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De una vida de brega, al Olimpo

  • Con 30 años y en el esplendor de su carrera como profesional, Nacho Rodríguez vivió, en los Juegos de Sidney 2000, "una experiencia de orgullo por llevar a Málaga a lo más alto del deporte mundial"

16 de septiembre del año 2000. Un día después de la espectacular ceremonia inaugural, daba comienzo el torneo olímpico de baloncesto de los Juegos de Sidney. En la ciudad aussie, el hombre que hizo despertar del letargo al baloncesto malagueño iba a convertir su sueño en realidad. Iba a ser olímpico. Él fue Nacho Rodríguez. Con su capacidad de sacrificio, se forjó un nombre en el baloncesto nacional tras dejar el equipo de su tierra. En su esplendor como profesional, el base escribió, con letras doradas, su nombre en el Olimpo.

A sus 30 años, Nacho Rodríguez vivió una de las experiencias culmen para cualquier deportista. La selección española, dirigida por el sempiterno Lolo Sainz, llegaba a la cita australiana después de recuperar el aura perdido años atrás, gracias a la plata en el Eurobásket de Francia, en 1999. En tierras galas, el que por el entonces vestía la camiseta del Barcelona, fue parte importante en conseguir dicha presea. Un subcampeonato que supo a oro, después de muchos sinsabores, Sidney no iba a ser el momento señalado y el combinado nacional decepcionó.

Sin embargo, algo importante se estaba cociendo a fuego lento. "En el plano deportivo, Sidney 2000 fue un auténtico desastre. Pero aquel año y el siguiente iba a cambiar la historia del baloncesto español. Llegaron nombres como Juan Carlos Navarro o Jorge Garbajosa. Yo creo que aquel equipo fue la semilla del de hoy", manifiesta el malagueño, que sufrió un contratiempo, para muchos desconocido, durante aquella competición: "En el primer partido contra Angola sufrí una lesión en el dedo meñique de la mano derecha. Los médicos me dijeron que tenía que volver a Barcelona pero yo decidí quedarme. No podía perderme aquello y jugué infiltrado el resto del torneo".

Para cualquier deportista, vivir unos Juegos, marca. Nacho Rodríguez, como amante del deporte, disfrutó aún más y vivió una experiencia más allá de su pasión. "Vivir la experiencia de los Juegos con dos amigos como Antonio Carlos Ortega y María Peláez fue algo tremendo. Disfrutamos mucho porque los tres compartíamos la alegría de ver allí a los otros dos, después de tantos años de trabajo y sacrificio", asevera quien ha firmado, en 20 temporadas en la élite del baloncesto español, más de 16.000 puntos.

A los mencionados Navarro y Garbajosa hay que unirles los De la Fuente, Herreros, Dueñas, Jiménez, Alfonso Reyes o un joven Raúl López, entre otros. Junto a ellos, Nacho Rodríguez disputó seis partidos en tierras australianas, consiguiendo dos insuficientes victorias: ante Angola, en el debut, y frente a China, en la lucha por el noveno puesto. Batacazos sonados como los sufridos con Canadá o Australia, unidos a la incapacidad del combinado español ante potencias como Rusia o Yugoslavia, hicieron que se repitiera el mismo papel logrado en Barcelona 92. Ello demuestra que no siempre el baloncesto español ha vivido en la opulencia actual. "El equipo que tenemos ahora es espectacular. Se han ganado en la pista que, en cada competición a la que asistan, sean considerados máximos favoritos", sostiene el canterano del Unicaja.

El ganador de cuatro títulos ACB con el Barcelona, recuerda sonriente una anécdota. "Fui a ver la final de 100 metros lisos femeninos. No sabía dónde sentarme y cuando logré encontrar mi asiento, me di cuenta de que estaba justo detrás de la familia de Marion Jones. Cuando logró la medalla de oro ella vino allí a saludar a sus familiares y yo, justo detrás. Precisamente, me quedé sin batería en mi cámara, hubiese tenido unas imágenes únicas", masculla el 125 veces internacional.

Nacho Rodríguez, un malagueño que a base de lucha y de carácter ayudó a espolear el deporte de la canasta en Málaga y vivió en su ocaso cómo se gestaba el embrión de lo que hoy es la mejor generación del baloncesto español.

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