Comercio

El difícil ajuste de la balanza de pagos

J. A. Martínez Serrano

Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia

Todas las etapas de recesión económica registradas en España en los últimos cincuenta años se han desencadenado como consecuencia de una crisis de balanza de pagos, reflejo de un gran endeudamiento del país, así como de una incapacidad para hacer frente a los compromisos de pagos. Y nunca antes se ha iniciado la recuperación de la economía hasta que la balanza por cuenta corriente ha corregido el desequilibrio y ha logrado mantener durante algún tiempo un superávit que garantice la solvencia del país.

La magnitud y persistencia del desequilibrio exterior registrado en la última etapa expansiva se ha manifestado en un gran endeudamiento con el resto del mundo, que en términos netos alcanza el 90% del PIB. Fue precisamente este enorme endeudamiento el que generó la sensación de una prosperidad ilusoria en la sociedad española, a la que puso fin la abrupta paralización de la financiación exterior, hasta el punto de que sólo la inyección masiva de liquidez por parte del Banco Central Europeo ha impedido la quiebra de la economía española. Para reducir la vulnerabilidad de la economía  española se requiere una disminución sustancial del endeudamiento, lo que obliga a profundos ajustes que permitan restablecer la confianza internacional.

En la vertiente exterior, el ajuste necesario para sentar las bases exige un fuerte impulso de las exportaciones y una contención de las importaciones. Así, se eliminará el déficit por cuenta corriente o, al menos, se reducirá a cifras compatibles con el crecimiento. En alguna medida esto es lo que ha ocurrido en los últimos años y, de hecho, como se puede observar en el gráfico, en el tercer trimestre de 2012 la balanza por cuenta corriente se ha saldado con superávit.

Una lectura superficial del gráfico puede llevar, erróneamente, a una interpretación excesivamente optimista del ajuste realizado y a concluir que la restricción exterior ya no supone un obstáculo para la recuperación económica. Sin embargo, cuando se profundiza en la evolución de los diversos componentes del sector exterior, se observa que todavía estamos alejados de haber alcanzado un equilibrio sostenible. Ciertamente, tras el derrumbe del comercio mundial registrado en 2009, la exportación de bienes ha evolucionado favorablemente y ha recuperado ampliamente los niveles previos a la crisis, mientras que las importaciones se han contenido significativamente. Sin embargo, durante 2012 la evolución de las exportaciones ha dado muestras de una notable debilidad y la reducción de las importaciones ha sido modesta, a pesar de la fuerte caída de la renta disponible de los españoles. Es decir, el ajuste que se ha producido en la balanza de pagos responde fundamentalmente a factores cíclicos y transitorios.

El problema al que se enfrenta la economía española es que la evolución favorable de las exportaciones es insuficiente para cubrir los pagos por las importaciones y las rentas de inversión (dado el elevado volumen de intereses que hemos de pagar a los prestamistas exteriores) de manera sostenida a medio plazo. La causa de esta debilidad exportadora reside en el notable crecimiento de los costes y precios registrados durante la etapa 1996-2007 y la consiguiente pérdida de competitividad.

El origen de las dificultades de la economía española se halla en el fracaso en la consecución de mejoras en la productividad durante la etapa expansiva, de modo que una gran parte de la estructura productiva no es internacionalmente competitiva. Estas deficiencias han quedado ocultas por el buen comportamiento de las grandes empresas españolas que sí han sido capaces de mejorar su productividad y competitividad y, por tanto, sus exportaciones. Sin embargo, el éxito de las grandes empresas es insuficiente para garantizar una balanza de pagos equilibrada en el futuro. En una economía con moneda propia, la devaluación hubiese permitido un ajuste más rápido, así como la viabilidad de empresas de menor nivel de productividad. Pero con una moneda común con nuestros principales socios comerciales, tal opción no existe y sólo cabe un incremento de la productividad para mejorar la competitividad y las exportaciones.

Desde el inicio de la crisis se ha registrado un aumento de la productividad que a menudo se interpreta como signo de avance y modernización. Sin embargo, tal avance se ha debido al cierre masivo de pequeñas y medianas empresas y no a la mejoras de sus estructuras productivas y organizativas. Es decir, España está haciendo un ajuste exterior que no garantiza el crecimiento, ni la prosperidad, ni la recuperación de los niveles de empleo, sino que nos conduce a la configuración de una economía pequeña (la parte más moderna y productiva) que será incapaz de volver a generar el empleo que necesita esta sociedad.

Si se desea resolver definitivamente el desajuste de la balanza de pagos que amenaza nuestra prosperidad, es necesario abordar los problemas estructurales, y sobre todo institucionales, que limitan la competencia, entorpecen la innovación y dificultan el crecimiento. España sufre todavía los síntomas de una sociedad cerrada que ha impedido la creación de un marco competitivo que propicie el desarrollo empresas modernas y competitivas de manera generalizada. Sólo la configuración de unos mecanismos flexibles de funcionamiento de la economía española le permitirá enfrentarse con éxito a los retos de una sociedad globalizada.

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