Una infancia de fantasía, un tío-entrenador que funcionaba como semidiós, una llamativa obsesión por competir y una humildad a prueba de balas: así llegó Rafa Nadal a convertirse en el destructor de límites en el tenis.
Con su título de este martes en el Abierto de Estados Unidos el español entra a los 24 años en la categoría de leyenda de su deporte. Sólo él y otros seis hombres lograron alzar los cuatro trofeos de Grand Slam en más de un siglo de historia.
Nacido el 3 de junio de 1986 en Manacor, una ciudad sin atributos en el medio de la isla de Mallorca, Nadal llegó mucho más lejos de lo que cualquiera habría esperado. Cualquiera, salvo él mismo y su tío, Toni Nadal.
"Toni, no hace falta que hagas llover, puedes parar la lluvia porque seguro que a este partido le doy la vuelta".
Nadal era un niño aún, y estaba convencido de que su tío contaba con superpoderes. Era el tío que le había prometido que si en un partido las cosas se complicaban demasiado, él haría llover para detener el juego y darle una posibilidad de recuperarse.
Aquella vez Nadal estaba perdiendo 3-0. Comenzó a llover, y la figura de su tío, el mismo que lo hizo jugar como zurdo siendo diestro, se agigantó.
El mismo tío que durante años le hizo creer que había sido un cotizadísimo delantero en la Liga italiana de fútbol. Cuando futbolistas del dream team de los '90 pasaban por la casa de Manacor a visitar a Miguel Ángel, otro tío de Nadal, y defensa del Barcelona, Rafael elegía jugar los partidos de dos contra dos en el jardín con Toni de su lado, porque estaba convencido de que así sacaba ventaja sobre los rivales, todos estrellas del equipo de Johann Cruyff.
Un día, ya aproximándose a la adolescencia, Nadal descubrió que había vivido en un mundo de fantasía. "Me sentí un poco tonto", confesó. Aquellos juegos, también aquel en el que Toni lo transformaba en invisible y toda la familia participaba de la fantasía, eran pasado.
Pero el tío Toni siguió siendo alguien muy especial. Y así, en un entorno cerrado, protegido por su familia y amigos de siempre, el joven maravilla fue dando pasos de gigante hasta sumar 42 títulos -nueve de ellos de Grand Slam, un oro olímpico- y tres conquistas de la Copa Davis.
Tenía 15 años cuando ganó su primer punto para el ranking de la ATP, un 6-4 y 6-4 sobre su compatriota Israel Matos, 751 del mundo, en un future en septiembre de 2001 en Sevilla. La semana anterior había perdido 13 match points ante otro español, Guillermo Platel. Fue el 11 de septiembre de 2001 en un future en Madrid. Se quedó sin su primer punto ATP, pero de aquel día recuerda sobre todo los atentados en Nueva York y Washington. "Lo que más me impactó en toda mi vida", dice.
Nueva York vuelve a impactarle, porque nueve años y dos días después de aquella frustración ante Platel, Nadal está en la cima de las cimas. Aparentemente poco más le queda por ganar, salvo el Masters de fin de año y algún torneo grande como Miami.
Pero son sólo apariencias, porque Nadal, uno de los jugadores más educados del circuito, quiere seguir sumando torneos, conquistando Grand Slams, renovando su oro olímpico.
"Amo el tenis", dijo en Nueva York. "Mi motivación siempre es la misma, ir mejorando".
Así, de ser considerado en sus inicios un poderoso contragolpeador sin excesiva proyección en las superficies más veloces, Nadal se transformó en un jugador completo, un hombre capaz de ganar en todas las condiciones que ofrece el tenis: al aire libre sobre arcilla, en sintética bajo techo, en césped, en cemento. En donde sea.
"Nadal hace lo que sea necesario para alcanzar la perfección. Trabaja, trabaja y trabaja. Eso es lo que me gusta de él", dijo Jimmy Connors, ex número uno y dueño de un récord prácticamente inalcanzable de 109 torneos ganados.
Trabajó con su tenis -sin confianza-, su físico -golpeado- y su mente -agotada- tras la derrota del 31 de mayo de 2009 ante el sueco Robin Soderling en Roland Garros. Ya no era invencible en París, su cuerpo daba señales de alarma y sus padres se separaban. Demasiado incluso para el indestructible Nadal.
Fue sólo una pausa, aunque su propensión a las lesiones siempre mantenga encendida una luz anaranjada. En 2010 regresó para reconquistar Roland Garros y Wimbledon y recuperar el número uno. Mientras tanto trabajaba con obstinación en mejorar su servicio, uno de los aspectos menos sobresalientes de su juego. Y lo logró, porque en el US Open sacó como nunca.
Si el tenis es un deporte tan físico como mental, Nadal gana decididamente con el segundo aspecto, aunque la explosión de músculos que se adivina bajo sus ajustadas camisetas haga pensar lo contrario. Es la mente la que lo impulsa a no rendirse nunca y a ir más allá de lo esperable. A destruir, una y otra vez, los límites del asombro.
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