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Una historia de amor

  • Holanda persigue su sueño de alcanzar el título mundial tras fracasar en sus dos finales, en 1974 y 1978 ante Alemania y Argentina respectivamente · La 'oranje' siempre fue un modelo de buen juego

Casi 17 millones de habitantes y una superficie no mucho mayor que Suiza. La historia de amor entre Holanda y la pelota desafía la lógica, pero el pequeño país europeo está ubicado por derecho propio entre las grandes naciones del fútbol.

"Alguna vez Rinus Michel me dijo: 'Los holandeses no sentimos el fútbol si no es atacando", contó el seleccionador de Uruguay, Óscar Washington Tabárez, poco antes de enfrentarse al equipo oranje en las semifinales del Mundial de Sudáfrica.

El partido, que los holandeses acabaron ganando por 3-2, reunió en el campo a dos países que tienen una forma de entender el fútbol que va más allá del terreno de juego. "Cultura futbolística", lo llamó Tabárez.

Los uruguayos apenas llegan a los cuatro millones de habitantes, pero tienen dos títulos mundiales. Holanda es un país de tamaño más pequeño que Uruguay, pero mañana jugará su tercera final en un Mundial.

Perdió las dos anteriores, pero legó al mundo un estilo de juego ofensivo que pasa de generación en generación. Todo empezó en la década de los 70. El Ajax de Ámsterdam dirigido por Rinus Michels y liderado por Johan Cruyff hizo su irrupción internacional conquistando las Copas de Europa de 1971, 1972 y 1973.

Había nacido el fútbol total, una manera de entender el juego que implicaba a todo el equipo en la creación ofensiva, desde los defensas hasta los delanteros.

"Michels tenía todas las cualidades de los grandes entrenadores y con su manera de trabajar revolucionó el fútbol en Holanda, en Europa y en el mundo", aseguró el ex delantero Marco van Basten tras la muerte del técnico en el año 2005.

Aquel Ajax de Cruyff, Johan Neeskens, Johnny Rep o Ruud Krol se trasladó al equipo nacional en 1974. Bajo la batuta de Michels, la filosofía del club de Ámsterdam transformó a la selección en la naranja mecánica.

Después de arrasar a todos sus rivales, Holanda se adelantó en la final de Múnich contra Alemania a los dos minutos de juego, gracias a un penalti provocado sin que los anfitriones tocaran siquiera la pelota. Sin embargo, allí empezó también el lado tormentoso de la historia de amor. Los holandeses se creyeron campeones demasiado pronto y no supieron reaccionar cuando Alemania dio la vuelta al partido antes del descanso. Al final, perdieron 2-1.

Cuatro años después, ya sin Cruyff, Holanda tuvo otra oportunidad en Argentina, pero de nuevo el equipo anfitrión le privó del título con un 3-1 en la prórroga. El tiro al palo de Rensenbrink cuando el partido estaba 1-1 y a punto de terminar resumió la desgracia del fútbol holandés, bello pero sin títulos.

Sin embargo, aquellos años pusieron las bases para que Holanda y sus clubes se convirtieran en una auténtica fábrica de jugadores. La generación de Van Basten, Ruud Gullit y Frank Rijkaard logró en 1988 una pequeña compensación con el título en la Eurocopa.

Pero fracasó en su intento de devolver a Holanda a una final mundialista, al igual que las camadas que les siguieron, con jugadores como Ronald Koeman, los hermanos De Boer, Patrick Kluivert, Dennis Bergkamp o Clarence Seedorf. "Éste es un equipo que quiere desesperadamente ser campeón", dijo Giovanni van Bronckhorst, actual capitán oranje, tras su primer partido en Sudáfrica.

El equipo de Wesley Sneijder, Arjen Robben o Robin van Persie tendrá una tercera oportunidad, pero deberá batir precisamente a España, un equipo que influido por el juego del Barcelona es heredero directo de la tradición holandesa, de esa historia de amor que nació a principios de los 70 en los campos de entrenamiento del Ajax de Amsterdam.

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