Granada-celta

El fútbol gana a las meigas

  • El Granada se clasifica para la final del ascenso a Primera en los penaltis, tras sufrir lo indecible y fallar dos penas máximas con anterioridad. Michu pudo darle el triunfo a su equipo, pero esta vez le tocó a Roberto.

El fútbol apabulló a las meigas, pese a que las brujas, de guardia, hicieron horas extras y estuvieron a punto de salirse con la suya. En Granada pensábamos que habíamos agotado el cupo del sufrimiento y que solo quedaba disfrutar. Pero qué va. Lo de ayer es difícil de creer, tanto en su desarrollo como en su desenlace. Eso sí, al menos hubo justicia, que falta hacía, después de que el Granada arrollara al Celta a base de pundonor y testiculina. El próximo miércoles iniciará la gran final por el ascenso. Da igual en Valladolid o en Elche, después de lo de ayer, ya no puede escaparse.

Benítez no olvidará jamás este partido. Falló dos penaltis, pero el choque le dio una tercera oportunidad y éste sí lo metió. En realidad nadie podrá olvidar el partido de anoche, que homenajeó al sino perenne y maldito de este equipo y de esta ciudad: el sufrimiento.

Hacía falta uno como mínimo y lo metió el público, que 'dopó' a los futbolistas rojiblancos dejándose la garganta y se diría que el alma en la tarea. Nunca antes Los Cármenes conoció tal demostración de energía colectiva al servicio de un objetivo común: empujar a los jugadores para que corrieran más de lo que nunca lo han hecho. Lo metieron, lo metimos entre todos.

El Celta fue fuegos de artificio en los cinco primeros minutos, que fue el tiempo que le duró el balón y la intención de jugarlo. Salió con personalidad el equipo de Herrera, fiel a su estilo de mucho toque y movimientos rápidos, aparentemente ajeno a la tensión, la caldera y la sobreexcitación de los rojiblancos, que cuando el cero a cero estuvo vigente se olvidaron de la paciencia para apelar al 'cuanto antes mejor'.

Dani fue el mejor ejemplo de la dosis extra de motivación que ayer condujo al equipo de Fabri a la gran final por el ascenso. Dani, y también Collantes, y Orellana, salieron con la portería grabada en el entrecejo, y con la misión de chutar sobre el arco siempre que pudieran, estuvieran más o menos cerca. Era una cuestión de lógica: si se incrementan los disparos, suben también las opciones de acertar. Había que meter miedo.

El torbellino llegó por las bandas, especialmente por la izquierda, por donde Benítez y Siqueira camparon a sus anchas y se entendieron de maravilla. Nyom no le fue a la zaga por la derecha, con Collantes como perfecto compañero de aventuras. Precisamente el gaditano tuvo la primera clara, cuando el partido ya era un monólogo local y el Granada había conseguido que el balón le durara cada vez menos tiempo al Celta en su poder. Collantes estrelló el cuero en la cruceta con un zurdazo que hizo temblar el marco y los corazones del graderío. Acaso la acción fue un aviso de lo que le esperaba a Yoel no mucho después.

El agobio se intensificó y la esquina se convirtió en un terreno frecuentado por los locales, que botaron cuatro córneres en 15 minutos, y luego seis en 20'... Pero a esas alturas el marcador ya reflejaba el uno para el Granada. Lo hizo Orellana, que al fin apareció. Siqueira se la puso en la testa y el chileno, desde el punto de penalti, la dirigió como un genio lejos de los dominios de Yoel. Granada entera respiraba, todo parecía más fácil.

La resaca del gol fue fiel al guión en estos casos, y los minutos posteriores se convirtieron en territorio abonado para hacer el segundo y comenzar a dejar el asunto encarrilado del todo. Los locales ganaban todas las disputas y parecían emplearse con una marcha más. Todo se jugaba en terreno vigués.

Pero el segundo se resistió a llegar, pese a que lo tuvo Ighalo en dos ocasiones, ambas a pase de Collantes (28' y 43').

Del Celta se volvió a tener noticias poco antes del descanso, con un tremendo susto a tiro de Abalo que Roberto envió a córner.

El arranque de la segunda parte fue un calco de lo que sucedió en la primera. El Granada se convirtió en torbellino al poco de empezar, fue llegando cada vez con más frecuencia y mayor peligro, a lo que ayudó Paco Herrera, que ordenó defensa de cuatro, con el objetivo de que los carrileros recuperaran su estatus de laterales y cerraran huecos. Sin embargo, ocurrió lo contrario, se abrieron muchos espacios y el Granada comenzó a entrar como cuchillo en mantequilla, con un ritmo en sus acciones imposible de mantener mucho tiempo.

Sin embargo, pese a que Yoel le sacó una a Collantes (53'), otra a bocajarro a Íñigo (54') y Dani envió el penalti de su vida al palo (59'), el gol se resistía. Sufrimiento, el maldito sino de este equipo.

El no gol del penalti fue un palo para unos y un balón de oxígeno para los otros. El Granada comenzó a notar el cansancio, a esas alturas casi más mental que físico. La ola para los locales había pasado y el Celta se creció. Aspas tuvo la primera de las varias que faltaban por llegar. Mano a mano con Roberto, que metió el pie lo justo para mandar a córner (63').

El tramo final del reglamentario fue el inicio de un largo periodo de miedo, especialmente para el Granada, que, fundido, dio un paso atrás y se afanó en no tomar riesgos. Podían marcar ambos, y en los dos casos el gol significaba el final. La tuvo Trashorras, que tomó los mandos de la resistencia viguesa. Y la tuvo con clamor Orellana, que envió al palo en el 88'.

La prórroga se antojaba demasiado premio para el Celta, que volvería a aliarse con las brujas al poco de iniciarse el tiempo extra. Otro penalti, y Dani que se pidió el balón para resarcirse. Lo tiró al mismo lado, esta vez dentro, pero Yoel le leyó la mente y se lo paró. Nadie lo podía creer.

Lo que restaba fue un sufrimiento inaguantable, una suerte de agonía que bien pudo haber acabado con el gol celtiña. Michu perdonó en el 9', luego Aspas hizo intervenir a Roberto, después Trashorras la mandó al larguero...

Y la segunda de la prórroga, más de lo mismo. Ya todos firmaban los penaltis y que fuera lo que Dios quisiera. Antes del pitido final, Trashorras la volió a estrellar en el larguero. Principios de infarto por doquier.

El guionista del partido fue cruel hasta el final. El Celta tiró los cuatro primeros penaltis perfectos. Calvo falló el segundo. Michu tuvo el definitivo para haber dejado la desolación instalada en Granada, pero lo tiró a las nubes. Luego llegó Roberto, tiró el sexto, superó por los pelos a Yoel y volvió a dar vida a la esperanza. Después llegó Catalá, acojonado, Roberto le adivinó la intención... Y las odiosas meigas, por fin, se fueron a la cama.

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