Deportes

El Mundial se convierte en un asunto de Estado

  • Países inestables como Nigeria o Corea del Norte y democracias más sólidas como Francia, Italia o el Reino Unido no pueden evitar meter la mano en el ámbito del fútbol.

El Mundial de fútbol se ha  convertido literalmente en un asunto de Estado. No sólo países  inestables como Nigeria o Corea del Norte, sino también democracias  más sólidas como Francia, Italia o el Reino Unido no pueden evitar  meter la mano en el ámbito del fútbol. 

La ministra francesa de Deportes, Rosely Bachelot, definió con  exactitud la interpretación de su gobierno sobre la importancia que  se le da al fútbol: "Los jugadores han dañado la imagen de Francia.  No pueden seguir siendo los héroes de nuestros hijos". 

Los franceses no son los únicos que declaran el fútbol un asunto  de máximo interés nacional. El fenómeno parece estar convirtiéndose  en Sudáfrica 2010 en el mayor de ese tipo en la historia de los  Mundiales. 

Nigeria, por ejemplo, disolvió íntegramente su federación de  fútbol en castigo por el mal desempeño de las "Águilas verdes" en el  torneo. Y en Corea del Norte se temen incluso represalias contra los  jugadores por parte del estricto régimen comunista. 

"Nada queda de la belleza del fútbol desde que la cancha se ha  convertido en el escenario de las nuevas guerras", comentaba en una  columna el director del diario "Cape Times", Tyron August. Los  Mundiales son ahora "un indicador de la valentía y la autoestima  nacionales", agrega. "Una nueva forma de guerra". 

Sudáfrica 2010 fue sobrecargada de simbolismos desde el comienzo.  El presidente del país anfitrión, Jacob Zuma, esperaba de antemano  que el torneo fuera "una paso importante para la construcción  nacional y la superación de los contrastes raciales". 

También en países como Brasil, Camerún o Alemania el Mundial se  convirtió en un gran desfile nacional. Los presidentes o los jefes de  gobierno despidieron a los jugadores ceremonialmente antes de que  emprendiesen su viaje a Sudáfrica. 

Y en otros países, la eliminación para la Copa del Mundo se  transformó en duelo nacional. Tras la eliminación de Irlanda por una  mano del francés Thierry Henry en el partido decisivo, fue casi un  milagro que no hubiera turbulencias diplomáticas entre París y  Dublín. 

Pero, en realidad, los Mundiales siempre han tenido una relevancia  simbólica que va más allá de lo deportivo. Para Alemania, por  ejemplo, el "milagro de Berna" con el que ganaron la Copa de 1954  significó su reintegración en la comunidad internacional tras haber  sido proscrita por la barbarie del nazismo. 

En la mayoría de países los partidos mundialistas dan paso a una  euforia colectiva, en la que los hinchas se dan cita en masa en las  calles para ver a sus selecciones ataviados con los colores  nacionales. Muchos de ellos no son ni siquiera seguidores habituales  del fútbol. 

El fracaso, por ello, deja paso a la ira colectiva. El presidente  de Nigeria, Goodluck Jonathan, retiró así a las "Águilas verdes" de  todos los torneos internacionales por los próximos dos años, además  de disolver la federación. 

Muchos vieron también la reacción del comentarista de la  televisión norcoreana como un siniestro presagio para la selección  del país después de que ésta naufragara 7-0 ante Portugal en  Sudáfrica: el reportero, simplemente, se quedó callado. 

La revista estadounidense "Newsweek" dio después su  interpretación. El equipo podría ser enviado a campos de trabajo  forzado o incluso simplemente desaparecer sin dejar rastro, señalaba. 

Aunque lo mismo no ocurrirá en Europa, las palabras de un  parlamentario francés tras la debacle de los "bleus" no dejaban duda  de lo que es visto como un drama nacional: "No se trata de fútbol, se  trata de Francia. Nuestro honor está en juego", dijo Jacques  Remiller.

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