Antonio Canales · Bailaor

"A Rajoy le bailaría un Réquiem, está en las últimas"

  • Cerró entre aplausos sus casi dos meses al frente de Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías en el Teatro del Generalife de Granada. No era su primera vez con un traje de luces que le sienta rematadamente bien. El martes le toca abrir la Bienal de Sevilla con este mismo espectáculo y saborear a lo grande este nuevo renacer a la vida artística.

-Después de su Torero y de un mes y medio metiéndose cada noche en la piel de Ignacio Sánchez Mejías, ¿no le tienta saltar de verdad a la arena del ruedo?

-Me estoy tomando este año como un auténtico renacer, pero no llega a tanto... Voy a terminar con 148 representaciones, algo que no ocurría desde hace siete años, y en estos momentos de crisis me siento como un privilegiado. Ha sido un año muy prolífico, pero para el que viene tengo mi secreto guardado...

-¿Y es muy secreto?

-Será un espectáculo autobiográfico, y con eso lo digo todo. Será un retrato poético de mi vida, con tres momentos esenciales: mi nacer como artista, el momento culmen de cuando estaba en pleno apogeo y el momento doloroso, con el ocaso de tu carrera. Nacimiento, dolor, muerte y volver a renacer, un retrato.

-Se le nota pletórico con ese nuevo renacer...

-Sí, de aquí ya no me mueve nadie. Sin la danza no puedo estar. Intenté hace cuatro años retirarme al campo con mis animales pero eso me trajo muy malas consecuencias. Sin la danza no sé vivir. Yo nací para esto y me quiero morir en el escenario. 

-¿Bailarín o bailaor?

-Yo soy bailaor ante todo, todo lo que sé de bailarín es para ser mejor bailaor.

-¿Y qué veneno tiene la danza para no poder sacársela de las entrañas?

-Pienso que si existe un Dios debe ser bailarín. El baile es el arte más sublime, el arte en el que se dibujan las armonías con el cuerpo, el arte con el que se pinta el espacio y se reta a la gravedad. Es la consagración a un dulce martirio, el martirio de la belleza. Se va muriendo cada día y renaciendo cada día. La danza no necesita traducción, es un lenguaje internacional, el del movimiento del cuerpo y del sentimiento. Eso es lo que me enamoró de la danza desde pequeño y lo que me sigue enamorando.

-¿Piensa en algo mientras baila?

-Depende... Si interpreto a un personaje me meto de lleno en su piel y me pasan muchas cosas, te filtras los personajes a través de ese personaje y te duelen, los llevas encima. Con Ignacio se me encoge mucho el corazón, el ver cómo te encaminas a tu propia muerte... Y hay veces que no piensas en nada, que simplemente estás bailando, bailando y derrochando la energía del baile.

-¿Quién manda más? ¿La cabeza, el corazón o las piernas?

-Yo le digo a los chicos que tiene que darse la mitad perfecta entre cabeza y corazón. De la locura a la realidad sólo nos separa la hoja de un papel y creo que en arte tienes que estar con una mitad embrujada, dándolo todo con el corazón, y con la otra mitad muy fría, calculadora, en el sitio justo, en la medida exacta.

-Eso tarda en aprenderse...

-Mucho, y cuando lo vas adquiriendo es cuando el cuerpo empieza a responder menos. Si uno se lo propone y abre bien sus sentidos es cuando más puede disfrutar.

-¿Cuál es la mayor recompensa para un bailaor?

-La mejor es sentirte tú satisfecho y con ilusión cada día que te levantas, pero la mayor recompensa es la que te da el público, el aplauso, eso no está pagado con nada. Lo mejor es cuando consigues hacer temblar al público.

-¿A qué saben los aplausos?

-Es un alimento que te ayuda a seguir, a solaparlo con los fracasos y volver a tener ilusión para que al día siguiente te aplaudan de nuevo. Aunque te paguen, si no recibes aplausos, sería un pago tristísimo. Cuando te sientes bien pagado, bien tratado y bien aplaudido es la panacea.

-¿Recuerda el momento que más ha saboreado encima del escenario?

-Espero que el que más esté por venir, pero hay noches mágicas como la del debut de mi Torero en el Teatro de La Vaguada en Madrid en 1992. Tuve la suerte de que estuviera el gran Antonio el bailarín, Antonio Ruiz Soler, viéndome en su silla de ruedas, con aplausos de más de veinte minutos... Me sentí en el cielo, sabía que no podía pedirle nada más a la vida.

-¿Qué le emociona a un artista que sabe tan bien emocionar a los demás? ¿Qué le conmueve?

-Siempre estoy observando a los demás, soy un Drácula del espíritu que intenta regalar el mío todas las noches. Me duele mucho la gente que no tiene las mismas posibilidades que nosotros, los niños que sufren...

-Hoy por hoy, ¿qué le bailaría a Mariano Rajoy si lo viese sentado en primera fila?

-Yo le bailaría un Réquiem para decirle: muchacho, estás en las últimas, deja paso a otras personas con una mentalidad más joven, más nueva, que nos ayuden más.

-¿El mundo de la cultura se va a resentir mucho con la subida del IVA?

-Ya se está resintiendo. Con la crisis todos los cachés han bajado, los ayuntamientos ya no hacen sus festivales, los chicos están cobrando lo que se cobraba hace diez años... Y nosotros sí que lo tenemos difícil: ¿cómo vamos a estar bailando hasta los 67 años que nos podamos jubilar? El sector de la danza no es igual que el de otras artes y creo que les hace falta revisarlo bien. El Ministerio de Cultura debería darle un cambio a la situación que nos beneficie en algo, como sucede en Francia o en otros países. Es una pena porque no sólo de pan vivirá el hombre, necesita más cosas que pan, se vuelve anémico de espíritu. La cultura no se debería recortar nunca.  

-¿Qué haría falta para darle un vuelco a esto?

-Que viniese alguien con nuevas ideas, ninguno de los que están en la palestra. Dicen que Mario Conde está preparando algo... Igual un bandolero como él, a lo Curro Jiménez, no estaría mal... Igual que sucede en las artes, habrá políticos que nazcan con una luz que sepa hacia dónde ir, porque si no nos vamos a hogar con las finanzas. Hemos perdido ya la confianza en estos políticos y creo que debemos dejar paso a otras personas y retirarse, pero sin pagas millonarias ni nada de eso, trabajando como hacemos todos.

-¿Y qué sueño le ronda ahora más la cabeza?

-Que haya paz en el mundo. Sé que es una utopía, pero lo necesitamos.

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