Economía

El nuevo emperador y la nueva presencia china

  • China ha decidido no ser sólo la gran fábrica del mundo, sino que apuesta por tener un papel protagonista en un nuevo orden global

  • La agenda internacional de Xi lo corrobora

El nuevo emperador y la nueva presencia china

El nuevo emperador y la nueva presencia china

Hace unas semanas, en la sesión anual de la Asamblea Nacional Popular, el órgano legislativo de China, y conforme a lo aprobado en el XIX Congreso del Partido Comunista celebrado el pasado noviembre, ha desaparecido la limitación de dos mandatos quinquenales en la presidencia del país, de modo que el cargo ocupado por Xi Jinping puede ser vitalicio. Además de ello, Xi ha acumulado otros puestos y cargos que le convierten en el dirigente más poderoso desde Mao Zedong: Secretario General del Partido, presidente de la Comisión Militar Central, jefe de Estado, y un tratamiento de líder (lingxiu) que sólo había sido concedido a Mao y a Hua Guofeng, su sucesor. Su pensamiento está siendo estudiado en las Universidades chinas y, a la vez, la lealtad a un Partido que tiene en él su núcleo, se está convirtiendo en condición imprescindible para el progreso de cualquier actividad que tenga que ver con un Estado que, lejos de reducirla, está ampliando su presencia en todos los órdenes económicos y sociales del país.

Ha quedado definitivamente superada la etapa iniciada por Deng Xiaoping, en la que fue característica una posición de segundo plano en el escenario internacional mientras el esfuerzo se concentraba en salir de la pobreza y recomponer los desastres causados por el decenio de Revolución Cultural. Ha habido un indudable éxito en ello, y no sólo económico a escala global, pero China ya no será sólo "la gran fábrica del mundo". Este país ha decidido asumir un papel protagonista en el escenario mundial que se está dibujando para las próximas décadas. Incluso podría decirse que ha decido moldear el orden mundial convirtiéndose en referente. La activa presencia internacional de Xi en los años más recientes es una prueba de ello, y lo son también la intensísima acción de inversión empresarial en el exterior y el reforzamiento de la capacidad militar para tener presencia más allá de sus fronteras.

Durante el anterior mandato de Xi, la expansión económica internacional de China creció de una manera extraordinaria, ayudada por instrumentos como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, por proyectos con enorme capacidad transformadora, como la Nueva Ruta de la Seda (One Road, One Belt), que en esencia es un plan de construcción de una red de infraestructuras a lo largo de todo el mundo, y por la inversión empresarial en el exterior que tiene como agentes principales a las empresas propiedad del Estado: se estima que en 2017 se invirtieron desde China 120.000 millones de dólares en más de 6.000 empresas en casi 175 países. En 2016 la inversión fue todavía superior, estimándose que las empresas chinas sumaron más del 10% del total del flujo de inversión exterior directa realizada en el mundo.

Esta inversión exterior no es un hecho nuevo ni tampoco imprevisible. Viene sucediendo desde hace años, si bien hasta hace poco orientándose a asegurar el acceso a recursos naturales y a energía primaria, lo cual está cambiando sustancialmente. A principios de este siglo el Gobierno manifestó su deseo de que las empresas chinas se internacionalizasen, declarando una estrategia de "salir al exterior". Esta estrategia fue ganando importancia en los años que siguieron a la crisis financiera global, cuando se identificaron activos infravalorados, especialmente en los dos campos mencionados. Sin embargo, en los años más recientes, aun manteniéndose el interés por los metales, combustibles, agricultura y otros recursos naturales, las inversiones están mucho más orientadas a la transformación de la economía y a la diversificación de las fuentes de rentas exteriores: tecnología de la información, robótica, entretenimiento, finanzas, transporte, inmobiliario, química, know-how tecnológico, etc.

Coincide esta vocación de presencia internacional con el repliegue de Estados Unidos. Basta un dato para comprobarlo: China ha elevado más del 50% su presupuesto en diplomacia entre 2013 y 2017, mientras que el actual gobierno norteamericano se ha propuesto reducirlo en un 30%. Al mismo tiempo que Estados Unidos decae en sus compromisos internacionales, como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) o el Acuerdo de Comercio e Inversión con la Unión Europea (TTIP), China se muestra como el adalid de la globalización, de los acuerdos comerciales internacionales e incluso de la lucha contra el cambio climático. China tiene acuerdos de libre comercio con 21 países y se está negociando o se plantea la negociación con al menos 12 más. China, como es sabido, no estaba incluido en el TPP, pero su respuesta ha sido promover la negociación de un nuevo Acuerdo Económico Regional (RCEP, Regional Comprehensive Economic Partnership) con los diez países de Asean (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) y Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda e India; esperándose concluir las negociaciones a finales de este año. Los 16 países suman 3.400 millones de personas y alrededor del 30% del PIB mundial.

Merece ser reseñado un hecho reciente en torno al TPP: tras la retirada de Estados Unidos los países promotores continuaron la negociación de modo que se ha alcanzado ya un acuerdo, que ha sido denominado Acuerdo Integral y Progresivo para la Asociación Transpacífico (CTPP) y que fue firmado en Chile por 11 países en Chile a principios de marzo. Aún sin EEUU, el acuerdo tiene un gran impacto global: 498 millones de personas con un ingreso per cápita de 28.000 dólares. Representa el 13% de la economía mundial.

Pues bien, tras esta firma y hace escasos días el presidente Trump ha instruido al Director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca y al Representante para el Comercio, en orden a negociar la entrada en el nuevo TPP, con la justificación de la búsqueda de un mejor acuerdo. La respuesta de la presidenta chilena, Michelle Bachelet, no ha podido ser más clara: "Si Estados Unidos desea reincorporarse habrá de hacerlo bajo los términos ya establecidos". Unas palabras difíciles de imaginar hace muy pocos años, y quizá sintomáticas de los que está comenzando a llamarse el "mundo posoccidental".

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