Huelva

Huelva está con Ella

  • El Simpecado de la Hermandad entró en la aldea con las últimas luces del día · Fue recibido con cantes en el barrio de las Gallinas y pasaban las once de la noche hasta que se acomodó en su casa

El segundo día de camino de la Hermandad del Rocío de Huelva fue especial. Lo es porque significa la llegada a la aldea almonteña para postrarse a los pies de la Blanca Paloma. Pero también lo fue en esta ocasión porque ha marcado un antes y un después en su peregrinar al santuario marismeño, ya que la pernocta no volverá a ser en Bodegones. Así se ha decidido.

Adiós Bodegones adiós. Atrás quedaron aparcados ayer, entre pinos y eucaliptos sentimientos, vivencias y emociones. Bodegones es un lugar emblemático que forma parte de la historia de la filial de Huelva y de todos los onubenses, un lugar que se cambiará por el paraje de La Matilla, buscando un mejor camino para la hermandad.

Muchas letras de sevillanas rocieras se han referido a este lugar donde los romeros han convertido sus ansias, sus anhelos por encontrarse con la Reina de las Marismas en cantes y bailes. Muchos han sido los grupos de amigos, coros y cantaores que las han interpretado. Bodegones estará siempre en el recuerdo de los romeros. Quién sabe si al cabo del tiempo retomarán la senda.

La mañana despertó ayer radiante. Atrás había quedado el duro camino del primer día. La despedida de la Hermandad de Huelva de la ciudad, el asfalto y las primeras arenas, las pesadas arenas por la falta de lluvia. Lo peor había pasado, la noche había traído jolgorio y sosiego a la luz de las candelas, que aún conservaban algunos recoldos y eran testigo del rocío de la madrugada. Las fumatas anunciaban a los romeros que el momento esperado se aproximaba y que había que ponerse en pie para llegar al final del camino polvoriento.

Así, a las diez en punto de la mañana se habían concentrado alrededor del Simpecado cientos de peregrinos para asistir a la misa de romeros, función religiosa que terminó con múltiples vítores y vivas a la Virgen del Rocío. Nada más terminar el rezo, los carreteros procedieron a colocar las dos mulas en la carreta de plata del Simpecado para emprender la marcha hacia la ermita de la Patrona de Almonte.

Aún quedaba por delante mucho camino que recorrer, muchos instantes que compartir a pie, en carreta o a caballo con los amigos, compañeros de viaje espontáneos y hermanos.

El calor comenzó entonces ya a ser insoportable, altas temperaturas y sol de pleno que acompañaron a la hermandad capitalina en la primera parte del recorrido que iba a finalizar en la suelta de Gato.

Previamente hubo una parada de avituallamiento para los peregrinos de a pie y un reparto masivo de agua antes de llegar al poblado de Los Cabezudos, donde tuvo lugar el rezo del Angelus, a las doce del mediodía. Fue otro momento de descanso para los peregrinos que después enfilaron por un tramo de carretera asfaltada hasta entrar en el paraje de Gato. Luego entre aromas de pinos y eucaliptos continuaron los pasos otra vez por las arenas buscando la sombra en la suelta.

Momento especialmente emotivo fue cuando el Simpecado llegó a la suelta entre el clamor de los peregrinos y el polvo de su caminar. Ya bajo los pinos, los vivas, las palmas y los cantes se fueron sucediendo hasta que los romeros comenzaron a dispersarse por el paraje, al tiempo que se iniciaba el reparto de comida y bebida para los romeros que caminan con el Simpecado.

Atrás había quedado lo más difícil, como dijo el hermano mayor de la Hermandad de Huelva, Julián Pérez, quien señalaba que ahora la meta era estar sobre las ocho de la tarde en el barrio de las Gallinas de la aldea almonteña. Debía ser el último tramo de un camino que descubre historias sencillas, promesas por cientos motivos, vivencias pasadas que se recuerdan mientras otras van surgiendo y donde las plegarias a la Virgen se transforman en coplas templadas con vino, rebujito o cualquier otro refrigerio, que se transforman en palmas al compás de una guitarra y en acordes de sentimientos que consiguen emocionar a más de uno. Plegarias que se convierten también en silencio y en lágrimas contenidas.

Pasadas las nueve de la noche apuntaban los cohetes de la Hermandad de Huelva por el barrio de las Gallinas. El camino de Moguer se hace interminable para los peregrinos onubenses porque son muchos los que esperan para cantar al Simpecado de la capital. Apenas si dejaban avanzar la carreta plateada, grupos de hombres y mujeres que se habían preparado horas antes para ver entrar a la hermandad que abre la romería del Rocío después de la Matriz.

La caravana se fue abriendo paso entre la multitud para dirigir la primera mirada a la Blanca Paloma desde el final del Mirador de la Marisma. Después la fila de caballistas, que preceden a la carreta, se dirigieron a la calle Carretas cuando ya apenas si quedaban las últimas luces del atardecer. El Simpecado, que no olvida a sus peregrinos, contempló al principio de la calle Almonte las varias decenas de carros tradicionales que le han acompañado durante los dos últimos días por las arenas de Doñana. Para entonces las promesas, que han empujado la carreta de Huelva, se fueron desmarcando para acudir sin demora hasta la ermita, donde derramaron las primeras lágrimas de emoción al encontrarse cara a cara con la Virgen del Rocío.

La costra de arena sobre la cara y el efecto del sol sobre la piel diferencia a los que se han pasado una jornada peregrina junto al Simpecado onubense de los que se incorporan a última hora para hacer de acompañamiento a la Hermandad.

Los últimos pasos del Simpecado de Huelva fueron fáciles pero lentos. Pasó más de una hora desde que los caballistas empezaran a atravesar la avenida de la Canaliega hasta la carreta se encontró de nuevo frente a frente con su casa hermandad en la calle Real, muy cerca de la Hermandad Matriz, y la ermita rociera. En este final también se suceden momentos muy emotivos. Los romeros no quieren desprenderse de su Simpecado aunque les gane la impaciencia por entrar en la ermita rociera para reencontrarse con la Patrona almonteña.

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