Está feo decirlo, pero teniendo en cuenta el colchón de puntos que ha acumulado el '74', cual hormiguita, en las buenas tardes del otoño, da hasta gusto perder en sitios como Vigo, por su ciudad, por el sabor de su equipo de fútbol, por sus riquísimas viandas y hasta por la mañana tan preciosa que ayer amaneció a orillas del Atlántico. El de Balaídos no me podrá decir el buen amigo Carolo, gallego de Ferrol, que no es vetusto, por que al menos yo lo que vi ayer fue un estadio monumental, sí, pero envejecido. Mucho más vetusto que A Malata, vaya. Espero que quede así totalmente redimido mi pecado.

Eso sí, tantas veces lo hemos visto por la tele que visitarlo por primera vez impresiona, gusta. Y si encima el día es tan claro como el de ayer y las gaviotas aportan su toquecito atlántico, de veras que llega un momento en que da igual lo que pase sobre el césped, si los de celeste son los nuestros o lo son los de rojoý

No vi a Marsá, porque el palco pillaba demasiado lejos y mi vista no da para mucho, pero un cuarto de hora antes de que empezara el partido me dijeron que no había llegado. Lo imaginé haciendo dedo con la chaqueta recogida en el antebrazo y sin perder la sonrisa.

He dormido en un hotel situado justo enfrente del puerto, y esta mañana le he dado los buenos días al Queen Mary, un gigantesco barquito que ha venido a Vigo por Navidad. No entiendo como puede haber barcos tan grandes. Esta ciudad tiene algo. Es vertical, industrial y señorial. Y está en un sitio precioso. Hace que se te olvide el fútbol. Por lo menos hasta el año que viene.