Roald Hoffmann, premio Nobel de Química en 1981

"Aprendí a leer en el ático en el que me escondía de los nazis"

"Aprendí a leer en el ático en el que me escondía de los nazis"

"Aprendí a leer en el ático en el que me escondía de los nazis"

-Hace unos días ofreció tres conferencias en la Universidad de Sevilla. ¿Había estado en esta ciudad antes?

-No, ha sido mi primera vez. Me gustó mucho. Mi esposa y yo amamos el flamenco y fuimos dos noches a un espectáculo en el Arenal y en el Museo del Baile Flamenco. También fuimos el fin de semana al Parque Nacional de Doñana, un lugar muy especial, y visitamos otras ciudades andaluzas más pequeñas como Arcos de la Frontera, Medina Sidonia o Moguer, bastante maravilloso todo.

-¿Qué fue lo que más le gustó?

-Lo que más me gustó fue poder caminar por el Casco Antiguo y ver algo nuevo en cada esquina. Y la comida. ¡Hay buena comida en todas partes!

-Una de sus conferencias hacía referencia a su experiencia personal durante el Holocausto. Se titulaba Regresar, recordar, perdonar ¿Ha logrado perdonar?

-No, aquello no se puede olvidar, aunque a veces me gustaría. Cuando escribí la obra de teatro Algo que te pertenece sobre mi supervivencia y la de mi madre, reflexioné mucho sobre aquel periodo, más que nunca. Me ayudó a entender más aquello y a intentar perdonar, pero no puedo obligarme a hacerlo.

-¿Cuántos años tenía cuando le llevaron junto a su familia a un campo de trabajo forzoso?

-Tenía cuatro años y medio cuando llegamos al campamento. Allí estuvimos un año, todo 1942, hasta que logramos escapar. Luego estuvimos escondidos 15 meses en el ático de una casa.

-¿Cómo lograron escapar?

-Los campos de trabajo no eran como los campos de concentración. Éramos unos 300 esclavos, todos judíos, que trabajábamos bajo la supervisión de un sólo comandante nazi y unos 20 guardias armados de diferentes nacionalidades afines a los nazis. Podías sobornar a los guardias con una botella de vodka para cosas pequeñas o con oro o plata para las más grandes. Así que sobornamos a los guardias para que nos permitieran salir del campamento una noche.

-Ha comentado que se escondieron en el ático de una casa durante la invasión alemana.

-Sí, mis padres encontraron a una amable maestra ucraniana que estaba dispuesta a escondernos en el ático de su casa. Nos refugiamos aquí cinco personas: mi madre, dos tíos, una tía y yo. Se suponía que mi padre vendría luego a esconderse con nosotros, pero lo asesinaron antes de escapar.

-¿Qué recuerdos tiene de aquel ático?

-Es difícil distinguir mis propios recuerdos de lo que mi madre me contó después. Recuerdo que ella me enseñó geografía jugando. Me pedía que describiera un viaje de Varsovia a San Francisco, por ejemplo, y yo tenía que describir cada mar, cada puerto o montaña a lo largo del camino. Ella me enseñó a leer en ese ático.

-Hace muchos años que vive en Estados Unidos. ¿Ha regresado alguna vez a su lugar de origen?

-Sí, la última vez fue en 2015. Mantenemos el contacto con la familia de las personas que nos salvaron.

-Antes ha mencionado una obra de teatro propia. Tengo entendido que le gusta el arte y la literatura, en especial la poesía. ¿Por qué decidió estudiar Química?

-Fue algo accidental. Mi madre quería que fuera médico. Decirle que quería ser historiador de arte era demasiado, así que opté por la química. Fue un reto porque tuve una formación en química muy pobre en el colegio.

-¿Qué le ofrece la poesía que la ciencia no puede darle?

-Me permite comunicar mis emociones, algo que no me permite mis trabajos científicos.

-¿Tiene algún proyecto literario en marcha?

-Estoy trabajando en una ópera con un compositor austriaco, Oliver Peter Graber. Se llama Alchemy (alquimia). Tenemos un librero, pero aún no hay música. Es una historia moderna sobre la alquimia y la inteligencia artificial. Y como es una ópera, la mitad de los protagonistas mueren al final.

-Y en el campo de la química, ¿en qué está trabajando ahora?

-Ahora estoy muy interesado en lo que sucede con los átomos y las moléculas en condiciones de presión muy alta, como en el centro de la Tierra. Hay nuevas reglas en la química bajos estas condiciones, se forman nuevos compuestos. Es muy difícil que estos vuelvan a su estado original luego, pero creo que en algunos materiales se puede conseguir.

-¿Vale la pena el riesgo que supone a veces el uso de la química?

-Sí. Si entra en un cementerio del siglo XIX verá muchas tumbas de niños que murieron antes de cumplir los diez años. Hoy hay muchas menos debido a la ciencia. Sin embargo, sí es cierto que debemos ser cuidadosos a la hora de introducir nuevos materiales en nuestro entorno y estar atentos a su posible daño potencial.

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