David Cerrone | Profesor de español y 'clown'

“La nariz de payaso es un chaleco antibalas”

David Cerrone.

David Cerrone. / Juan Carlos Vázquez

David Cerrone (París, 26-12-78) dejó aparcado su trabajo de profesor de español durante dos años y medio para embarcarse como payaso en la aventura de recorrer 18 países del mundo para realizar un documental del humor que derivó en un tratado sobre la risa. En La mochila que ríe (Samarcanda) cuenta su experiencia, “una terapia para mí para plasmar lo que he vivido y no olvidarme”. Volverá a las aulas un tiempo porque se ha quedado sin blanca con tanto trasiego. Pero lo dice como si nada, con una sonrisa de oreja a oreja.

–Parisino de familia italiana que ha vivido en España y en EEUU. Es un bufón cosmopolita...

–Me gusta el concepto. Intento conocer el humor por todo el mundo.

–¿Por qué se hizo clown?

–Lo descubrí en Sevilla hace 12 años. El clown muestra sus fallos, sus límites, lo feo de uno. Entonces no quería. Ahora, en este viaje de dos años y medio por el mundo, he conocido a payasos, a clowns, me metí en talleres y lo descubrí como actor y también como herramienta para acercarme a los refugiados y a las personas con las que no compartes idioma. Es una forma de usar la risa como medio de comunicación, como lenguaje.

–“La risa mata el miedo”, dice Umberto Eco en El nombre de la rosa. ¿Lo ha comprobado en su travesía para escribir La mochila que ríe?

–Muchas veces. Además de matar el miedo, te permite desarmar la tensión, el conflicto, cuando el idioma ya no sirve. La risa te permite una mueca y pasar a la fase siguiente.

–¿Cuál es el país más risueño?

–Me he reído un montón en Argentina y en Uruguay. En Kenia, la gente se ríe de todo, de ti, de tus defectos, no hay nada políticamente correcto, todo es motivo de burla. Y es una forma de llevar la vida porque tienes que ser muy paciente para todo.

–¿Es Andalucía donde más se ríe la gente de sí misma?

–Siempre que la gente entienda que es con cariño, funciona; si es como burla, hay que manejarlo con cuidado. Una vez hice un monólogo de un taller de cómo ser macho ibérico en dos días y fue un fracaso rotundo. Las tías me miraban como diciendo: “Tío, es verdad, pero no lo digas”. Y los hombres: “Tú de qué vas”.

–En este mundo tan loco, ¿son los payasos los que tienen las cabezas mejor amuebladas?

–Los payasos son muy sensibles y observadores. Primer miran en plan descubrimiento y después buscan el pequeño fallo que te permitirá hacer algo. De tanto trabajar con material humano te metes en el ser del otro.

–¿Europa necesita buen humor en estos tiempos de turbulencias?

–Muchísimo. En Francia sobre todo. La gente ya no se ríe por la situación política y hay que volver a las cosas básicas. Me llama la atención de las grandes ciudades europeas que va subiendo lo superficial, la apariencia: el móvil, la ropa... Un chico o una chica tienen la misma cara y la misma ropa en Barcelona que en Amsterdam o Londres. Pero por dentro se van vaciando. La gente ya no sabe dónde buscar para sentirse bien y la risa es la base. Los cómicos tienen mucho éxito porque la gente necesita reírse.

–¿Hay que tomarse en serio a la ultraderecha?

–Muy en serio. Hay que resistir y atacar.

–Es francés y Le Pen lidera las encuestas; tiene raíces italianas y el vicepresidente es Salvini; ha vivido en EEUU, donde está Trump. ¿Cuánto le paga Vox por venir a España?

–La pregunta es ¿adónde voy después?, ¿qué va a pasar allí? (Risas) Vox ni me paga ni quiero. Mi próximo destino es Costa Rica...

–¿Le haría morisquetas antes a Trump o a Salvini?

–La nariz de payaso es como una máscara, te protege un montón. De repente te sientes capaz de todo. En Moscú no está permitido ir de clown por la calle, pero lo hicimos en el Metro y muchas veces nos paró la Policía, pero de buen rollo. Sientes que no te puede pasar nada con la nariz de payaso, que es como un chaleco antibalas. Con la nariz sí podría hacerle muchas cosas a Trump.

–¿El capitalismo deprime?

–Sí. Antes de la aventura de la vuelta al mundo llegué al clímax del consumismo. En Nueva York, trabajaba un montón y cobraba mucho dinero. Ahí todo se consume: el restaurante, el musical, el viaje... En menos de seis meses, llené un armario de chaquetas, camisas, zapatos. Nueva York fue una experiencia genial en muchos aspectos, pero a nivel humano, muy pobre. Vas colmando tu vida por el consumismo y cuando descubres otras cosas te sientes mejor.

–¿Ríen menos los niños del primer mundo que los del tercero?

–Son iguales en todas partes. Se ríen siempre y de todo porque están descubriendo el mundo. La risa infantil está relacionada con la sorpresa y el asombro.

–Tenía un monólogo, Los 10 mandamientos del gay, en el que repetía continuamente: “Qué guay es ser gay”. ¿Cree que debería trasladarlo a un taller serio?

–Es una idea. Un taller que se llamara ¿Cómo ser gay en 10 días?... Aquel monólogo lo hice en una fiesta de amigos del colegio que se encontraron tras 20 años en El Rocío. Era un aforo un poco extraño, pero al final lo hice; cuando terminé, uno me abrazó y me dijo: “De puta madre, chaval, lo has hecho tan bien que yo pensaba que eras maricón...”. Era una crítica a los gays para dejar de ser tan superficiales. Tengo que luchar para ser quien soy y al mismo tiempo entrar en categorías que no me gustan. Prefiero no ser nadie, no tener etiqueta.

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