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Lo importante es el camino

  • Decenas de granadinos se cruzan España mientras fantasean con resultados benignos · Pase lo que pase saben que jamás olvidarán que estuvieron allí

Resu y su marido rondan la cuarentena, aventuro de un primer vistazo. El cansancio ha viajado con ellos, lo llevan adherido al rostro después de diez horas metidos en su coche, aunque eso es lo de menos en fechas tan señaladas. Señaladas para el granadinismo, claro, y especialmente para aquellos que, como esta pareja de granadinos currantes, sienten de manera especial los colores de su equipo. Supongo que en la heterogeneidad de una hinchada tiene cabida todo el mundo, y que la vara de medir los sentimientos por un equipo jamás podrá inventarse. Pero hay una estirpe de aficionados única y que, en mayor o menor medida, existe en todas las hinchadas de todos los equipos del mundo: los que hacen del seguimiento a sus futbolistas allá donde van casi un modo de vida, y la parte central de sus momentos de ocio.

Los encontré a la hora de la cerveza (Estrella Galicia, claro) en los alrededores del monumental y vetusto Balaídos. El motor de su coche todavía quemaba, estaban recién llegados y lo primero que hicieron fue buscar el escenario donde horas más tarde se libraría la batalla. Forma parte del ritual, se llega y lo primero que se hace es situar el estadio y establecer sus coordenadas como campo base de la expedición. Después, lo que se quiera, pero lo mismo que el hombre de confianza del torero o el propio diestro va por la mañana a los corrales de la plaza para ver los morlacos con los que se peleará por la tarde, los aficionados 'on tour' saben bien qué es lo primero que tienen que hacer cuando desembarcan en el destino de turno.

Salieron a las tres de la mañana, sin prisa, movidos por la imparable ilusión de vivir experiencias de las que difícilmente se olvidarán. No es la primera, ni la segunda, ni tampoco será la última vez que cogen carretera y manta para estar cerca de su equipo. De hecho, cuentan que esta temporada apenas se han perdido un desplazamiento y que se les puede ver allí donde el Granada dice de jugar. Pero este no es un partido cualquiera. Es un regalo del fútbol y un motivo para pensar que los imposibles también caducan. Lo desconozco, pero sospecho que los de esta estirpe de seguidores prefieren viajes como el kilométrico a Vigo antes que otros desplazamientos más accesibles. El camino, aunque tedioso por momentos, forma parte siempre de la experiencia de un viaje . A veces hasta se convierte en lo más importante. Para ellos, como para las otras decenas de aficionados que se cruzaron el país porque querían estar ayer allí, el camino a Vigo fue el territorio para fantasear con resultados benignos, con un golazo de Benítez por aquí y una genialidad de Orellana por allá... Para hacer cábalas sobre lo que más nos conviene, si salir al ataque o 'amarrateguis'. Para aventurar cuántas posibilidades de seguir vivos tendremos después de los 90 minutos.

Las gaviotas velaban los sueños de los vigueses mientras otra expedición de granadinistas, ésta más numerosa y seguramente también más ruidosa, le ganaba kilómetros al mapa. A ellos los encontré un poco más tarde, en el Mercado de la Piedra, donde las ostras muestran sus encantos a sus anchas y las marisquerías conviven y comparten espacio con los subsaharianos que venden de todo, incluidos iphones de vaya usted a saber qué procedencia. Me dio alegría volver a ver a 'José Bar Sur', enfundado en su camiseta reluciente y rodeado de un montón de sus amigos, caras conocidas casi todas, rojiblancos de pro como Pedro Barrón, que no se pierden una, y menos una de estas. José, que regenta uno de los bares más populares de la zona de Los Cármenes, ve casi en exclusiva al Granada cuando juega fuera, pues el negocio manda los días de partido en casa. Faltan horas para el choque y el cansancio intenta hacerse hueco en sus almas, aunque nada tiene que hacer en su lucha con la ilusión. Es advertir la presencia de periodistas granadinos y comenzar la parafernalia de gritos, cánticos y consignas eufóricas que en un pispás modifican los decibelios de toda la zona. Uno hasta termina sobre la mesa, mientras los vigueses que coinciden en la escena miran atónitos, un poco ajenos y yo creo que envidiosos ante tal demostración de euforia.

Camino al estadio me encuentro a otros grupos de granadinos, alguna pareja, un grupo de tres colegas que llegó en avión, mi amigo Jhony, y Waxter... También han venido emigrantes, gente que vive y trabaja en Galicia, en Asturias... En total, serán unos 50, aventuro.

Llega el autobús del Granada y allí están, fieles a su papel. Los vigueses vituperan a Collantes, pero ganan los gritos de ánimo de los rojiblancos. Suben las pulsaciones a medida que se acerca la hora y las vibraciones de todos ellos coinciden en un punto: desear que la cosa salga bien, no tener más tema de conversación en el largo viaje de vuelta que el de que está la cosa hecha. Y ahí se queda su influencia. El resto es de los futbolistas. Y no, no hay nada hecho. Pero todavía se puede.

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