Tribuna Económica

Joaquín Aurioles

El euro, dos décadas después

El euro cumple 20 años y lo celebrará con el final de los estímulos monetarios y de tipos de interés casi planos durante la mitad de su vida. Sube el Euríbor y subirán las hipotecas, amenazando con acabar con la etapa de placidez que han vivido los titulares de préstamos y de dificultades para las entidades financieras, aunque todo ello con muchos matices. Los bancos han debido someterse a dolorosas operaciones de cirugía para sobrevivir a la indigestión de activos tóxicos durante la burbuja inmobiliaria y al estrechamiento del margen financiero. No todos lo consiguieron, pero la previsión para ellos es de un escenario más favorable que en el pasado, sobre todo después de haberse desprendido de importantes lastres funcionales, como el desembarco de políticos, sindicalistas o eclesiásticos en los órganos directivos de los bancos surgidos de las antiguas cajas, y de fuertes inyecciones de dinero público.

Las perspectivas son peores para sus clientes, aunque la previsión sigue siendo de tipos moderados a medio plazo. En cualquier caso, los años de bajos tipos de interés no han sido plácidos para todos, especialmente para lo que perdieron su empleo después de hipotecarse. Tampoco para las pequeñas y medianas empresas que tuvieron soportar las restricciones crediticias iniciales del Banco Central Europeo (BCE), impuestas por la ortodoxia alemana, y que se mantuvieron incluso después de su relajación debido a fallos en la cadena de transmisión de las facilidades de crédito a la economía real.

El sistema financiero ha experimentado de una manera muy especial, por razones obvias, las dificultades por las que ha atravesado el euro durante sus primeros 20 años de vida. La moneda común ha sido acusada, con razón, de comportarse como un eficaz agente de contagio de los problemas entre socios y resulta imprescindible para explicar episodios como la crisis de deuda soberana, el euroescepticismo o el Brexit. La realidad es que, más que al euro, habría que culpar a los errores de diseño durante su puesta en marcha, que es justamente lo que ahora se pretende reformar, aunque con escaso éxito por el momento.

Uno de los pocos puntos de encuentro es el reforzamiento del Mecanismo Europeo de Estabilidad, concebido para intervenir en países con problemas y prevenir riesgos de contagio, pero que también se puede utilizar para rescatar bancos en dificultades. Más lejano está el acuerdo sobre garantía de depósitos y sobre el tamaño del presupuesto y la autoridad fiscal, pero la discusión entre ministros de finanzas está sirviendo para mostrar la dificultad para impulsar reformas en una Europa cada vez más dividida.

Puede que las más evidentes sean las relacionadas con la seguridad financiera y la unión bancaria, pero la crisis provocada por la indisciplina presupuestaria en Italia ayuda a entender la importancia de reforzar las defensas frente a amenazas de desestabilización interna y la firmeza de las autoridades de la Eurozona frente al gobierno italiano. El episodio vale también para recordar la importancia de reformas políticas que permitan una mejor conciliación entre los intereses nacionales y los del conjunto de la Eurozona.

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