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Messi, otra vez la luz de una Argentina apagada

Sin Lionel Messi, los 23 jugadores y el cuerpo técnico de la selección argentina estarían hace tiempo de vacaciones. Con Messi, Argentina es capaz de ganarle 1-0 a Suiza en el minuto 118 de un partido imposible. Y no más. Entre esos dos extremos navega la bicampeona del mundo, que se instaló en los cuartos de final de Brasil 2014 con toneladas de dudas sobre su juego.

El absoluto silencio de la hinchada argentina en el tiempo suplementario y los olés de los brasileños ante cada pase suizo enhebrado fueron claro reflejo del pálido paso albiceleste por Sao Paulo. Messi, sólo en la banda rodeado por tres; Rojo desplomado sobre el césped, fulminado físicamente. Imágenes de una prórroga que anticipaba unos penaltis y quizás la eliminación argentina.

Hasta que el 10 del Barcelona, elegido hombre del partido como en los tres anteriores de su selección, encontró el camino. Rodrigo Palacio -ingresado a los 74 en lugar de Ezequiel Lavezzi- peleó una pelota con Lichtsteiner en el costado izquierdo, se la dio a un Messi que se liberó del guadañazo de un suizo y, mientras tres rivales lo marcaban, ingresó en línea recta hacia la portería para ceder el balón a su derecha.

Higuaín -lento e inocuo en todo el partido- hizo su mejor acción de la tarde al dejar pasar la pelota para que Di María definiera sin atolondrarse, de zurda y colocándola suave al segundo palo de un Benaglio ya lanzado hacia su izquierda.

El desahogo argentino fue enorme, y el festejo a metros de una pancarta con las imágenes de Messi, Diego Maradona y el papa Francisco, justificado, porque hinchas, jugadores y el propio técnico Alejandro Sabella tenían ya el miedo metido en el cuerpo.

Suiza había sido mejor que Argentina a lo largo de dos horas, y Sabella tiene cuatro días para entender por qué y solucionarlo de cara al sábado. El seleccionador argentino insiste cada vez que puede en que si no se ataca bien, se defiende mal, y eso le pasó una y otra vez ayer a una Argentina que, sin mediocampo y sin la explosividad en el ataque con que amenazaba antes del Mundial, es un equipo inconexo, sin fluidez, toque, sorpresa ni ideas claras.

"Pensábamos que de mitad para adelante teníamos más, y nos está costando", dijo Jorge Burruchaga, autor del gol del triunfo de Argentina en el 3-2 ante Alemania en la final de México 86. Ayer fue así. Higuaín no está en su mejor forma, el experimento de desdoblar a Lavezzi con marca en el mediocampo y socio en el ataque no funcionó, y sólo Di María logró aportar esos movimientos y momentos diferentes que, de lo contrario, son exclusiva propiedad de Messi.

La inoperancia de Gago en el mediocampo llevó a Messi al túnel del tiempo: como en aquellas épocas de Diego Maradona y Sergio Batista al frente de la selección, se retrasó y bajó a armar jugadas. Si no lo hacía, podía quedarse esperando todo el partido a que le llegara una pelota en condiciones.

El final, con un cabezazo de Dzemaili al palo de un Romero paralizado, consolidó la imagen de una Argentina incapaz de controlar al rival y controlarse a sí misma, aunque por fin capaz de derrotar a un europeo en la ronda eliminatoria de un Mundial: no lo hacía desde aquella final en el Estadio Azteca 28 años atrás, cuando Messi aún no había nacido.

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