó la camisa al cuello al Málaga con el empuje visitante. Se echó encima el partido. Sus regates iluminaron la opción de contra. Le dio a Eliseu un gol que incomprensiblemente falló y de nuevo amargó a Fayzulin (antes había mandado a Lukovic al banquillo) y Anyukov. Sus regates y cabalgadas están más jóvenes que nunca. La banda derecha debería llamarse calle Joaquín. Pellegrini no tuvo otra que abrazarle cuando le sustituyó. Aunque fue el fútbol el que se abrazó a Pellegrini.

 

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