Huelva

La procesión de la niebla

  • Las brumas marismeñas acompañaron a la Virgen a su paso por la aldea antes de que el sol hiciese acto de presencia · El salto de la reja tuvo lugar a las 2:52 y el recorrido se prolongó durante casi diez horas

Se acabó. Punto y seguido. Ahora sólo queda la vuelta. Tras casi diez horas de procesión las carretas emprenden el camino que les ha de llevar a su punto de partida. Atrás queda un Rocío marcado por el calor, la escasez de incidencias y la crisis. El broche a los cultos en la aldea lo puso la salida de la Virgen, que se desarrolló en su mayor parte entre una densa niebla que acompañó a la Patrona de Almonte hasta casi la entrada en su santuario. Los almonteños saltaron la reja a las 2:52 de ayer -casi media hora después que en 2008- y la Blanca Paloma volvió a su altar a las 12:45, cuando la canícula empezó a apretar. El Rocío de 2009 ya forma parte de la memoria.

La jornada comenzaba en ese instante impreciso de cada lunes de Pentecostés. Nadie sabe la hora. Nada hay escrito. Todo es intuición. El momento en el que Almonte rompe la espera es siempre una incógnita cuya resolución se presiente. Este año fue media hora después que el pasado, el próximo, Dios sabrá. Apenas había llegado el nuevo Simpecado de la Matriz al presbiterio cuando los almonteños volvieron a pintar una estampa tan reiterativa como cierta. La Virgen aparecía sola en su altar. Ni un mero exorno. Sola ante la masa enfervorizada que llevaba contando las horas, los minutos que separan un Rocío de otro. Ya está en los brazos de sus hijos. Ya tienen las televisiones nacionales su imagen para el resumen más simplista de la fiesta.

Sale la Virgen a la Marisma cuando ésta se sume en el océano negro de la noche. Una sola procesión con dos escenarios distintos: la madrugada y el día. La primera parte es un repaso por el Rocío más antológico. Alrededor del Acebuchal se aglutinan las casas de hermandad más añejas: Villamanrique, Coria, Pilas, La Palma… La humedad se apodera de las calles. Tras el intenso calor llega el frío. Puchero y aguardiente mitigan la espera. Un buen poncho también. Se ven de todos los colores y clases. Atrás quedó la indumentaria acicalada de los primeros días del camino. Al resguardo de la noche se dejó el traje corto y el de flamenca. La comodidad se impone a la elegancia.

La Virgen avanza entre una multitud en constante duermevela. Simpecados van y vienen hasta que la noche se confunde con el día. "Cada vez viene antes", dice Paqui, quien con la crisis ha optado por hacer un Rocío más económico: una noche en el aparcamiento y dos taperguare de queso y filetes empanados. "Teniendo salud me sobran los lujos para venir a verla", dice esta devota que pretende ahora que su nieta Carmen, de dos años, bese el manto de la Virgen. Canta el Rocío a la Señora. El cielo clarea. Paqui tiene otra vez a Carmen entre los brazos. La pequeña llora. Ha rozado el vestido, pero se ha asustado, y mucho. Su llanto sólo conoce el consuelo de una abuela que la acuna en su regazo mientras que de sus labios sale una salve. "No llores más, que cuando le cuentes a mamá que has besado a la Virgen se va a poner muy contenta", le dice Paqui, quien intenta disimular ante su nieta el nudo que la emoción ha trenzado en su garganta cuando los almonteños la han arrastrado casi a las plantas de la Señora.

La niña se duerme. Se le acabó el llanto. La Virgen va a la casa de las camaristas, pasa por Sanlúcar de Barrameda y se detiene en Huelva. Apoteosis plena. Suenan las sevillanas. La Marisma dejó el negro por el espeso gris de la niebla. Cae el rocío del cielo. El horizonte se diluye en la ermita. No se ve nada. La Plaza del Eucaliptal es una interminable hilera de simpecados. Sacerdotes a hombros de los peregrinos inician la salve. Unos son levantados con facilidad, en otros cuesta la propia vida. Que se lo pregunten a los peregrinos de Jaén, cuyo capellán requirió de la ayuda de cuatro personas para mantenerlo en volandas mientras rezaba. Tamaño esfuerzo mereció el aplauso de los asistentes.

Las horas van pasando. El final se acerca. La procesión desemboca junto a la casa de Moguer cuando el sol se suma a la fiesta. Aprieta el calor que se creía olvidado. Aprieta tan fuerte que los peregrinos buscan el refugio bajo las bóvedas de la ermita. Las andas de la Virgen se colocan en las garruchas. Ya está de nuevo en casa. Las caras son distintas a las de la madrugada. Ahora son jóvenes los que la llevan y sus cuerpos están barnizados por una densa capa de sudor que impregna a todo aquel que los roza. "Bendito sudor", dice Juana, una almonteña "hasta el tuétano". Tras dos intentos fallidos la Blanca Paloma es subida a su altar. A la tercera va la vencida. Esto se acaba. Casi diez horas después la Patrona de Almonte preside su santuario. Se inicia el camino de vuelta. A desandar lo andado. También vuelve Paqui con su nieta Carmen. La pequeña sigue dormida. En sus labios lleva el resquicio de un beso a la Virgen. Sin duda, el mejor sueño para esperar a un nuevo Rocío.

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