El diario de Próspero

Desfile de estrellas en la pasarela que fue escena

  • El éxito de los famosos televisivos en los teatros es tan antiguo como la televisión misma, aunque a estas alturas la opción se perfila como última esperanza para la supervivencia del sector

Jorge Javier Vázquez, en una elocuente imagen promocional de ‘Desmontando a Séneca’.

Jorge Javier Vázquez, en una elocuente imagen promocional de ‘Desmontando a Séneca’. / La Cochera Producciones

La pandemia y todo lo que vino después parecía haber descubierto la fórmula definitiva para la consolidación del teatro virtual, con una amplia gama de herramientas, del zoom al streaming, aptas para audiencias tanto selectas como masivas. A estas alturas, sin embargo, cuando vuelven a sonar las alarmas relativas a futuras restricciones, la conclusión al respecto es seguramente distinta de lo esperado: lo que sí sabemos a ciencia cierta es que el público prefiere el teatro en directo, en las salas y con todo el ambiente a su favor, porque no ha quedado claro que podamos llamar teatro como tal a los diversos remedos portátiles, muy a pesar de los elevados hallazgos artísticos que, en ocasiones, nos han brindado. Lo que sí se mantiene, curiosamente, es la tendencia en sentido contrario: es decir, la inclinación de no pocos ídolos de la pequeña pantalla, no necesariamente intérpretes, a pisar los escenarios como si de una prolongación de sus respectivos programas se tratase, costumbre que, en el fondo, es tan vieja como la televisión misma. Conviene matizar que, en la mayor parte de las ocasiones, los mismos protagonistas niegan que su llegada al teatro entrañe tal prolongación de su trabajo televisivo y subrayan todo cuanto de distinto hay entre ambas latitudes, si bien, ya se sabe, la disposición del público, que es quien tiene la última palabra, es bien diferente. Si se le da al respetable la ocasión de disfrutar en un teatro, como si de un petit comité se tratara, de los mismos ases que conquistan las cimas del share semana tras semana, el lleno está garantizado. La televisión no acabó con el teatro, como vaticinaban los agoreros, pero, a cambio, inventó un fenómeno prodigioso: el del artista, presentador, comunicador o lo que ustedes quieran aupado a la fama en los programas de máxima audiencia que decide echar mano del teatro para convertir en real la experiencia reservada hasta entonces a las ondas. Pasado el tiempo, el fenómeno sigue harto vigente gracias, en gran parte, a los réditos que procura para un sector severamente necesitado de cables de este tipo. Lo fascinante, en todo caso, es que muy a pesar de las hibridaciones tecnológicas, la posibilidad de ver en carne y hueso a la gran figura televisiva es en el siglo XXI un negocio redondo. Además de un don divino, claro.

Carlos Latre, en el teatro, antes de las mascarillas. Carlos Latre, en el teatro, antes de las mascarillas.

Carlos Latre, en el teatro, antes de las mascarillas. / Daniel Pérez / Teatro Cervantes

Sería seguramente injusto considerar que las fórmulas virtuales probadas como alternativa en plena pandemia no han servido de nada, sobre todo porque no es verdad: no pocos de los recursos empleados prometen seguir aportando argumentos propios al lenguaje escénico, con pandemia o sin ella. Pero sí es evidente que, si de obtener rentabilidad se trata, aquí lo que funciona todavía es trasladar el mayor atractivo digital a la dimensión estrictamente analógica del escenario. El mundo de los monólogos de humor ha exprimido hasta el extremo esta relación con resultados por todos conocidos, pero aquí la cuestión es el teatro por derecho (con perdón), que únicamente alcanza ya a ser considerado comercial si presenta al público el famoso de turno. Es evidente que cuando el Festival de Mérida pone a Carlos Latre a protagonizar Golfus de Roma de Stephen Sondheim (estreno el próximo 29 de julio) está dando en el clavo y subiendo al carro al hombre apropiado a un nivel artístico, pero también que sabe muy bien qué porcentaje del público dará el sí independientemente de la idoneidad del humorista en relación con su papel.

Un caso paradigmático es el de Jorge Javier Vázquez, quien, para debutar como productor con el muy meritorio espectáculo Miguel de Molina al desnudo, se alió con un director y dramaturgo de la talla de Juan Carlos Rubio, con quien alumbró después el musical Iba en serio (en el que compartía escenario con Kiti Mánver) y, ya el año pasado, la comedia Desmontando a Séneca (que podrá verse este domingo en el Festival de Comedia de Torremolinos). “Cansado de que todo el mundo considere frívola su labor en televisión, y después de sufrir un ictus, [Jorge Javier Vázquez] cree que ha llegado el momento de ponerse serio y compartir con el público algunas de las cuestiones fundamentales que nos preocupan a todos”, se anuncia en la promoción del espectáculo, con lo que la conexión entre ambos medios queda afirmada en su negación. La jugada es redonda y necesaria. Faltaría tan sólo que estos famosos de la televisión que tanto dicen amar el teatro emplearan sus audiencias para hacer más promoción del mismo. No sólo del que hacen ellos. Entonces, sí, estaría ganado el Reino.

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