El Rocío

El sueño de una ciudad

La caída de la tarde se presentó triste, gris y llorosa, como si ella tampoco fuera consciente (al igual que nosotros), de la trascendencia de esa cita... esa mágica cita, esa fundamental cita que, de seguro y para siempre, cambió la vida rociera de estos onubenses que con una ilusión expectante hablaban por vez primera de un sueño común, de una deuda con su ciudad y con la Reina de sus corazones, de una quimera, de algo abstracto... sin darse apenas cuenta ninguno de ellos, se gestaba alrededor de esa mesita andaluza y entre las sillas de enea de aquel reservado pequeño y coqueto y choquero y huelvano de la bodeguita La Guitarra, algo grande para Huelva y el mundo rociero en general.

Rodeados de fotografías cofrades y con la Cuaresma recién terminada, tras haber dado paso a la Pascua de Resurrección, allí, entre esas paredes puedo jurar que olía a marisma, a brisa marinera y se respiraba Huelva pero todo, como decía anteriormente, de manera imperceptible, espontánea y sutil.

Todo eran buenos propósitos, sueños en voz alta y precaución a la hora de afrontar lo que nos estábamos encomendando. Alrededor de la mesa, un soñador... o dos, un hombre ilusionado que con su empuje todo lo hacía fácil... otro que se mantenía frío, calculador y observador y que al final, siempre tenía la idea acertada y dos mujeres, que nos trasmitían seguridad en lo que queríamos, aplomo para afrontarlo e ilusión en cada uno de sus gestos. Esos eran los mimbres que María Santísima del Rocío había escogido para de alguna manera, encomendar la bendita tarea de erigir un monumento a la devoción que su pueblo de Huelva le manifiesta desde tiempos ancestrales. Ese era el reto, esa era la misión... ese era nuestro sueño, que un día sería compartido por la intercesión divina de la Reina de las Marismas con toda una ciudad...

Así, Aurelia, Helio, Paco, Juan, Fernando y Pilar dieron forma y pusieron en orden sus ideas y a la vez dieron el pistoletazo de salida a esta aventura, larga y hasta desesperante si me apuran, pero que llegó a buen puerto. Lo primero ¿quién?, y lo tuvimos claro. Sabíamos de la existencia de un escultor de Rociana que empezaba a despuntar en el noble arte de la escultura. Dicho y hecho. Y rápidamente se identificó con nuestro proyecto, que sabedor de la importancia del mismo y siendo consciente de la repercusión de lo que se le proponía, se ilusionó de tal manera que nos contagió a todos. El reto que le planteamos fue claro: "Elías, queremos EL MONUMENTO a la Virgen del Rocío para Huelva. No un monumento cualquiera, queremos el mejor homenaje que se le pueda a tributar a la Reina de las Marismas. Es para Huelva, así que en tus manos y en tu inspiración lo dejamos". Así nos despedimos hasta que pasado un mes aproximadamente recibimos la llamada de Elías que nos citaba en su entonces humilde estudio para mostrarnos el boceto de lo que había pensado para la Huelva rociera.

Una vez allí, al más frío de nosotros le temblaban las piernas al imaginar hecho realidad el boceto que se nos presentaba. ¡Era una maravilla! Había captado nuestra idea, eligió el momento culminante de la fe rociera, el esfuerzo del rociero por llevar a su Madre Bendita, sólo Ella y los rocieros. Tan grande fue la aceptación, que quiero recordar que al marcharnos a casa después de haber aceptado, cómo no, la puesta en marcha del monumento, alguien preguntó en el coche: "Oye, ¿Cuánto ha dicho que cuesta?" Y entre sonrisas nerviosas y la ilusión por bandera caímos en la cuenta que no se había hablado de dinero. ¡Qué más da!.

Comenzaba de verdad la odisea… Ayuntamiento, Diputación, hermandades rocieras de la capital, Hermandad Matriz de Almonte y, por supuesto, nuestro obispo. Don Ignacio, entonces nuestro Pastor, acogió la idea con todo el cariño del mundo, y de hecho pidió bendecirla, y gracias a la Santísima Virgen del Rocío ha podido cumplir su deseo. Con la aprobación de todas estas instituciones, había que contarle nuestro sueño a la ciudad. Hemos de manifestar que la tarea de financiar el monumento no fue del todo difícil, ya que no recuerdo ninguna puerta ahora que se nos cerrara. Nadie, y lo digo con toda rotundidad, quiso pagar por estar en el monumento, y si lo hubieran propuesto la respuesta hubiera sido negativa. Huelva puede estar segura de ello.

Después, mil y una vicisitudes que de alguna y otra forma se fueron solventando. Algunas graves, otras dificultosas, pero no nos cabe duda de que gracias a muchísima gente de Huelva se ha cumplido un sueño que empezó siendo de seis rocieros y terminó siendo el de toda una ciudad.

Llegó el anhelado 20 de marzo de 2011, hicimos entrega del monumento a la ciudad y nos difuminamos entre los miles de onubenses que orgullosos han hecho suyo el monumento. A partir de ahí… que sea Huelva la que escriba la Historia.

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