Economía

La amenaza del paro

  • El patrón de crecimiento español de los últimos años se ha apoyado en sectores intensivos en mano de obra y capital, pero poco necesitados de tecnología; cuando han caído, el desempleo se ha disparado

EL paro es, sin duda, el efecto más doloroso en las situaciones de recesión económica. La caída de la producción y el consumo se han traducido en nuestro país en un aumento de la tasa de paro que se ha situado en el 13,9%, esperándose que en 2009 alcance el 16% y que rebase en 18% en el próximo ejercicio. Cifras que medidas en términos absolutos nos dicen que a final de año habrá más de cuatro millones de personas sin trabajo en nuestro país.

Observando los cuadros macroeconómicos de los países de nuestro entorno, vemos que las caídas del Producto Interior Bruto (PIB) tienen un reflejo en los niveles de desempleo menos pronunciado que en España. Por ejemplo, en Alemania, una reducción del producto similar al sufrido por la economía española, prácticamente no tiene reflejo en el mercado laboral, permaneciendo estable el número de desempleados. Sin embargo, en España, una reducción de la actividad similar a la alemana, hace que las tasas de desempleo se dupliquen. Francia, Reino Unido o incluso Italia, tienen un comportamiento similar al alemán y, por tanto, muy diferente al español.

Para encontrar explicación a este dispar comportamiento hay que mirar en los factores que determinan el crecimiento económico. Además de la cantidad utilizada de los tradicionales factores de producción, capital y trabajo, es necesario observar la productividad total de estos factores, que es lo que se conoce como tasa de crecimiento del progreso tecnológico. En el caso de la economía española es evidente que el elevado crecimiento del PIB de los últimos años ha sido consecuencia de la cantidad de factores utilizados más que de la calidad de éstos. Entre 2000 y 2007, la economía española creció al 3,6% anual, muy por encima de Estados Unidos, que lo hizo al 2,5% o de la Unión Europea de los 15, que sólo lo hizo al 2,2%. Sin embargo, nuestra economía ha exhibido un crecimiento nulo de la productividad. Esta prioridad en la cantidad de factores utilizados sobre la calidad y productividad de los mismos para la formación de nuestro PIB es lo que explica la mayor destrucción de empleo en las fases de recesión de la economía.

El patrón de crecimiento de la economía española durante estos largos años se ha apoyado en sectores muy intensivos en la utilización del factor trabajo y del capital (principalmente vivienda residencial) pero, muy poco necesitados de la aportación de tecnología. Esta realidad ha propiciado un significativo incremento de la población activa que pasó del 50% al 60% de la población total en las últimas décadas y que ha continuado incrementándose en los últimos años. La creación de empleo a un ritmo de crecimiento mayor que el de la población que se incorporaba al mercado laboral permitió reducir la tasa de paro por debajo del 10% durante estos años de bonanza económica.

Los últimos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) reflejan, más que una caída de la ocupación, la dificultad del sistema para absorber los crecimientos de la población activa. Sólo el sector de la construcción, debido a la paralización de la actividad, está destruyendo empleo en la actualidad, manteniendo los demás sus niveles de ocupación. De lo expuesto de deduce que la rápida elevación de la tasa de paro en nuestro país se debe, en parte, a la caída de la actividad de la construcción, pero también al incremento de la población activa a un ritmo mayor que la creación de empleo en el resto de los sectores.

Los datos de la EPA para Andalucía nos arrastran, una vez más, a las primeras posiciones en el ranking de la destrucción de empleo, superando tasas de paro del 20%. No estaría mal que el conjunto de la sociedad andaluza dejase de lado la autocomplacencia, recuperara el sentido crítico y aprovechara los ajustes que demanda la situación de recesión, para mirar con decisión al futuro y comprender que la única forma de salir de las últimas posiciones en los indicadores de bienestar es incentivando la formación de nuestros jóvenes y la investigación de nuestras empresas. Pero dudo que estos objetivos estén verdaderamente entre las prioridades de nuestra clase política ni entre los rectores de nuestras universidades.

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