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Una historia de amor sin fin

  • Pocos podían imaginar en 2005, cuando Nadal levantó su primera Copa de Mosqueteros, que aquel triunfo marcaba el inicio de una dinastía

Ningún lugar del mundo le dio tanta gloria a Rafael Nadal como París, una ciudad con la que mantiene una historia de amor que parece ser eterna. La capital francesa fue testigo ayer de un hecho sin precedentes en la historia del deporte de la raqueta: Nadal se convirtió en el primer jugador que gana nueve veces el mismo Grand Slam, después de batir a Novak Djokovic en la final por 3-6, 7-5, 6-2 y 6-4 y levantar al cielo, una vez más, la Copa de Mosqueteros.

Cuando en 2005 pisó por primera vez la arcilla de la cancha Philippe Chatrier, pocos podrían imaginarse que estaban presenciando el inicio de una dinastía, pero ahora, casi una década después, la pregunta que se hacen muchos es hasta cuándo alargará el español su leyenda.

"Hay que pedir permiso a Rafa Nadal para entrar en Roland Garros", ha dicho el brasileño Guga Kuerten, tricampeón en Roland Garros e ídolo de los parisinos. Y es que hasta los propios franceses se han rendido ya al apabullante dominio del balear en su tierra sagrada.

Nadal vivió todo tipo de momentos y emociones en las pistas de Bois de Boulogne. Fue en la ciudad del amor donde ganó en 2005, siendo un adolescente de pelo largo y camiseta sin mangas, el primero de sus 14 títulos de Grand Slam. Fue ahí donde arrolló en la final de 2008 a Roger Federer como nunca jamás volvería a sucederle al suizo. Y fue en aquel escenario donde en 2012 puso fin a una racha de tres finales consecutivas de Grand Slam perdidas ante Djokovic, que se quedó sin su ansiado triunfo.

Pero como cualquier historia de amor, la relación entre Nadal y París pasó por un momento crítico. El de Manacor perdió ante el Robin Soderling en los octavos de final de la edición de 2009, un año grabado a fuego en la carrera del mejor tenista español por culpa de sus problemas de rodilla y la separación de sus padres, dos hechos que terminaron torturando su mente y su tenis. Desde entonces, acumula cinco títulos seguidos en la ciudad de la Torre Eiffel y del Museo Louvre, una metrópolis cuyo cielo también sonrió al español.

Las predicciones meteorológicas avanzaban lluvias y tormentas para la hora del partido, pero todo se adelantó unas cuantas horas. Las nubes descargaron lluvia en la madrugada antes de dejar paso a un sol que calentó la mañana, así como los primeros sets del choque. "Para mí es mejor jugar con sol, pero como yo no puedo llamar al sol ni él a las nubes, pues vamos a tener que jugar con lo que haya", dijo Nadal antes del duelo.

Primero hubo sol y luego aparecieron algunas nubes, pero la sensación de calor pegajoso permaneció en la Philippe Chatrier hasta el último punto, una inexplicable doble falta de Djokovic.

Nadal se lanzó por novena vez a la arcilla de París antes de recibir de manos de Björn Borg otro trofeo más con el que adornar sus vitrinas. El número uno del mundo no pudo contener las lágrimas cuando el himno español retumbó en los altavoces de la cancha central por novena vez. Ahora nadie se atreve a pronosticar el fin de la íntima relación entre Nadal y París, casi tan robusta como las hileras de candados que colocan los enamorados del Puente de las Artes sobre el río Sena.

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