El diario de Próspero

Concha Velasco: el sueño de la otra chica ye-ye

  • Tras su anunciada última función, cabe recordar, antes que cualquier otra circunstancia, la enorme aportación de la actriz a la cultura española afirmada, sobre todo, desde el teatro

Concha Velasco en ‘Yo lo que quiero es bailar’, espectáculo dirigido por José María Pou y estrenado hace diez años.

Concha Velasco en ‘Yo lo que quiero es bailar’, espectáculo dirigido por José María Pou y estrenado hace diez años. / Efe

Tras el anuncio, inesperado en las formas pero no en su contenido, que hizo Concha Velasco el pasado domingo en el Teatro Calderón de Valladolid para confirmar su definitiva retirada de las tablas, volvieron a cundir, raudos, los rumores y corrillos en torno a las razones de su decisión. Velasco se dirigió al público en estos términos tras la función de su última obra, La habitación de María, cuya gira mantenía aún una agenda con una veintena de representaciones hasta fin de año ya canceladas. La actriz de 81 años señaló a la petición expresa de sus hijos como primera razón: su estado de salud, ya resentido a comienzos de la gira, empeoró tras la operación quirúrgica a la que fue sometida en junio, de modo que la insistencia familiar es más que comprensible. Tampoco han faltado los chismes (habituales desde que Velasco tuvo que vender su casa de Madrid para atender a los requerimientos de Hacienda) sobre las deudas acumuladas por la artista, a las que ella misma aludía aún en ocasiones (“De algunas obras debo todavía hasta los focos”, dijo al término de una representación reciente de La habitación de María) y que llevó en los últimos años a amigos como Jesús Cimarro y José Carlos Plaza a lanzar los cables oportunos a través de proyectos como la misma La habitación de María. Es cierto que tanto el espectáculo con el que Concha Velasco se despide de los escenarios como el anterior, El funeral (escritos ambos por Manuel Martínez Velasco), desmerecen de una trayectoria que debía haber ido destinada a un fin más glorioso; pero también lo es que, en cualquier caso, corresponde recordar ante todo la descomunal aportación de Concha Velasco a la cultura española de su tiempo, un legado vertido en el cine y la televisión pero que ha tenido en la escena, con permiso de Santa Teresa de Jesús, su expresión más fidedigna, más consciente y, a estas alturas, más sorprendente.

La actriz, en una imagen reciente La actriz, en una imagen reciente

La actriz, en una imagen reciente / Efe

En 1969, la misma España que sucumbía aún a los encantos de La chica ye-ye asistía alucinada a la encarnación que Concha Velasco hacía de Juana de Arco en la producción del Estudio 1 de La alondra de Anouilh, dirigida por Gustavo Pérez Puig. Tras su debut en revistas y en comedias como Los derechos de la mujer y Las que tienen que servir, ambas de Alfonso Paso y estrenadas en 1962, comenzó bien pronto a producir sus propios montajes gracias al temprano éxito que disfrutó en el cine. Protagonizó El alma se serena de Juan José Alonso Millán en 1969, Abelardo y Eloísa en 1972 y Las cítaras colgadas de los árboles, primer episodio de su idilio artístico con Antonio Gala, en 1974. En 1979 interpretó a Mariana Pineda en la polémica Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipciaca, de Martín Recuerda, cuyo estreno había prohibido el franquismo en 1970; y en 1979 protagonizó la Filomena Marturano de De Filippo, un título que terminaría haciéndose recurrente en su carrera. En 1981 llegó el gran éxito de Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? junto a Adolfo Marsillach y en 1985 bordó una interpretación inolvidable junto a Mary Carrillo en Buenas noches, madre, donde mostró una notable querencia al teatro americano que reafirmó en 1997 con La rosa tatuada de Tennessee Williams. Especial mención merecen sus proyectos alumbrados de la mano de José María Pou: La vida por delante, de Romain Gary, estrenada en 2009; y, dos años después, Yo lo que quiero es bailar, semblanza autobiográfica que actualizaba la posición de Concha Velasco como gran estrella del teatro musical (ya confirmada en Mamá, quiero ser artista y Hello, Dolly!) con una espectacular puesta en escena y una protagonista en estado de gracia. Llegaron después las propuestas clásicas para el Festival de Mérida de Hécuba y Hélade, así como la Reina Juana que dirigió el recordado Gerardo Vera. En alguna entrevista admitió Concha Velasco que, si bien no echaba de menos ningún papel, sí habría querido dirigir teatro para montar obras de Shakespeare o Brecht; pero temía que el público la siguiera “asociando a la Chica ye-ye” a manera de descrédito. El teatro ha sido siempre el arte en el que la Concha Velasco real se ha reconocido en la soñada. O casi.

La intérprete fue reconocida con el Max de Honor en 2019, siete años después de obtener el Goya de Honor. En ambos casos, los premios llegaron tarde y mal, a modo de compensación de los que le habían correspondido antes y le fueron negados . Ante la evidencia de que el cine, el teatro y la televisión serían hoy en España muy distintos sin su legado monumental, todavía hay tiempo para que el tributo debido llegue en sus formas justas, más ahora que tampoco va a acontecer el aplauso del público (siempre cálido y lleno de cariño). Tal vez Concha Velasco pueda decir adiós al teatro, pero nunca se dará la fórmula inversa.

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