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El día de los bufandones, la indiferencia y la visita de Ñito

  • El mítico portero canario acierta en la jornada que debía acudir a Los Cármenes, justo cuando al equipo le da por ganar, precisamente la tarde más gélida del año

Aparqué el coche en el parking que hay junto al estadio, el de los dos euros por partido, un precio bueno a mi entender (para lo que se ve por ahí...), pero que es considerado caro por la mayoría. No he llegado a esa conclusión por el hecho de que el aparcamiento estuviese ayer semidesierto, sino porque siempre que lo he visitado en día de partido, aunque el rival fuera el Cádiz, me ha dado la misma sensación. Estamos en crisis, sí, y además somos unos 'agarraos' de narices. El caso es que ayer estaba especialmente vacío, así que ya me fui haciendo una idea de lo que me iba a encontrar en el estadio.

Cualquiera diría que era día de partido. En los últimos años en Granada se ha producido un despertar de aficionados, seguidores desencantados que siempre habían estado ahí, en el entorno, viendo el periódico los lunes, pero que no se asomaban por el estadio salvo algún domingo de despiste. Eso cambió radicalmente cuando llegó la era Sanz. Se pasó de los 2.500 de siempre a instalarse en una media de 6.000, 7.000 o más, habitual cada quince días. Ayer fue el primer domingo que me recordó a la otra época, la del 97, el 98, el 99... y por supuesto los años posteriores al fatídico 2000 (el del 25J). El ambiente fuera del estadio era nulo, ni una bocina se oía de fondo, seguidores desperdigados caminaban tan rápido o más que yo a la búsqueda del ¿abrigo? del estadio y, eso sí, los gorros y bufandas rojiblancos se veían por doquier, aunque mucho más por su función primaria, la de abrigar, que por la secundaria (la de animar). Si alguien necesita ánimos para ir al fútbol son los aficionados. "Luego dicen que no somos sufridores", le decía un seguidor a otro mientras franqueaba una de las puertas que da acceso a la tribuna, calentándose las manos con su propio vaho.

Ñito vino al fútbol desde su tierra, Tenerife. Al mítico arquero rojiblanco no hay que explicarle el frío que hace en estos pagos, ni lo buenos que están los caracoles que comía en la casa de Isabel, la hija de Enriqueta, fiel seguidora a la que ayer pudo volver a abrazar. Ella también llevaba la bufanda bien anudada al cuello. Por cierto, vi algunos bufandones rojiblancos de esos de toda la vida que no salen en los catálogos de merchandising, pero que son los mejores para días de perros como el de ayer. La prensa de Isabel era de esas, confeccionada a mano y con hilo gordo.

Me senté en el mismo asiento que la tarde del Poli Ejido y comprobé que a mi alrededor había como la mitad de gente que aquel día. Me preguntaba con qué ánimo había acudido el señor de mi diestra, y salí de dudas cuando los jugadores corrían al vestuario, tras el calentamiento. No puedo reproducir el enérgico chiflido con el que mi vecino de asiento acompañó la carrera de los jugadores, pero sí el ¡fuera! que les espetó, y su justificación ante la pareja sentada justo debajo, que se giró para verle la cara: "Vaya ridículo que hicieron en Jaén, no se merecen ná".

Los pitos fueron más cuando el once saltó al campo, aunque también hubo aplausos. Mi sensación es que la gente directamente pasó. Indiferencia es la palabra, aunque menos que la exhibida por los que siempre van y que ayer se quedaron en casa. A todos, unos y otros, los entiendo. Incluso, entiendo a los que se pasan los 90 minutos cantando, alternando canciones de ánimo a su equipo, insultos hacia rivales como Linares o '74', clasicos populares del corte de 'el caballo camina p'alante' o la sintonia de Pipi Calzaslargas. Los entiendo a todos. El fútbol es democrático y tanta libertad tienen unos para ponerle banda sonora al partido como la tienen otros para, como el señor que había detrás de mí, mascullar que son más 'pesaos' que una conferencia de Pedro Solbes.

Hubo pitos en la primera parte, cuando el equipo perdía algún balón, pero luego marcó Lucena y los únicos silbidos al descanso fueron al árbitro. Dos goles más en la reanudación acabaron por anestesiar a los valientes que habían ido al fútbol. Pero esa anestesia es como la que le aplican en el tobillo a Óscar Martínez. Cuando acaba el partido y se enfría, sigue doliendo. Y duele mucho. ¿Habrá sido Ñito el talismán? Que se quede a vivir, que los caracoles están muy ricos...

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